Hoy serán millones los estadounidenses que disfruten de un suculento banquete con pavo y arándanos alrededor de la mesa familiar. Agradecerán a su dios la salud, el trabajo y el dinero, como agradecieron los antepasados la buena cosecha al final del duro y largo otoño.
También en la gran Casa Blanca del Norte, y en las lujosas mansiones donde duermen los dueños en la sombra del verdadero poder, habrá mucho que celebrar. Agradecerán a los dioses de la guerra el bastón de mando del mundo y el puño de hierro con el que fueron bendecidos, y brindarán por sus tanques y sus barcos y sus drones que matan sin remordimientos ni leyes y les salvaguardan el culo sin tener siquiera que manchar las botas de sus soldados. Brindarán por sus privilegios levantados sobre montañas de muertos ajenos y agradecerán a la justicia ciega y al libre mercado que nuestra crisis haya sido un éxito rotundo para sus bolsillos. Darán las gracias también al azar, a la suerte, o a la estupidez humana, de que los pueblos sumisos no se decidan a alzarse en cada punto del planeta y de una vez por todas contra la tiranía y el saqueo global.
A quien nadie agradecerá nada es a los nativos norteamericanos que, según numerosos estudios, dieron origen a esta antigua tradición. Se cuenta que cuando los primeros colonos llegaron a Plymouth, lograron sobrevivir al hambre y al frío gracias a la solidaridad de los nativos que les recibieron con los brazos abiertos y les enseñaron a cultivar y pescar. Y fue entonces cuando, en agradecimiento a su hospitalidad, se les convidó a una cena en su honor que con el tiempo se convirtió en tradición.
El menú de la noche delata el origen censurado: El pavo, la salsa de arándanos, los camotes o el pan de maíz entre otros, son los alimentos tradicionales de los pueblos originarios. También son numerosas las imágenes históricas de Acción de Gracias en las que aparecen indígenas compartiendo la mesa para cenar.
La historia oficial, desde el poder escrita y por sus altavoces aleccionada, prefiere atribuir y agradecer a los dioses de los cielos lo que la solidaridad y el trabajo de los pueblos hermanos creó. No vaya a ser que algún ciudadano pregunte, curioso o desconfiado, qué ocurrió después con los hospitalarios nativos. Y que alguien, con la cabeza gacha y la voz quebrada, tenga que reconocer que se les exterminó.