Convertirse en el mejor en cualquier disciplina es una deseo admirable aunque en el deporte, al igual que en cualquier batalla, existe la tentación de obtener la victoria a cualquier precio.
Sin embargo, los resultados fantásticos no atrajeron la atención sobre el dopaje, sino los fallecimientos de atletas en la cima de su éxito. Más de 200 muertes entre 1975 y 1980 obligaron al Comité Olímpico Internacional (COI) a tomar cartas en el asunto y en 1999 apoyó la fundación de la Agencia Mundial Antidopaje (WADA, por sus siglas en inglés).
Cada año, ese organismo presuntamente independiente actualiza su lista de sustancias prohibidas mientras las compañías farmacéuticas, por su lado, promueven sus productos dentro de esa lista, pero los grupos de presión tratan de acabar con la competencia.
Se trata de un mercado con ventas de decenas de millones de dólares que ha provocado que casi ninguna competición internacional importante termine sin escándalos y ,al mismo tiempo, que el sistema antidopaje crezca rápidamente.
Juego sucio
Segú el código de la WADA, "el dopaje va en contra del principio del juego limpio". Sin embargo, hay una contradicción: el sistema TUE (Exenciones por Uso terapéutico) permite excepciones a ciertos deportistas que cuentan con el permiso de esa organización.
Esta información confidencial fue revelada por el grupo de 'hackers' Fancy Bears, luego de que algunas victorias de campeones olímpicos estadounidenses causaran sospechas. Según los documentos filtrados, más de 200 deportistas de EE.UU. recibieron permiso para usar sustancias prohibidas con propósitos terapéuticos.
"Una prueba puede fácilmente detectar la presencia de una sustancia, pero cuando tienes permiso para usarla es otra cosa. Todo se reduce a inventarte una lesión", afirmó al respecto el danés Michael Rasmussen, campeón mundial de ciclismo de montaña en 1999.
Si no fuera por esos piratas informáticos, el mundo nunca habría conocido la magnitud de las exenciones terapéuticas.
La WADA contra Rusia
La historia de las campañas antidopaje se puede dividir en dos períodos: antes y después de 2014. Tras los resultados exitosos de Rusia en los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi, la WADA encontró a su monstruo y le declaró la guerra. No solo a un atleta, sino a un país entero.
El exdirector del laboratorio antidopaje de Moscú, Grigori Ródchenkov, fue acusado por la WADA de haber destruido más de 1.400 muestras de dopaje tres días antes del control. Renunció a su cargo y se fugó a Estados Unidos a finales de 2015. En los meses posteriores, concedió entrevistas en las que acusó a los más altos funcionarios rusos de instigar al uso del dopaje para triunfar en Sochi.
Sus declaraciones sirvieron de fundamento para que la WADA certificara un informe realizado por el experto independiente Richard McLaren, que llevó a la suspensión de algunos atletas rusos en los JJ.OO. y Paralímpicos que Río de Janeiro (Brasil) organizó en 2016.
"Está lejos de asegurarse que el deporte sea limpio y honesto"
El exciclista británico Dan Stevens opina que el objetivo principal de la existencia de la industria antidopaje "está lejos de proteger a los deportistas o asegurarse de que el deporte sea limpio y honesto".
Stevens subraya que está llena de contradicciones, no es transparente y se basa en "motivos políticos" para formar "una actitud negativa hacia ciertos países" y "manipular el medallero" de los JJ.OO.
En definitiva, concluye que "debe desaparecer" y hay que crear otra "desde cero", porque "está lejos de proteger a los atletas o asegurarse que el deporte sea limpio y honesto".