En la bahía de Krashenínnikov, en la península de Kamchatka (Lejano Oriente ruso), se ubica una de las bases más modernas de la Armada rusa. Aquí fondea el 'zar' de los submarinos rusos, el Vladímir Monomaj, su hermano gemelo, Alexánder Nevski, y el submarino nuclear Podolsk. Pero el protagonista de este episodio es el submarino de misiles balísticos Sviatói Gueorgui Pobedonósets, parte del Proyecto 667. Algunos escépticos dirán que no es el más moderno, y tendrán razón, pero, a día de hoy, el Proyecto 667 es el principal caballo de batalla de la tríada nuclear rusa.
El Gueorgui Pobedonósets lleva 37 años de servicio. Su tripulación es de 141 personas distribuidas en diez secciones y a bordo hay un total de 16 misiles. Durante los lanzamientos, el sumergible se hunde un poco para expulsarlos en perpendicular a la superficie del agua. La idea de colocar los silos en vertical fue implementada por primera vez por Rusia en el Proyecto 667. Además, también fueron los primeros en solucionar el grave problema de lanzar un misil tan grande desde el agua en vez de desde la tierra. Así nacieron los misiles R29. Son un poco más cortos que los misiles balísticos Tópol, pero tienen su mismo alcance: 9.000 kilómetros.
En caso de tener que disparar desde debajo del hielo, el submarino cuenta con medios técnicos para detectar un claro en el agua helada, emerger y disparar. Si no hay claro, es posible romper la superficie con técnicas especializadas y realizar el lanzamiento.
Los oídos más agudos del océano
El mayor peligro para un submarino no son sus misiles, sino los del adversario. Por eso es tan importante ser el primero en detectar al enemigo en las profundidades o, mejor dicho, oírlo. Para eso, los submarinos cuentan con potentes sistemas hidroacústicos instalados en la proa.
No obstante, a veces la popa es más importante. Pocos saben que en el mar los submarinos arrastran tras ellos una gran cola de cables y alambres. Se trata de un sonar remolcado flexible que cumple dos funciones: por una parte, permite detectar objetos en la zona que el sónar principal no logra registrar. Además, se mueve a bastante distancia del submarino, por lo que el ruido del portador es mínimo y al ser esta cola flexible y gelatinosa, las vibraciones se reducen y no hay interferencias.
Un hogar bajo el agua
Cada camarote de los submarinistas rasos cuenta con seis literas cubiertas con mantas. Durante la navegación autónoma, a cada submarinista le dan una sábana de un solo uso, una funda de almohada, una toalla, una funda de manta y ropa interior. A pesar de que son 100 % de algodón, a los siete días de uso, todas la prendas son destruidas.
El submarino cuenta con una unidad de desalinización de agua y cada persona se baña una vez a la semana. Por tratarse de un submarino nuclear, hay una ducha especial en caso de que los tripulantes se vean obligados a trabajar expuestos a la radiación.
Para suplir las necesidades alimentarias de la tripulación, además del plato principal, cada integrante recibe al día 100 mililitros de vino, cinco gramos de caviar de salmón y 15 gramos de chocolate.