'Más cerca de lo que pensamos': ¿Cuál es el verdadero secreto de la felicidad?
"Si más de la mitad de las acciones que realizamos diariamente son por costumbre, es un plan inteligente escoger los hábitos correctos. Así, los buenos hábitos pueden ser el preludio de la felicidad", afirma el escritor Aaron Hutchins en la revista canadiense 'Maclean's'.
B.J. Fogg, director de investigación y diseño en el Laboratorio de Tecnología de la Persuasión de la Universidad de Stanford, revela tras sus 20 años de investigación del comportamiento humano que una de las principales claves de ser capaz de que un nuevo hábito autoimpuesto culmine, es poner el listón del mismo muy bajo.
"Aprendes algo tan pequeño que es fácil de hacer y no es necesaria la motivación para ello", sostiene Fogg. Así, por ejemplo, sostiene que establecer la realización de dos flexiones cada vez que se va al baño culminaría debido a que la demanda requiere un esfuerzo prácticamente insignificante y es muy probable que el sujeto que la realiza termine por hacer más flexiones de las prefijadas.
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La escritora Gretchen Rubin establece que "lo que hacemos cada día cuenta más que lo que hacemos de vez en cuando" y define a los hábitos como "la estructura invisible de nuestras vidas". Los estudios han demostrado que aproximadamente del 40 al 45% de las acciones que hacemos cada día son automáticas. "Si usted tiene hábitos que trabajen por usted, es mucho más propenso a ser más feliz, más saludable y más productivo", sostiene Rubin. Asimismo, es importante conocernos a nosotros mismos para poder aplicar y moldear la 'nueva costumbre' de forma óptima.
Desarrollar un buen hábito o romper con uno malo no es fácil, ya que no existe una solución única para el cambio de los mismos y sorprendentemente existe poco consenso acerca de la forma correcta en la que esto se debe realizar. En relación a esto, Fogg establece que "la velocidad de formación de un hábito es directamente proporcional a la fuerza emocional de la que vaya acompañado" y añade que "no tiene nada que ver con los 21 días" (en relación a la extendida creencia que sustenta que, ante cualquier cambio, nuestro cuerpo necesita tres semanas para aceptarlo y acostumbrarse).
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