El presidente salvadoreño Nayib Bukele irrumpió en la escena política nacional con la consigna explícita de romper con décadas de bipartidismo en las que los izquierdistas del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) se alternaban en el poder con los conservadores de la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA).
Sus promesas de combatir la corrupción institucional y la criminalidad, de impulsar a El Salvador hacia el futuro y de proyectar al país internacionalmente se granjearon en 2019 la confianza de un electorado que, a día de hoy, sigue mostrándose satisfecho de su decisión mayoritaria.
Sin embargo, es una figura controvertida que genera abundantes recelos dentro y fuera del país, y sobre la que también llueven abundantes críticas, tanto por su perfil populista como por sus movimientos de carácter cada vez más autoritario. Sus detractores también recelan de sus buenas relaciones con Washington y le acusan de negociar con las maras para obtener réditos políticos de cara a las próximas elecciones legislativas y municipales, previstas para febrero de 2021.
La etiqueta de "dictador"
El antropólogo y analista político Marvin Aguilar trae a este debate una de las controversias más frecuentes sobre el presidente salvadoreño, señalando que sus adversarios difunden "la idea equivocada" de que Bukele es un dictador. "Se equivocan incluso en el concepto de dictador: Bukele no es un dictador, es un autócrata, que por el respaldo popular que tiene está haciendo un gobierno de concentración nacional", sostiene Aguilar.
La confusión y el abuso del término lo aclara el politólogo y periodista Ricardo Avelar, al señalar que "nadie esperaba que Bukele revelara tan rápido ese lado tan autócrata", por lo que considera normal que en el discurso de la oposición sea frecuente acusarle de que "es un dictador". "Pero yo creo que eso le hace mal al país –continúa Avelar–, en el sentido de que un sobrediagnóstico es tan peligroso como un subdiagnóstico, por lo que estar tirando la etiqueta de dictador solo por tirarla, lo que va a acabar logrando es que se genere una caricatura".
Nayda Acevedo, directora del Centro para la promoción de los Derechos Humanos Madeleine Lagadec, señala por su parte que Bukele "es un presidente con mucha aprobación de la población salvadoreña, que no necesariamente busca un ejercicio de participación y de interpelación hacia él como presidente", pero por otra parte "es un presidente débil institucionalmente, porque no cuenta con un partido político oficial establecido en la Asamblea Legislativa".
¿Continuación o ruptura con el bipartidismo?
Sobre su intención de ser un agente renovador en la dinámica política del país y terminar con la alternancia bipartidista, los participantes en esta tertulia tienen visones variadas.
Para Avelar, "es un Gobierno muy publicitario" y Bukele, "más que una persona o un presidente es una marca", un líder "que no aparece en todo momento pero cuando parece lo hace con mensajes supercuidados".
El politólogo continúa explicando que "a Bukele tampoco le interesa generar una Presidencia en la que haya consensos y diálogo político", porque "sigue alimentándose muy bien de la confrontación", y además cree que "la oposición también se acostumbró en El Salvador a funcionar de esta manera". "Lo que estamos viendo –concluye Avelar en este sentido– es una continuación de lo que hemos estado viendo durante muchísimo tiempo: cambia la estética, cambian las formas, el presidente Bukele es mucho más hábil en redes y eliminando el discurso del contrario, pero lo que tenemos es un poquito lo mismo".
Para Nayda Acevedo, la gestión del mandatario salvadoreño se resume en "un ejercicio populista, un mensaje claro y contundente con un elemento antagónico permanente", pero en su opinión "no tiene una posición lo suficientemente sólida" como para ejercer un contrapeso real frente a sus adversarios en los distintos debates públicos.
"El error de la oposición de Bukele –señala por su parte Marvin Aguilar– es que no han logrado ponerlo frente a la población como el monstruo que ellos dicen que es". Este antropólogo define a Bukele como "el artefacto que construye el pueblo para desquitarse, para castigar a la derecha y a la izquierda que lo gobernaron durante treinta años".
Aguilar proyecta en ello una gran carga de responsabilidad para el presidente: "La corrupción a este país le ha costado 40.000 millones de dólares en 30 años, y Bukele está obligado a cambiar eso", afirma, asegurando que "si no lo hace, en el 2024 comenzará a sufrir por la factura pendiente de lo que el pueblo esperaba que él hiciera".