En los alrededores del lago Eyasi, en las proximidades de la llanura del Parque Nacional Serengueti en Tanzania vive una de las últimas tribus de cazadores-recolectores de la Tierra: los Hadza.
El mundo de los hadzas es uno de completa libertad, algo que la sociedad moderna apenas se puede imaginar. Este pueblo vive sin reglas ni calendario. No conocen los aparatos electrónicos ni de ninguna otra clase de tecnología, los conocimientos necesarios para la recolección y la caza son transmitidos en forma oral, informa el 'Daily Mail'.
La tribu no tiene ceremonias de carácter religioso, no tiene leyes y tampoco cuentan con una moneda, lo más parecido a una actividad económica actual es el comercio ocasional por un par de pantalones cortos o sandalias con una tribu vecina.
Un equipo del rotativo británico compartió con la tribu la experiencia de vivir la caza de mandriles, una actividad realizada diariamente por los hombres del pueblo bajo un calor sofocante, entre espinosos arbustos, serpientes venenosas y leones. Pero de la caza depende la posibilidad de comer o pasar de hambre.
Al menos un millar hadzas aún viven en cuevas alrededor del lago Eyasi, justamente cerca de esa zona se encontraron las primeras evidencias fósiles más antiguas de los primeros homínidos.
El pueblo Hadza no participa en conflictos y no tiene ningún recuerdo de brotes de enfermedades infecciosas o malnutrición. Su población no ha superado nunca los números que no podría sostenerse de la caza o la recolección. Su régimen alimenticio es simple, depende de la caza de casi todos los animales de la zona, a excepción de las serpientes, que se capturan con arcos y flechas hechas a mano.
Su lenguaje se cree que es la lengua más antigua que todavía se habla: se trata de un dialecto rítmico marcado por sonidos como chasquidos y que no guarda relación con ningún otro idioma conocido en la actualidad.
De acuerdo con el tabloide británico, a diferencia de la población contemporánea, los hadzas gozan de gran cantidad de tiempo libre. Su 'trabajo' es la caza para la alimentación, a la que destinan alrededor de cinco horas diarias. Viviendo desde hace miles de años como lo hacían sus ancestros, esta tribu ha dejado una huella en su tierra, y representa lo que nuestra sociedad contemporánea ha perdido.