Tras el acuerdo sobre el arsenal de armas químicas de Siria suscripto entre Estados Unidos y Rusia, el presidente francés, François Hollande, quedó aislado en su posición pública de continuar con los planes de derrocamiento de su par sirio, Bashar al Assad.
En la reunión de ayer de los cancilleres de Rusia, Serguéi Lavrov, y de Francia, Laurent Fabius, el desacuerdo sobre Siria era evidente. Sin embargo, el ministro francés fue desmentido por el titular de la ONU, Ban Ki-moon, al rechazar que la comisión investigadora de armas químicas de la ONU haya culpado a Gobierno de Al Assad de ser responsable del lanzamiento de gas sarín el 21 de agosto.
La política colonial de Francia no se ha apagado con el final del gobierno del derechista Nicolas Sarkozy. Con la nueva Administración socialdemócrata se reflotaron los planes de recuperar la hegemonía de África y Medio Oriente, como sucediera hace un siglo durante la Primera Guerra Mundial, tras la cual París y Londres se repartieron los restos del Imperio otomano.
Francia fue el primer país en haber reconocido a los rebeldes sirios como legítimos representantes del pueblo. Esta firme posición fue demostrada por Hollande cuando el presidente Obama anunció sus planes de ataque contra Siria.
Sin embargo, el plan ruso de fiscalizar la destrucción de armas químicas, el rechazo del Parlamento británico a formar parte de la coalición militar y el freno que impuso Washington al ataque inminente dejó a Francia aislada en Europa y el mundo con respecto a la crisis.
La semana pasada, Hollande recibió en París al designado jefe de la oposición siria, un grupo heterogéneo formado por opositores laicos, militares desertores y varios grupos de combatientes islámicos mercenarios que ingresaron al país ilegalmente -ambos con nexos con Al Qaeda- financiados por Arabia Saudita, Catar y Emiratos Árabes Unidos y que además continúan recibiendo armas desde Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña.
Política colonial
La operación militar en Malí llevada a cabo este año contra los opositores islámicos revela el doble rasero con el que actúa Francia. Por un lado combate a los islamistas en el Sahel africano y por el otro los apoya contra Gobiernos que le son contrarios a sus intereses.
La toma de ciudades importantes por parte de Al Qaeda en Malí acercaba a este grupo peligrosamente a sus minas de uranio en Níger. El 75% de la electricidad que Francia usa proviene de sus plantas nucleares, además de ser un país exportador de este tipo de energía.
Por otro lado, reforzar su presencia militar en Malí alejaría a la voraz China, que estableció acuerdos comerciales con casi todos los países africanos.
Este año, la 'Françafrique', la política de dominio francesa en el África postcolonial, se completó con el incremento de tropas en la República Centroafricana, una excolonia que había sufrido un golpe de Estado en marzo.
Actualmente, en Siria, Francia no quiere quedarse al margen del desmembramiento del Estado sirio y pretende participar con sus empresas en la provisión de servicios y reconstrucción tras dos años y medio en guerra y un posible ataque aéreo aliado impulsado por París.
Colonialismo reciente
Mientras el mundo observaba, en 2011, cómo Francia participaba del bombardeo de Libia junto con la OTAN, París apoyaba militarmente el derrocamiento del presidente electo de Costa de Marfil, Laurent Gbagbo, para situar a su aliado y actual mandatario Alassane Ouattara.
En Níger, en 2010, el presidente Mamadou Tandja diversificó las exportaciones de uranio, beneficiando a empresas de China, Libia, Venezuela, India e Irán. Inmediatamente Francia no toleró semejante acto de autonomía africana y propició con un sector del Ejército un golpe blando, disfrazado de cambio democrático de Gobierno, con la excusa de que Tandja había violado algunas leyes, hecho que era cierto, pero no daba derecho a la injerencia de Francia.
Otro caso similar fue el de Mauritania en 2008. Una junta militar derrocó al presidente constitucional para luego convocar a elecciones un año después, de las que resultó ganadora la misma junta.
España y Francia aplaudieron el restablecimiento de este curioso orden democrático, porque Mauritania es un aliado clave que aporta seguridad en Europa ante la masiva afluencia de inmigrantes y además su Ejército es el brazo militar con el que cuenta Occidente para combatir a Al Qaeda en esa región del desierto del Sahara.
Además, la alianza de París con dictadores africanos fue muy habitual durante la década pasada. El presidente golpista de Chad, Idriss Déby, es apoyado por Francia para mantener la hegemonía en esa zona y combatir a Sudán, un país aliado de China.
Asimismo, el expresidente Sarkozy durante su viaje por África había expresado que la República Democrática del Congo debería compartir sus yacimientos de oro, diamantes y coltán con el resto de los países africanos. Esta declaración no es menor, dado que a causa de la guerra en el Congo impulsada por las potencias han muerto 5 millones de personas desde 1997.
Previamente, el genocidio de Ruanda de 1994 había sido planeado por Francia, en el cual miembros de la etnia hutu se armarían de machetes para masacrar a los tutsis en el poder.
El Tribunal Internacional de la Haya investigó este genocidio y descubrió que Francia lo había promovido bajo el nombre de Operación Turquesa, para disputarle a Estados Unidos el área de influencia geopolítica y económica de África central.