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Perú: Maldición narco en la selva

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En Perú, las venas del Amazonas alimentan de droga procedente de la selva no solo a los países tradicionalmente consumidores, como Estados Unidos, sino también al propio Perú en una espiral autodestructiva que nadie sabe muy bien cómo atajar. La cocaína circula en grandes cantidades rumbo al extranjero, y en pequeñas dosis por las calles del país. En lo que a los narcotraficantes respecta, poco importa quién consuma o por qué, pues no hay vida rota que no acabe reportándoles un beneficio.
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Perú es una nación rica en recursos naturales cuyo territorio abarca sierras y parte de la Amazonia. Posee costas al océano más extenso y al río más caudaloso del mundo. Su gente podría vivir orgullosa de ello, pero detrás de esta belleza se esconde un flagelo que destroza vidas: el narcotráfico.

El país es el segundo mayor productor de cocaína del mundo. La droga nace en la selva y se extiende por las venas de la nación en búsqueda de consumidores dentro y fuera de sus fronteras.

El destino de la droga que sale de aquí sigue amplias y variadas rutas: México, Estados Unidos, Bolivia, Brasil y Argentina son los destinos más frecuentes en la región. Pero la cocaína peruana llega incluso hasta España, Países Bajos, Rusia y algunas naciones asiáticas.

Víctimas cada vez más jóvenes

Este negocio ilegal golpea con fuerza a todo Perú, pero este impacto es más contundente al interior del país, donde el acceso a la educación, la asistencia médica y el trabajo son insuficientes. Uno de esos lugares es Iquitos, que se ubica a las puertas de la selva amazónica y el río que le da nombre. La ciudad vive desde hace décadas con el fantasma de los estupefacientes entre su población.

Guillermo Feldmuth Cánovas, un vecino de Iquitos y exadicto que actualmente ayuda a otros jóvenes con el mismo problema, compartió con RT su experiencia.

"Yo inicié, como muchos, a temprana edad, pero tampoco tanto como ahora", cuando "los inicios de una adicción son a los 11 o 12 años" y "el experimentar con sustancias cada vez se hace a menos edad", expresa.

"Yo comencé a los 17 años y con marihuana. En ese momento era deportista, era muy responsable", prosigue su relato. "Parte de la raíz de mi problema es que yo sufrí abuso sexual cuando era muy niño", confiesa, añadiendo que "el adicto comienza para sentirse bien, aliviar dolores emocionales, pero termina consumiendo para no sentirse mal".

Camino sin salida

En cuanto a la realidad actual, Guillermo denuncia que no existe en el país andino un plan que ayude a las personas que caen en la adicción a salir de ella.

"Yo puedo decirlo con conciencia, porque los sitios de venta y consumo tienen 20, 25, 30 años en el mismo sitio", explica, lamentando que "acá se sabe perfectamente que el país está pasando por una crisis moral, una crisis de autoridad, decepción". Y añade: "Esa es la realidad. Es muy fácil decir que esta es la problemática, pero uno no puede ser el asesino y la víctima a la vez. Acá las víctimas son esa juventud".

"Perú era productor y se hizo consumidor" y la falta de acción de las autoridades ante el problema tiene consecuencias nefastas. "Acá el camino de la adicción es cementerio, hospital o manicomio", concluye Guillermo.

El narcotráfico en Perú funciona a través de un círculo vicioso del que por ahora no se vislumbra salida. Las personas acceden a la pasta básica de cocaína con relativa facilidad, las leyes son permisivas con la posesión de cierta cantidad de droga, el Ejército se queja de los altos recursos que poseen los narcos y las autoridades miran hacia otro lado cuando se les pregunta. Lo único que queda claro es el daño irreparable a quienes caen en la adicción.

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