¿Están los españoles hartos de los turistas?
España ha sido siempre un país acogedor con los turistas, y tal vez no se deba a meramente a la hospitalidad natural de sus gentes, sino a que la economía española depende en gran medida de su sector turístico.
Actualmente España se postula como uno de los destinos turísticos más atractivos de Europa y toda la zona mediterránea, debido en parte a la inestabilidad política de sus rivales directos (Túnez, Egipto y Turquía). El año pasado España recibió a 68 millones de turistas, y todo indica que este año se superarán los 70 millones.
Estas cifras deberían ser una buena noticia para el país. Sin embargo, parecen haber coincidido ciertos factores que están provocando algo así como una indigestión por exceso. Los primeros síntomas, al menos, están apareciendo: las pintadas "tourist go home" o las manifestaciones de asociaciones vecinales quejándose de la gran cantidad de pisos de alquiler turístico en sus barrios empiezan a revelar un notable cansancio entre la población de las localidades más frecuentadas (o castigadas) por el turismo.
Los vecinos del barrio barcelonés de La Barceloneta ejemplifican bien el calvario al que se ven sometidos a veces los habitantes de las localidades más visitadas por turistas. Hace menos de un año, en septiembre de 2015 se manifestaron en protesta contra la proliferación de pisos sin licencia que son alquilados a turistas, que en muchos casos provocan incidentes y actos incívicos.
En efecto, el turismo 'low cost' y la proliferación de pisos de alquiler turístico han abierto nuevas vías para la llegada de una cantidad ingente de turistas. Por un lado, la industria del turismo se afana en atraer turistas, pero por otro, las poblaciones locales y sus infraestructuras empiezan a estar al límite. Y no sólo es por cuántos turistas llegan, sino también, en ocasiones, por lo que hacen.
El turismo de borrachera
Uno de los fenómenos que más legitiman el hartazgo de la población española y su incipiente "turismofobia" es lo que se ha dado en llamar "turismo de borrachera".
Es frecuente que algunas localidades costeras del Levante español, como Salou, Gandía o Lloret de Mar reciban en temporada alta miles de turistas, en su mayoría jóvenes británicos, que por menos de 400 euros en total pueden pasar varios días de vacaciones. Sus programas de ocio incluyen ofertas del tipo 'pub crawling', rutas que permiten un consumo ilimitado de alcohol en los establecimientos locales por unos 30 euros: algo así como una tarifa plana para emborracharse. En sus países de origen, estos destinos se ofertan como promesas de fiesta y desenfreno, todo a precios 'low cost'.
Las consecuencias negativas son numerosas, y la irritación de la población local, comprensible. Es fácil imaginar el incómodo alboroto que pueden causar hordas de jóvenes borrachos a todas horas, el ruido, las peleas, los accidentes, y el desenfreno excesivo: en 2014, en la localidad mallorquina de Magaluf, una turista irlandesa de 18 años fue filmada en video practicando sexo oral a nada menos que 23 personas a cambio de alcohol. Este hecho trascendió y llamó por primera vez la atención sobre una realidad cuyo alcance empezaba a desbordar las peores previsiones. En ese mismo verano 7 turistas murieron por practicar balconing, es decir, por saltar entre los balcones de distintas habitaciones de hotel, o directamente del balcón a la piscina.
Asociaciones vecinales de todas las zonas de España afectadas por este tipo de turismo interponen denuncias y quejas a sus autoridades locales para combatir un problema que hasta ahora no ha tenido respuesta a nivel nacional porque, como señalábamos al principio de este artículo, la economía española tiene en el turismo uno de sus motores imprescindibles, y aún no se han generado alternativas válidas que permitan prescindir definitivamente de esto que podríamos considerar una perversión de la oferta turística.
En Barcelona hay incluso una Asamblea de Barrios Afectados por el Turismo. Uno de sus miembros, en declaraciones al diario 'El Mundo', explica que "es difícil no tomarla con los turistas, aunque sea internamente y en silencio, porque están por todas partes. Sólo pasando por este sufrimiento de las molestias que dan pie a la "turismofobia" llegas a tomar conciencia de la profundidad del problema. Entiendo esa reacción, aunque cuando la racionalizas y desplazas el foco, te das cuenta de que el enemigo no es el turista, sino cierta industria turística sin escrúpulos que sólo busca el beneficio a costa de lo que sea". El problema va definiéndose con más claridad cada verano, y las muestras de hartazgo de la población también. ¿Estallará lo que algunos llaman ya 'la burbuja turística'?
David Romero