El fentanilo está invadiendo EE.UU. y dejando tras de sí un reguero de muerte. Su consumo ha aumentado de mantera alarmante y se estima que unos 200 estadounidenses fallecen cada día a causa de esta droga. Es más, la sobredosis de fentanilo es ya la primera causa de muerte en estadounidenses de entre 18 y 45 años.
Se trata de una sustancia que las autoridades sanitarias han determinado que es hasta 50 veces más potente que la heroína y 100 más fuerte que la morfina.
El Estado de California, el más rico del país, es la zona cero de esta epidemia. En Los Ángeles, una de las ciudades más afectadas, se encuentran barrios con calles repletas de adictos. Pero también ha causado enormes daños en muchos otros rincones considerados "normales".
"Lo encontré en su cama, con sus brazos cruzados sobre su pecho y vi que sus labios estaban azules y vi sus ojos..."
Así lo atestigua Alma Sánchez, que perdió a su hijo Deenilson Pelayo a los 19 años. Primero le hicieron bullying en el entorno escolar, luego llegó la pandemia de coronavirus y, con el encierro, tuvo depresión y ansiedad.
Su final llegó un día a las 8:00 de la noche, cuando se tomó una pastilla que le dieron y que contenía una dosis letal de fentanilo. Unos 20 minutos después de ingerirla, el joven fue encontrado inconsciente y los paramédicos no pudieron hacer nada para salvar su vida.
A partir de entonces, Alma comenzó a formar parte de una red de padres que perdieron a sus hijos a causa de esa droga. El fundador de ese grupo es Jaime Puertas, que tiene a las espaldas una historia similar.
"Cuando desconectaron todo, su mamá se metió en la cama con él, a sobarle su cabecita y yo le tenía su mano izquierda en mi mano y falleció"
Después de una noche en familia, Puertas fue a ver a su hijo en su habitación y lo halló con una sobredosis: "Lo encontré en su cama, con sus brazos cruzados sobre su pecho y vi que sus labios estaban azules y vi sus ojos... Horrible, lo que yo vi. Era espantoso", relata.
La dosis que tomó era mortífera y, pocos días después, Puerta y la madre del joven tuvieron que tomar la decisión más difícil de sus vidas: desconectarle de los aparatos que mantenían con vida a su hijo para que no sufriera más.
"Cuando desconectaron todo, su mamá se metió en la cama con él, a sobarle su cabecita y yo le tenía su mano izquierda en mi mano, y falleció a las cinco y ocho de la tarde, exactamente, el 6 de abril", narra.
La historia se repite. Graciela Vaez perdió a su hijo el día de su 17 cumpleaños, cuando en medio de la celebración alguien le facilitó una dosis mortal de fentanilo. María Ortega padeció la muerte de su hijo cuando el joven quiso comprar online una pastilla que supuestamente le ayudaría a escribir música y, en vez de eso, recibió la droga fatal.
En el otro lado se encuentra la marginalidad más absoluta, que mezcla pobreza, violencia y adicción y destroza la vida de familias y de comunidades enteras.
En San Francisco, en el corazón del barrio de Tenderloin, se encuentran calles enteras inundadas de tiendas de campaña, donde viven mayoritariamente los adictos. Allí se acumulan material fecal, jeringuillas, pipas de crack y aluminio con restos de fentanilo por la calle, como cuenta Darren, un joven activista que intenta ayudar a estas personas y que relata el problema de salud pública que conlleva la situación.
Sin embargo, a pocas calles se encuentran tiendas lujosas y calles limpias, lo que da cuenta de la gran desigualdad existente en la urbe y en el conjunto del país. En concreto, en California es evidente el contraste entre la opulencia de una parte de la sociedad y la más absoluta pobreza en que vive inmersa otra.
El panorama de San Francisco es similar en otras partes del país. En la costa este, Filadelfia es otra de las urbes más afectadas por una epidemia que va en aumento y que las autoridades no saben cómo frenar.