China: el desafío de asegurar la alimentación

Maximiliano Sbarbi Osuna

Asegurar la nutrición de 1.300 millones de habitantes fue el reto que el gobierno de Pekín se impuso varios años atrás. Entre 2005 y 2008 estuvo a punto de alcanzarlo. Pero, el incremento de los precios de los alimentos, los cambios de hábitos de consumo de las nuevas clases sociales, la falta de tierras y agua por las sequías y la necesidad de importar más materias primas, produce que esta meta sea cada vez más difícil de alcanzar. ¿Por qué China se encuentra en un círculo vicioso alimenticio?

Una conjunción de factores ha permitido a China ubicarse en la senda del autoabastecimiento alimentario. La creciente actividad industrial, sumada a la inserción dentro del libre mercado  y a otras medidas coincidentes con las reglas del comercio internacional le permitió acceder a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001. De esta manera, Pekín logró conquistar nuevos mercados y expandir su producción.
 
Pero, ya desde la muerte de Mao Tse Tung en 1976, su sucesor Deng Xiaoping fijó como meta alimentar a los habitantes del país más poblado del mundo. Para lograrlo debió combinar una serie de medidas, como la aplicación de una tasa a las exportaciones de productos alimenticios para abastecer al mercado interno, eximir de impuestos a los productores de granos y subsidiar a la industria agropecuaria aportándoles semillas y fertilizantes.
 
Deng no logró ver su objetivo cumplido, dado que murió en 1989, pero la continuación de su política desembocó a que en 2005 por primera vez China lograse producir un excedente de cereales para la exportación, luego de haber abastecido las necesidades internas. Este resultado se mantuvo hasta 2008, año en que los precios de los alimentos sufrieron un ascenso repentino.

La crisis de 2008

Durante los años de bonanza alimentaria, se calcula que el autoabastecimiento se pudo cumplir en un 95 %, una cifra nada despreciable en un país habitado por 1.300 millones de habitantes. Pero, a pesar del excedente y del permiso del gobierno para exportar cereales, el 5% de la población padeció hambre principalmente por un deficiente sistema de distribución, corrupción y burocracia estatal.
 
En 2008, las materias primas aumentaron, principalmente el arroz, con lo que el gobierno de Pekín se vio obligado a tomar medidas excepcionales para evitar que peligre el sistema ideado treinta años atrás. Como reacción a la suba, el gobierno intentó controlar los precios, pero esta disposición no surtió efecto, dado que no se pudo aislar a China del resto del mundo, porque el aumento ya había alcanzado al mercado interno.
 
Entonces, intervino elevando la inversión en el desarrollo agrícola en un 30 %, aportando unos 80 mil millones de dólares.

Cambio de hábitos

La expansión industrial y comercial de China provocó que, junto con el abandono del sistema comunista, surgiera una clase media y burguesa con capacidad de consumir, que cambió sus costumbres y se orientó a comprar productos que antes eran considerados de lujo, como por ejemplo automóviles. Pero, también los hábitos alimenticios cambiaron, ya que la población comenzó a consumir más carne.
 
De acuerdo con la agencia de noticias estatal Xinhua, entre 1985 y 2010 el consumo de carne se aumentó de 20 kilogramos anuales por persona a 50 kilogramos. Pero, la ganadería china no está muy desarrollada debido a que el Estado priorizó las tierras para producir cereales con el fin de alimentar a su población. Además, el país necesita tierras libres para producir alimentos para el ganado, dado que la demanda de carne ha crecido.
 
Por eso, China debe importar productos alimenticios que no puede producir por falta de espacio, como aves de corral, lácteos y frutas, que en su mayoría le compra a Estados Unidos.

Dificultades

A pesar de que China sea un país con un enorme potencial exportador, el gasto que debe afrontar en importaciones es enorme. En materia alimentaria, la balanza comercial es negativa, ya que compra en el exterior productos alimenticios de los que carece, forraje para el ganado y además materias primas para elaborar productos.
 
Pero también, para lograr una producción alimentaria a gran escala necesita energía y combustible, que debe importar en gran cantidad de Medio Oriente, África, Asia Central y Sudamérica. Por eso, la nueva meta de Pekín es aumentar el valor agregado de sus productos manufacturados para poder enfrentar la suba del precio de los alimentos.
 
Pero además, se suma la pérdida de tierras fértiles debido al proceso de desertificación provocado por el cambio climático mundial. China cuenta con el 7% de las tierras cultivables del mundo, mientras que su población conforma el 22% de la humanidad.
 
Además de los precios elevados de los alimentos, la escasez de agua para el riego y el crecimiento poblacional redujeron la independencia alimentaria al 90%. También, el gobierno anunció que prevé que dentro de los próximos quince años se muden del campo a la ciudad entre 300 y 400 millones de personas en busca de una mejor calidad de vida.
 
Sin embargo, Pekín busca cada vez más estímulos para que los habitantes no abandonen el campo, dado que necesita de la producción agrícola para continuar con el objetivo principal, que es el autoabastecimiento alimentario.

La trampa

A esta altura de las circunstancias, China es consciente de que cada vez se va a tornar más difícil sostener la producción de alimentos, que logró casi en su totalidad hace pocos años y que aun hoy se encuentra en un nivel elevado.
 
Así, China cae en su propia trampa, ya que  los nuevos hábitos de consumo promueven que las  clases medias y altas demanden alimentos que China no produce en cantidad y que además abandonen las tareas rurales para llevar una vida menos sacrificada en las ciudades. Por otro lado, Pekín intenta reducir las importaciones y agregarle valor a sus productos, pero cada vez debe comprar más alimentos en el exterior ante el crecimiento poblacional y la desertificación de sus tierras.

Además, la demanda energética de sus industrias va a provocar que China eche mano a sus reservas de carbón, un combustible altamente contaminante, que va a contribuir a un deterioro del medioambiente y a un aumento de la temperatura del planeta, lo que atenta directamente contra las condiciones aptas para la producción alimentaria a la que China aspira.