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Siria: Historia de una infancia rota

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Años atrás, un documental de RT sobre la infancia en Siria en tiempos de guerra nos presentaba a Leith, un niño de cinco años que presenció la muerte de casi toda su familia a manos de los terroristas del Estado Islámico. Hoy Leith bien puede verse como el símbolo de un país que lucha por salir adelante y mirar al futuro con esperanza. Y al igual que él, aunque resulte doloroso que la memoria conserve abiertas las heridas, acaso también evite que se repita la tragedia de los últimos diez años.
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La crisis en Siria dio comienzo en la estela de lo que se conoce como Primavera Árabe, una oleada de protestas antigubernamentales que se extendieron por Oriente Medio y el norte de África. Aquí, en Siria, la crisis desembocó en una guerra a gran escala entre distintas fuerzas internas y con varias naciones extranjeras apoyando a bandos opuestos, en donde el precio más alto lo ha pagado la población civil del país

Leith es uno de los millones de niños sirios afectados por este conflicto armado de diez años de duración que, según diferentes estimaciones, se llevó la vida de unos 55.000 niños. De los que sobrevivieron, cerca del 90 % aún necesita ayuda humanitaria e incontables menores han perdido a uno o a ambos progenitores.

María Finóshina, la productora del documental 'Niños de Siria: una infancia entre balas', nota que entre las historias que escuchó le conmocionó mucho la del pequeño Leith. Vivió cosas que ni siquiera los adultos podrían sobrellevar. Su familia fue asesinada frente a sus ojos cuando tenía cinco años. "Originario del norte de Siria, tuvo que huir hasta aquí, a la ciudad de Homs, después de que esa parte del país fuera ocupada en el 2013 por el Estado Islámico, grupo terrorista internacional que comenzó como una rama de Al Qaeda", cuenta Finóshina. Ahora Leith sigue viviendo con su abuela en la misma habitación de 12 metros cuadrados.

La abuela del niño contó que los terroristas mataron a su esposo justo a su lado y asesinaron a sus hijos y nietos en el cuarto vecino. No obstante, a ella no la mataron porque la necesitaban para canjearla junto a otras 19 mujeres por 120 de sus mujeres que estaban arrestadas. Tres generaciones de una familia grande y feliz vivían en aquella casa: Leith, sus padres, sus abuelos, sus hermanos y hermanas. Casi todos fueron asesinados en cuestión de unos pocos minutos. Fue una masacre sangrienta en la que solo dos personas sobrevivieron.

Según la abuela, durante estos años todo se ha reducido a pobreza, padecimientos, enfermedades. "Tengo dolores de cabeza casi todo el tiempo, me mareo. Tengo una enfermedad coronaria, una hernia cervical, problemas de vista. Mientras hablo con ustedes, noto que me falta el aire", comenta.

"En aquel entonces tenía de todo. Teníamos toda una granja. Cada año exprimíamos aceitunas. Nos salían 8 garrafas de aceite de oliva cada temporada, 20 kilos al año. No teníamos que comprar nada", relata la anciana, confesando que ahora no puede recordar aquella vida pasada sin sentir dolor.

El padre de Leith era militar y tanquista en la ciudad de Idlib. Combatió durante unos 8 o 9 meses. Pero cuando regresó a casa, los terroristas atacaron su localidad. "El día que los terroristas invadieron nuestro pueblo, queríamos ir a ver a la hermana de papá", recuerda Leith. "Entonces los terroristas entraron y nos rodearon. Para entonces ya habían matado a mamá y a los demás. Quedamos vivos solo mi papá y yo. Papá me untó sangre en la cara y el cuerpo para que los terroristas pensaran que estaba muerto", añade.

Leith estuvo tres días rodeado de los cuerpos de sus seres queridos. Luego fue encontrado y se lo llevaron a la ciudad de Al Rastan, donde pasó dos meses. Entre los yihadistas era una táctica común usar a rehenes civiles para intercambiarlos por compañeros capturados por el Gobierno sirio.

"Aunque ahora parece que estoy bien, no es así. Me duele el corazón por la familia que perdí", afirma la abuela de Leith. "Este niño me da fuerzas y una razón para superar las dificultades. Vivía feliz con sus padres, era el más pequeño de la familia. Solo tengo un deseo, le pido a Dios que me dé salud para poder criarlo hasta que sea adulto", añade la mujer.

Los cinco años que pasaron le ayudaron a Leith a aceptar poco a poco su dolor y asumir la pérdida. Por primera vez encontró la fuerza para contar su historia y expresar lo que siente. "Quisiera que estuviéramos todos juntos. Quisiera que estuvieran vivos y que estuviéramos juntos", comparte el niño. "Somos felices en el colegio, jugamos al fútbol. Vamos a clases y los maestros nos dan tiempo para jugar durante las lecciones. Todos mis compañeros me han preguntado por qué me filmaban", cuenta Leith.

Alrededor de cinco millones de niños nacieron durante el conflicto y ven la guerra como algo normal. A esos niños les han robado la infancia, los más jóvenes de Siria han pasado por muchas cosas, pero aún logran sonreír. Incluso cuando los adultos ya no son capaces de hacerlo.

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