Lo peor siempre fueron las moscas. El cosquilleo que le producían las minúsculas patas del insecto merodeando en su nariz era insoportable y no podía espantarlas. A sus 25 años, Modesta Bor (1926-1998) pensó que a su trepidante carrera como pianista le habían puesto, de golpe, una barra final: contrajo el síndrome de Guillian-Barré.
"Quedó cuadrapléjica", cuenta Domingo Sánchez Bor, el hijo de la compositora venezolana. En 1951, un año antes de presentar su examen final de piano en la Escuela Superior de Música "José Ángel Lamas", la compositora contrajo la enfermedad que deformó para siempre sus manos virtuosas.
El síndrome le dejó las extremidades casi inservibles y el tiempo que estuvo postrada en cama le robó la tonicidad de sus músculos. Su hijo, violinista y director de cine, recuerda que a Modesta "le quedaron las manos torcidas, el dedo anular y el medio un poco 'choretos'. Tenía que utilizar botines de tacón alto, apretados en los tobillos, porque eran tan endebles que hasta una simple piedrita podía hacerle mucho daño".
Volar en el piano
La rehabilitación fue un calderón que se extendió casi dos años. El proceso fue lento y doloroso, pero cuando empezó a sentir las reminiscencias de la motricidad perdida, se aferró a su instrumento: "Ella se sentaba frente al piano y pasaba horas y horas. Ahora que lo pienso, creo que le dedicaba tanto tiempo porque aunque casi no podía caminar, con la música podía correr, volar", asegura Domingo.
En ese vuelo con octavas de marfil, Modesta aleteaba sobre los atardeceres caribeños de su Juangriego natal, remontaba las bucólicas montañas de los Andes venezolanos y traducía en partituras los paisajes de un país profundo que empezaba a reconocerse musicalmente bajo el influjo de la Escuela Nacionalista. Se convirtió en compositora para sublimar la tristeza de no haber sido pianista.
Quien le dio el empujón para eso fue Vicente Emilio Sojo, director del Orfeón Lamas y uno de los precursores del movimiento artístico Renovación, que buscaba la materia prima de sus composiciones en la riqueza poética venezolana. Un día de 1953, refiere un ensayo sobre la obra de Bor, el maestro le llevó a Modesta un poema de Federico García Lorca para que le pusiera música.
"Cuando Modesta le regresa la tarea, el maestro le exige que la escriba para coro mixto. Para sorpresa de Bor, la obra Balada de la Luna, Luna fue estrenada por el Orfeón Lamas ese mismo año. De allí en adelante, Modesta Bor se dedica a la composición, apoyada además, por Juan Bautista Plaza y Antonio Estévez", precisa el ensayo del Cira Parra sobre la música coral en el país.
En julio de 1959, con la Suite en tres movimientos para orquesta de cámara, obtuvo el título de Maestro Compositor de las manos de Sojo, dice la biografía publicada por la fundación que lleva su nombre. En esos años, Modesta no sólo estudiaba, también enseñaba en escuelas primarias y secundarias de la capital. Pero en 1960 empacó sus maletas para ir a Europa.
"Yo tenía cinco años -narra su hijo- cuando ella viajó a una audición privada con el maestro (Aram) Jachaturián (...) Estaba empeñada en estudiar en el Conservatorio Tchaikovsky". La excusa para dar el salto hasta allá fue un viaje a Dinamarca, donde asistiría a un Congreso Internacional de Jóvenes Comunistas representando a Venezuela.
Cabeza caliente
El maestro Alberto 'Beto' Valderrama, una de las leyendas vivas de la bandola venezolana, dice que le debe buena parte de su formación musical a Bor, quien le impartía clases una vez al mes.
"Yo vivía en Margarita, me iba en ferry hasta Puerto La Cruz y después rodaba toda la noche para llegar en la mañana a Caracas. Salía del terminal de Nuevo Circo directo a la casa de Modesta. En la tarde me regresaba a la isla", evoca el intérprete con más de 50 años de trayectoria y autor de más de 200 piezas musicales.
Como él, varias generaciones de músicos del país disfrutaron las enseñanzas de la maestra, tan zurda, tan comunista, tan "cabeza caliente", que fue marginada por los gobiernos socialdemócratas, luego del derrocamiento del dictador Marcos Pérez Jiménez en 1958.
"Los adecos no la querían dejar trabajar, fue muy difícil, pero ella seguía dando clases y enseñando", afirma su hijo al recordar las temporadas de nómada en los pueblos de Venezuela, donde su madre desarrolló una labor docente que sentó los cimientos del canto coral en el país y aún lo sostienen.
Durante su carrera, que desarrolló completamente en Venezuela aunque ofertas y motivos le sobraron para irse, dirigió el Coro de Niños de la Universidad de Oriente, el coro de niños de la escuela de Música Juan Manuel Olivares, fundó el grupo vocal Arpegio, asumió la coral de la CANTV, se hizo cargo de la cátedra de composición José Lorenzo Llamozas, fue jefa del Departamento de Música de la Dirección de Cultura de la Universidad Central de Venezuela y en Mérida, la ciudad donde se estableció hasta su muerte, siguió su tarea de composición a la par de la docencia.
La resistencia la había aprendido desde antes, desde mucho antes. Ella sabía que estaba entre las grandes y lo aprendió a 10.000 kilómetros de Venezuela.
Protegida del titán
La leyenda dice así: En 1960, Modesta llegó a Moscú para una audición con uno de los titanes de la música soviética: Aram Ilich Jachaturián.
"Ella había compuesto una obra para viola y piano", rememora Domingo. Jachaturián le pidió a Modesta que la tocara y ella, con los dedos que aún podían correr sobre las teclas de marfil, ejecutó la pieza "y con la voz imitó el sonido de la viola".
El maestro "quedó tan impresionado con la obra, que le ofreció una beca del gobierno soviético para estudiar con él en el conservatorio Tchaikovsky (...) convirtiéndose en la primera mujer venezolana que toma estudios de música a nivel de post-grado en el exterior", dice el ensayo de Parra.
Sus maestros fueron Sergei Skripov, Natalia Fiodorova, Dmitri Rogal-Lwitsky y el propio Jachaturián, mientras aprendía lengua rusa con Nina Vlasova. "Ella fue la primera latinoamericana en egresar de ese conservatorio", apunta su hijo, "cuando regresó de allá, todos tenían que ver con ella".
Lo que más recuerda su hijo era la vanidad de las mujeres de Juan Griego, el pueblo de pescadores donde había nacido su madre: "Mi mamá llegaba con sus vestidos de Europa y cuando iba al mercado, todas se le acercaban para decirle 'ay, Modestica, ¡mira hasta dónde has llegado! ¿Dónde compraste esas telas tan bonitas?", y se ríe.
Pero ella siempre iba vestida de una tela invisible y rutilante, una que se veía con el oído.
Nazareth Balbás