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A unos, “época de oro”, a otros, “la mano dura”

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A unos, “época de oro”, a otros, “la mano dura”

   ¡Hola! ¿Qué tal?

 

   En el mes pasado mi atención fue atraída por las declaraciones de los tres líderes de América Latina. Uno saliente, otro que todavía tiene tiempo para terminar su mandato, y un tercero recién elegido.

   Primero el presidente de Brasil, Luis Inacio Lula da Silva, ante las cámaras de televisión el 9 de junio dijo con alegría que “vivimos en una era dorada en este país”. “Brasil merece este crecimiento exuberante”, agregó. Su optimismo aunque parece ser un poco exagerado, se basa en el hecho de que el país confirmó su liderazgo económico en América Latina. En el primer trimestre de 2010 sus índices, según la estadística oficial, mejoraron con mayor rapidez que durante los últimos 14 años, teniendo como fondo el crecimiento de las inversiones y de la demanda interior. La economía brasileña que ahora ocupa el octavo lugar en el mundo, mostró el crecimiento de 9 por ciento en comparación con el primer trimestre de 2009, cuando todavía sufría las consecuencias de la crisis económica global. El PIB creció en 2.7 por ciento. El nivel actual de la expansión brasileña se puede comparar con el de China. Aquí hay que subrayar que el “gigante tropical” es dirigido durante últimas décadas por los centristas y los de izquierda, que utilizan las recetas de la socialdemocracia y que por eso logró alcanzar una eficaz coacción tanto con el capital, como con el trabajo, y no muy rápidamente, pero seguro resuelve los problemas sociales agudos y lucha con un éxito tal vez modesto contra la pobreza, la miseria y el hambre.

“Vivimos en una era dorada en este país”

   El día 17 de junio, el gobierno brasileño declaró que piensa disminuir a la mitad la cantidad de los pobres durante los últimos cuatro años, es decir durante el próximo mandato presidencial y aumentar las pensiones a un 7.7 por ciento, comparando con el 6.4 por ciento del cual Lula habló antes. Según los pronósticos de la Fundación Getulio Vargas, de los 30 millones actuales de brasileños que no tienen posibilidad de satisfacer sus necesidades básicas, para 2014 quedarán nada más que 15 millones y para ese año sólo al 8 por ciento de la población se le podría considerar como pobres. Hay que recordar que nada más ocho años atrás, 50 millones de ciudadanos del Brasil, de 190 millones, vivían bajo condiciones de pobreza. Desde aquel entonces más de 20 millones de personas superaron su barrera y pasaron a la parte baja de la clase media. Esos resultados fueron logrados gracias a varios factores. Primero, durante los ocho años pasados fueron creados 12 millones de nuevos y permanentes lugares de trabajo y se aumentó en 53 por ciento el salario mínimo de los trabajadores. Además, el gobierno de Lula  realizó una  política de ayuda social a las familias necesitadas. Ahora se elaboran proyectos de construcción de millones de viviendas en el futuro próximo, que también aumentará la cantidad de los puestos de trabajo. La oposición de inmediato llamó a las declaraciones del presidente saliente de  “maniobra electoral”. Bueno, no es la peor manera.

   De otro lado está creciendo la autoridad de Brasil en el escenario internacional. De esto hablan, como mínimo, el que el presidente de Estados Unidos Barak Obama ya está escuchando a Lula como representante de toda América Latina; la participación cada día más activa de Brasil en las actividades del cuarteto BRIC y con la ayuda de este en el G-20 de las potencias más importantes del mundo. Esa fue la primera noticia, la buena.

   Pasamos a las otras. Tuvieron lugar las elecciones presidenciales en Colombia,  torturada por el conflicto armado interior durante medio siglo. Hablando de esta nación, hace mucho que ya no se piensa en su café excelente, sino en los crecientes volúmenes de narcotráfico y de violencia sangrienta ya acostumbrados. Las elecciones regulares que son el orgullo de la clase dominante de Colombia, que piensa que es la “prueba de la existencia de la democracia” no dan los cambios necesarios y no son el mecanismo de la solución ni de los problemas mencionados, ni de las cuestiones sociales. El país tiene a poco el más elevado nivel de desempleo en la región. Eso prácticamente no da oportunidades a su juventud para sobrevivir más que  tomar las armas, las cuales se pueden obtener o ingresando en las filas de la guerrilla izquierdista, o en el ejército y la policía, o en los grupos de paramilitares de derecha, o en las pandillas de los narcotraficantes, que a pesar de la guerra entre sí, muy a menudo están relacionados unos con otros, inclusive a nivel de contactos personales.

   Por eso fue lógico que en las elecciones de junio no participaron hasta 60 por ciento de los electores registrados. Y no sólo por la fuerte lluvia en el día de la votación, ni por el campeonato mundial del fútbol. De casi 30 millones de colombianos que tienen derecho al voto, menos de nueve millones de personas, es decir cerca de 30 por ciento eligieron al candidato ganador, Juan Manuel Santos, que fue el duro ministro de defensa en el gobierno del saliente presidente de derecha Álvaro Uribe. Sólo estos tres de diez electores potenciales apoyaron a Santos, considerando que es necesario seguir con la política de “seguridad democrática”, es decir la militarización del país, que llevaba a cabo Uribe en los hombros del cual está el presidente electo.

   A pesar de eso, ya en su primera declaración después de las elecciones, el ganador dijo sin modestía excesiva que desde agosto (es decir, desde el día de la toma de posesión) empezará “una nueva era en la historia de Colombia”. Pero lo más importante fue lo siguiente: “No hay posibilidad alguna de diálogo”. Se trata de las negociaciones con los rebeldes de las FARC izquierdistas, a la cual “seguiremas enfrentando con toda dureza y firmeza”. “Yo sé cómo combatirlos”, subrayó Santos, que cuenta con varios operativos militares eficaces contra la guerrilla. Esas palabras no dejan ninguna esperanza a las amplias fuerzas sociales del país que insisten en el cese del fuego y en los contactos humanitarios con los insurgentes. Al mismo tiempo, el presidente electo declaró sin entrar en detalles que su gobierno va a sacar de la pobreza a siete millones de colombianos (de la población total de 45 millones) y a cuatro millones de la indigencia. Pero sus adversarios, basándose en la experiencia triste del gobierno anterior ya llamaron esto “la mala literatura de ficción”.

“Sé cómo combatir a los de la FARC”

   Ahora yo estoy recordando un artículo publicado hace unos años en nuestra revista LATINSKAYA AMERIKA. Su autor fue el “presidente de la mano fuerte” Álvaro Uribe Vélez. El título de este ensayo fue “El sentido común. América Latina: ni neoliberalismo, ni estatismo, ni la derecha, ni la izquierda”. El autor decía que están muy equivocados los que con la fórmula envejecida de neoliberalismo tratan de dividir a nuestros países en neoliberales y socialdemócratas y que tratan de atar a ellos o a Adam Smith, o al burocratismo. En vez de esto vale la pena llamar la atención al nivel de solidaridad que se logra en el país con la integración de los sectores estatales, privados y sociales. ¡Palabras de oro! ¿Pero, hasta qué grado éstas corresponden a la realidad colombiana de nuestros días? Y ¿cómo va a realizarlas el seguidor y el heredero del líder saliente, en el caso, claro, de que esté de acuerdo con ellas? Pues al señor le hace falta mejorar las relaciones con tales regímenes vecinos de izquierda, como el venezolano y el ecuatoriano.Y sin olvidar la atracción de la experiencia brasileña que, sin duda alguna, se examina tanto por la izquierda, como por la derecha en la misma Colombia. ¿O todas las esperanzas de Bogotá oficialmente van a seguir, entre otras cosas, relacionadas con las siete bases militares de los Estados Unidos en el territorio colombiano, que no provocan ningún entusiasmo en América de Sur? ¿Y qué va a hacer con Colombia el Sr. Obama, el presidente de EE. UU., el consumidor más grande de los narcóticos colombianos?

   Y por fin, quiero mencionar el dramático mensaje televisivo a la nación del presidente de México, Felipe Calderón, de 15 de junio, cuando declaró que está en juego el futuro de 100 millones de mexicanos y que por eso es necesaria la participación de todos en la lucha contra el crimen organizado y contra los narcotraficantes. A juicio de Calderón, todo se agravó en 2004, cuando en Estados Unidos se levantó la prohibición de vender armas de asalto y los narcotraficantes mexicanos comenzaron a traer este tipo de armamento desde el país vecino para usarlo posteriormente para fines criminales. A pesar de todos los esfuerzos del gobierno de derecha que se realizan desde el momento del comienzo de la campaña militar contra los narcocárteles, hasta el momento sólo se puede hablar con seguridad de que esa guerra interior, empezada en 2006, nada más provocó la muerte de 23 mil mexicanos y que el país está perdiendo la gobernabilidad. Así, es resultado de 10 años de la gestión de la derecha del Partido de Acción Nacional, PAN, que conquistó el poder venciendo electoralmente al Partido Revilucionario Institucional, PRI, que gobernó durante más de 70 años y los líderes del cual en su tiempo hablaban de la necesidad de la democracia social.

“Hoy el país está una vez más a prueba”

   Hay mucho en qué pensar ahora que empiezan a hablar de la bajada de la “ola de izquierda” en América Latina y hasta pronostican el viraje del continente a la derecha. ¿Qué grado de riesgo puede traer un cambio semejante y dónde se quedaría el sentido común del electorado y de la clase política?

   Y ustedes, ¿qué opinan?

   Vladímir Travkin, e-mail: revistala@mtu-net.ru

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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