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En los campos de Colombia se siembra dignidad

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En los campos de Colombia se siembra dignidad
Dicen los que saben que fue hace unos 10.000 años, cuando el fin del Pleistoceno propició la extinción de numerosos mamíferos y la desertización de grandes territorios, menguando las fuentes tradicionales de alimento provenientes de la caza y la recolección. La necesidad se convirtió en motor de cambio, y así, aprendieron las gentes de la tierra a domar a las bestias y cultivar los campos, iniciando una nueva era para la Humanidad. La agricultura fue la columna vertebral sobre la que se articularon la gran mayoría de las culturas venideras, y han sido desde entonces los agricultores quienes han dado de comer al mundo, pese a haber sido casi siempre condenados al ostracismo y la invisibilidad.
 
Miles fueron las formas en las que los pueblos agradecieron a la tierra y a los dioses la abundancia de alimento o rogaron por él. Rituales con cánticos, danzas y sacrificios pedían o agradecían la lluvia, el sol y la cosecha. Gaia, la Madre Tierra, la Pacha Mama, ofrecía sus tesoros a quien bien la cuidaba y la trabajaba bien.  
 
Pero fue en Colombia donde los adoradores del becerro de oro ocuparon los tronos del poder, jurando lealtad a los nuevos dioses de la cosecha venidos del Norte, venerando los mandamientos del mercado y aplicando a rajatabla la doctrina salvacionista neoliberal. Los nuevos profetas llegaron al Sur para quedarse imponiendo siete bases militares como templo de culto al valor divino de la fuerza bruta, y prepararon el terreno mediante el Plan Colombia para el desembarco de las multinacionales en los cultivos del país.  
 
Los nuevos dioses exigían la precariedad y el hambre campesino como sacrificios humanos ante el altar del progreso, al tiempo que imponían las normas de su nueva inquisición: quedaba prohibido el almacenamiento de semillas naturales en pos delbeneficio monopolístico de Monsanto y sus apóstoles, al tiempo que se fomentaban los transgénicos y se eliminaban las barreras a la importación de alimentos producidos y subvencionados por los predicadores del libre comercio y la no regulación.  
 
Lo que no previeron los estrategas del imperio es que en los campos de Colombia  junto a las papas, el café y los frijoles, crecía con fuertes raíces la dignidad de un pueblo que nunca se dejó aplastar. Y salieron los campesinos a recibirles con las azadas en alto, y a su grito se unieron los hombres libres de toda la nación. Y marcharon con la cabeza bien alta mirando hacia el cielo, dejándoles claro a los profetas del progreso cuál era el único milagro para la cosecha en el que ellos se permitían creer: el sudor para trabajar la tierra, y la lucha para defenderla hasta el final.

 

 

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