"Vivir en Corea del Norte era como vivir en el infierno", contó la joven Park Yeon-mi al canal australiano SBS. No había suficiente comida, a menudo faltaba la electricidad, no funcionaba el transporte público.
Pero de estos problemas, y de muchos otros, Park no se atrevía a quejarse ni siquiera para sí misma porque pensaba que el mandatario del país, Kim Jong-il, sabía leer la mente. "Nos enseñaron que tenía superpoderes", contó la joven. "Nunca lo dudé porque no conocía otra cosa".
No se atrevió a pensar negativamente sobre el régimen incluso cuando arrestaron y ejecutaron a la gente a su alrededor. "La madre de mi mejor amiga vio películas occidentales y surcoreanas. Lo llegaron a saber, la arrestaron y la ejecutaron en público", cuenta Park, que fue obligada a presenciar la ejecución. "No pude hacer otra cosa, si no iba hubieran apuntado mi nombre", dice Park, que en aquel entonces tenía 11 años. "Cerré los ojos e intenté no pensar".
Hace siete años la familia de Park huyó de Corea del Norte atravesando la frontera con China. Pero incluso fuera de Corea del Norte la joven seguía creyendo que Kim Jong-il la podía alcanzar. "Aunque había huido, no me permitía pensar cosas negativas sobre el régimen", admite Park, añadiendo que tardaron varios años en acostumbrarse a la libertad.