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México: modernización dosificada de la democracia (Segunda parte)

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México: modernización dosificada de la democracia (Segunda parte)

¡Hola! ¿Qué tal?

Continuando el tema, el Dr. A.Borovkov escribe que hay que reconocer que el sistema político mexicano en todo el período posrevolucionario tampoco estuvo estancado y evolucionaba siempre hacia su democratización. Pero esta democratización se implementaba por etapas, de una manera dosificada. Para tal efecto servía la ideología de la Revolución permanente, la que no suponía de ninguna manera el proseguimiento de la Revolución como prolongación de la violencia, sino como transformaciones permanentes, continuas y pacíficas, dirigidas al perfeccionamiento del sistema político, económico y social para hacer realidad los ideales de la Revolución.

Como instrumento principal en ese camino intervenían las reformas constitucionales y electorales. Desde el año 1946 se introducían diferentes enmiendas en la Constitución y en el Código electoral, pero las más importantes han sido las de 1971, 1973 y 1977. Lo característico de todas esas reformas era que no copiaban a ciegas las normas electorales ajenas, sino eran una respuesta a los cambios concretos que sucedían en el país.

El bloque partidario–gubernamental reaccionaba de manera bien flexible a la situación y trataba de adoptar el sistema político a las nuevas condiciones manteniendo al mismo tiempo su control sobre la oposición. Eso durante varios decenios aseguraba la estabilidad política y el desarrollo económico sostenido. Pero la táctica de democracia dosificada no pudo servir eternamente.

Las reformas neoliberales de los años 80-90 han cambiado bruscamente el proceso paulatino de la modernización política en México. La liberalización en la economía requería objetivamente la democratización política. La táctica anterior ya no pudo satisfacer a la sociedad mexicana. Las dos fuerzas principales de oposición que eran El Partido Acción Nacional (PAN) y el Partido de la Revolución Democrática (PRD) siendo oponentes mutuos actuaban juntos en sus reclamos de democratizar el sistema político en general y el sistema electoral, en particular. Todo eso sucedía en condiciones de achicamiento de la base social del bloque gobernante como consecuencia de pesados resultados sociales, que trajeron las reformas neoliberales, de su desacreditación con actos de corrupción y vínculos con el narcotráfico, de desconfianza por parte del electorado mexicano que se inclinaba cada vez más hacia la oposición.

Tampoco debemos omitir la importancia de los factores externos. En condiciones de la crisis de deuda externa sin precedentes las transformaciones tanto económicas como políticas se implementaban bajo fuertes presiones por parte de los Estados Unidos, el principal acreedor de México. Nunca antes el sistema político mexicano, y en particular su legislación electoral, se sometían a una avalancha semejante de críticas por parte de los norteamericanos como en los años 80 – 90. Como resultado, la modernización del sistema político mexicano en estos años se implementaba con ritmos mucho más acelerados que en todo el período posrevolucionario.

Las reformas constitucionales y electorales de 1989-1990, de 1993, 1994 y sobre todo de 1996 significaban importantísimos pasos, y al siglo XXI México se acercó con un sistema político radicalmente democratizado, con el Instituto Federal Electoral autónomo y con el Tribunal Electoral independiente, con un nuevo Código electoral que ofrecían condiciones óptimas para la competencia electoral de las fuerzas políticas y para el “voto efectivo”, que era uno de los lemas de la Revolución. Todo eso ha permitido acabar con el sistema político unipartidario y establecer el sistema tripartito donde los representantes de los tres partidos principales juegan un importante papel en los poderes tanto legislativo como ejecutivo.

Al entrar en el nuevo siglo México hizo otro viraje importante en su historia. Se ha puesto fin a la gobernación incesante de 83 años de un solo partido, del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Por primera vez en todo el período posrevolucionario a la presidencia del Estado llegó el representante del partido opositor, el PAN. El electorado mexicano estaba ansioso de los cambios en los escalones corruptos del poder desacreditado. Un importante papel en la contienda electoral del año 2000 había jugado también la carisma personal del candidato del PAN Vicente Fox.

No obstante debemos reconocer que todo eso se hizo posible gracias al nuevo sistema político y al nuevo Código electoral por cuya democratización durante largos decenios luchaban todas las fuerzas opositoras, entre las cuales el PAN tradicionalmente estaba en las primeras filas.

A lo largo de los diez años de gobernación de este partido se han emprendido muy importantes pasos dirigidos al perfeccionamiento del sistema del Estado de derecho. Pero en este caso, a diferencia de los años anteriores, dicho proceso se efectuaba no tanto por la presión desde abajo como por iniciativas desde arriba. Una gran importancia ha tenido la reforma de las instituciones públicas, Ley sobre los derechos y la cultura de la población india, Ley federal sobre la transparencia y el acceso a la información. Se han ampliado los derechos autónomos de los estados y municipios. En el año 2007 fue aprobada por el Congreso la nueva reforma electoral y en 2008 el nuevo Código Federal de Instituciones y Procedimientos electorales (COIFE). En el mismo año 2008 se aprobó la nueva reforma judicial. Actualmente se están debatiendo nuevas enmiendas al Código electoral propuestas por el gobierno del presidente actual, también del PAN, Felipe Calderón, entre las que está prevista la segunda vuelta de votación. Esta enmienda tiene suma importancia en la actualidad, pues la práctica de los últimos años ha demostrado que la victoria se concede al candidato con una mayoría insignificante de votos obtenidos en las elecciones.

Al hacer el resumen podemos decir que a lo largo de todos los 200 años el sistema político mexicano iba evolucionando hacia la democratización, pero los pasos más enérgicos en esta dirección fueron emprendidos en los últimos tres decenios, lo que ha permitido a México ocupar en el nuevo siglo un digno lugar entre los países con el sistema político moderno y democráticamente desarrollado.

Por supuesto no pretendemos idealizar lo que se ha logrado en México. La vida no se detiene y plantea nuevas tareas y nuevos retos que demandan nuevas reformas. Sin embargo la experiencia de México, sus avances y retrocesos en el largo camino de transformaciones democráticas representan sin duda un interés no sólo científico sino también práctico para aquellos países, que están modernizando su sistema político, que todavía no están librados del dominio de un solo partido, del presidencialismo y hasta el dedazo. Y ha de reconocer que Rusia en este caso tampoco es una excepción.

Así termina su trabajo el politólogo ruso Dr. Anatoly Borovkov.

Pero ahora, cuando cada día llegan las noticias de las batallas de narcoguerra en México, a mi me parece que el enfoque del autor es un poco más optimista que realista. En particular, se trata del uso excesivo de la palabra “democratización”.

Y ustedes, ¿qué opinan?

Vladímir Travkin, e-mail: revistala@mtu-net.ru

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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