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"El búnker (secreto) mejor guardado: el tour subterráneo"

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"El búnker (secreto) mejor guardado: el tour subterráneo"

* En nuestro capítulo anterior: protagonista es reprimido y acusado de despilfarrador. Se le califica de “un poquito idiota”. ¿Razón? Gastar dinero en atractivos turísticos del tipo 'búnker nuclear soviético'. Breve reseña de 'Búnker-42'. Meditación: de que la idea es buena, “es buena”. Se constata algo brillante: la Guerra Fría concluyó. Breve cameo: Batman y Robin. Alucinación repentina: Churchill fumando un cigarro en Moscú, 2011. ¡Conspiración! ¡Conspiración! Se entra al bunker: recepción por guía diligente y simpático. Invitados: Walt Disney y George W. Bush. Terror masivo y…

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El tour subterráneo I

Alexei, nuestro guía en el tour por el búnker-42 de Moscú, nos brinda una introducción. Los rusos(as) que están delante y atrás mío escuchan con impaciencia. Quieren verlo todo ahora mismo. ¡Now! Les interesa más ser actores que escuchar una cátedra. Como clientes, quieren lo suyo: que les den por lo pagado. Me asombro de la contundente penetración del ideario capitalista entre quienes me rodean y me echo un Halls de limón a la boca. Total, como no puedo preguntar.

Entramos. A los pocos metros, una escalera de caracol. Hay que bajar. “Son 18 pisos hacia abajo”, me traduce Polina. “Kuritza s risom?”, le comento, a sabiendas de que digo exactamente esto: “Pollo con arroz”: estúpida y desesperada broma de un absoluto ignorante lingüístico. Ella se hace la desentendida, claro.

Descendemos al infierno nuclear. O a algo que debería parecerlo.

A medida que avanzamos me siento cansado, muy cansado. ¿Se trata de un cambio sustancial del aire o es que mi calidad progresiva de 'Fat man' me está jugando una mala pasada? De todas formas, me siento bien. Cómodo y grato: hay algo singularmente atractivo en esto de estar tan bajo tierra… y con vida. Al mismo tiempo, es una experiencia terrorífica. Con cada peldaño me convierto en algo más inmaterial. Un zombi latino perdido en Rusia. 

Nuestro guía hace su trabajo. A veces bromea, pero con una expresión casi pétrea: ¿cultiva, acaso, un humor negro post atómico?, me pregunto, tratando de no quedarme detenido y generar un atasco mayúsculo en la estrecha escalera.

Llegamos. Estamos a 60 metros bajo la superficie. De pronto, un flash terrible desde un punto indefinido de mi mente. Dura unos 20 o 30 segundos. Me siento invadido por el miedo: somos todos unas hormigas de 1,70 metro desplazándonos por los pasadizos de un gigantesco hormiguero.

Me miro las manos. Tengo un súbito terror. Pero no: sigo manteniendo extremidades humanas.

El tour subterráneo II

La primera parada –luego de haber pasado por una sala en la que nos dan un breve repaso fílmico acerca del siglo más violento de la historia y como después de la II Guerra Mundial existió un riesgo verdadero de un conflicto nuclear de proporciones apoteósicas- es en una suerte de gran salón, oscurecido adrede. Estamos en la reproducción de una cueva o algo por el estilo. Al fondo, dos consolas de comunicación y transmisión de datos; sobre ellas, una pantalla gigante. Según me explica Polina en voz baja, Alexei nos cuenta que en una estancia de este tipo habría de llevarse a cabo la respuesta formal ante un eventual ataque enemigo.

Para hacer la escena más realista, se invita a algunos asistentes a sentarse ante los comandos y ejecutar el rol de vigías. Poco después, todos podemos hacer lo mismo y tomar todas las fotos que queramos. Alexei se hace a un lado como buen guía que entiende el negocio.

(De pronto, un pensamiento inesperado: ¿hay algún baño “aquí”?)

Pasamos a otra sala, no tan grande como la cueva y que da una impresión de haberse quedado perdida en el pasado. Esa es la idea: todo ha sido dispuesto como reproducción de la atmósfera de los años inmediatos a la posguerra.

Al fondo del cuadro, una vieja mesa de madera sin mayores aderezos. Típico despacho de un funcionario promedio. Nada denota la fantasmagoría de una gran autoridad. Instrumental de oficina rutinario. Una lamparita modesta. Y dos teléfonos -¿porqué dos?-. Una fotografía de Lenin leyendo la prensa. A un costado, una mesita con una raída máquina de escribir. En el muro un mapa que dice “Союз Советских Социалистических Республик”, es decir: “Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas”. Todo el cuadro es supervisado por un enigmático Jrushchov. A su derecha y sobre una biblioteca de misteriosos volúmenes, un busto del mencionado célebre líder bolchevique. Resultado: el montaje resulta más que convincente.

Como el tour no es sólo didáctico, la interacción corona la escena: tras algunas palabras del comandante momentáneo de este búnker, el material expuesto queda a disposición de la audiencia, ya sea para ver, tocar, portar o usar como aderezo fotográfico.

Y así se hace: que la metralleta aquí, que la metralleta allá. Que vamos poniéndonos las  chaquetas, abrigos y gorras militares. ¡Oh, que bonita que está esta espada! ¡Hey, macho, pásame esa máscara antigas!… y etc, etc. De esta no se salvan ni hombres ni mujeres: a todos les llega un repentino y frenético deseo de inmortalizarse con un pedazo de aquella historia gloriosa -y desgarrada- que no les tocó (y nunca les tocará) vivir. Corrijo: que no nos tocó (y nunca nos tocará) vivir. Lo admito: en un abrir y cerrar de ojos abandono mis intereses reporteriles y me atavío cual si fuera a un estreno en un teatro o me creyera la “Gioconda” del cuartel. ¡Aquí, Polina! ¡Foto! ¡Foto! ¡Foto!

Durante cinco minutos somos protagonistas de este 'reality' bélico.

El tour subterráneo III

Nos adentramos en túneles bastante oscuros y tenebrosos.

Alexei sigue hablando. Le seguimos con fidelidad ovina: no debe ser grato perderse en aquellas profundidades y encontrar la salida a la superficie probablemente sea endemoniado.

(Comienzo a sentirme inquieto: ¿dónde está el baño?)

Caminar y caminar. Pero, de pronto…

Un alto en la travesía. Y silencio. Todo se oscurece. ¿Qué se supone que está pasando aquí? Lo que me faltaba… Comienza a sonar a una sirena. No es “cualquier” sirena. ¿Cómo lo explico? Es un sonido agudo, amplio, penetrante: una señal de alerta que conmueve hasta a las entrañas mismas de la Tierra. Después, aquel ruso pronunciando quizás que mensaje destinado a la acción, pero algo sí podía advertirse: eran órdenes lo que transmitía. Todo oscuro. Y, de pronto, comienza a salir humo, no se sabe bien de donde. Humo, mucho humo. Literalmente, estamos entre humo. Y la sirena nuclear. Y el vocero del cataclismo. Y la sirena. La sirena, la sirena. Y el hombre. Y las órdenes.

De a poco, el humo se disipa. Alexei retoma la palabra a su modo y “complementa” lo sucedido. Acabamos de estar en medio de la recreación de un ataque nuclear de parte del enemigo. ¿Y quién era el enemigo? Estados Unidos, claro.

Habíamos sido 'tele transportados' a los tiempos de la 'Cold War':

“¡ATENCIÓN! ¡ATENCIÓN! EL ENEMIGO HA REALIZADO EN NUESTRO TERRITORIO UN ATAQUE NUCLEAR DE UNA POTENCIA DE 10 MEGATONELADAS. EL TERRITORIO DE MOSCÚ Y DE LA PROVINCIA DE MOSCÚ ESTÁ DESTRUIDO EN UN RADIO DE 300 KILÓMETROS DESDE EL EPICENTRO. EL NIVEL DE RADIACIÓN EN UN RADIO DE 100 KILÓMETROS ES DE 2.000 ROENTGEN POR HORA. EL COMANDANTE DEL EJÉRCITO DE LA URSS HA TOMADO LA DECISIÓN DE REALIZAR UN CONTRAATAQUE EN EL TERRITORIO ENEMIGO”.

Nada más que agregar. El tour llegaba a su fin. Una bonita jornada: los 1.300 rublos estaban bien pagados. Tan sólo la viveza visual y auditiva de las explosiones atómicas (reales) que nos habían mostrado en el video bastaba para considerar que la inversión había valido la pena.

Fin del viaje: subir lo más de prisa posible los escalones para llegar 18 pisos arriba y superar los 60 metros que me separaban de la superficie… ¡todo con tal de acceder a un baño!

¡Dios: cómo es posible que hagas una escalera tan larga…!

Fin: “We (don´t) want you…”

Probablemente no venga a cuento ahora, pero luego de este tour me dio por pensar en Estados Unidos y la historia del siglo XX.

Ciertamente, ha pasado mucho tiempo desde el enfrentamiento existente entre las que  fueran las naciones más poderosas del planeta: EE.UU. y la URSS. Toda esa historia forma “parte del pasado”, políticamente hablando. Sin embargo, hay algo que no me huele bien en todo este esquema: es la impresión de que los estadounidenses siempre juegan sucio o, para decirlo de un modo más suave, actúan “de manera poco transparente”. Hay algo permanentemente 'turbio' en su accionar, una voluntad de traición, la insoportable prédica con el 'american style of life', un te saludo pero después te apuñalo: todo eso siempre me ha parecido detestable.

Desde hace décadas que las intenciones de los gobiernos estadounidenses no han sido limpias. Tampoco lo fueron durante la Guerra Fría… Y NO LO SON HOY.

Todo el mundo lo sabe. Esto no es una novedad: Estados Unidos ha hecho del juego sucio una política estratégica planetaria. Y todo eso apesta. Así de simple.

Perdón, pero… NO LE CREO ABSOLUTAMENTE NADA A ESTADOS UNIDOS.

Y por eso entiendo perfectamente a los rusos y su radical desconfianza histórica a EE. UU.

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