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Un recluso ruso pide la eutanasia porque padece una enfermedad mortal

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El recluso ruso Guennadi Uminski, que sufre diabetes, pide el derecho a la eutanasia. A sus 45 años, se ha cansado de vivir. Su enfermedad no ha tenido piedad de él. En solo 10 meses, ha perdido 60 kilos y casi toda la vista. Las úlceras en las piernas cada vez se le hacen más insoportables.
Un recluso ruso pide la eutanasia porque padece una enfermedad mortal

El recluso ruso Guennadi Uminski, que sufre diabetes, pide el derecho a la eutanasia. A sus 45 años, se ha cansado de vivir. Su enfermedad no ha tenido piedad de él. En solo 10 meses, ha perdido 60 kilos y casi toda la vista. Las úlceras en las piernas cada vez se le hacen más insoportables.

“No puedo estar sin calmantes”, dice. “Me paso el día sedado. Sin estas pastillas, sería incapaz de dar un solo paso.”

La enfermedad le ha privado de la poca libertad que le quedaba tras ser condenado a 18 años de prisión por homicidio y tráfico de armas. Ahora apenas puede caminar. De momento, se sirve de unas muletas. Pero los doctores creen que pronto tendrá que cambiarlas por una silla de ruedas. Harto de sufrir, sólo tiene un deseo: “Morir. ¿Qué más necesito? Antes era un hombre. Ahora, míreme, no soy ni medio.”

Hace dos años que no ve a su madre, ya que en el hospital de la prisión no se admiten visitas. Desde entonces ella sufre constantes ataques de ansiedad.

“Si se va, yo me iré con él”, afirma Raísa. “¿Qué sentido tendría entonces la vida? ¿Para quién viviría?”

La madre comprende el dolor de su hijo y sabe bien que su tortura va para largo, pues el tratamiento que necesita no lo recibirá entre rejas. Aún así, se niega a aceptar el destino, que Guennadi tanto desea.

Lo que para unos es una vía de salida lícita, para otros es inadmisible. En Rusia la eutanasia está prohibida. La ética y la moral son las dos mayores razones para los que oponen a esta práctica. Además, son muchos los que consideran que incluso los pacientes más graves pueden llegar a tener una recuperación milagrosa: razón suficiente para mantener la esperanza.

Yuri Sharandin, el jefe del Comité de Legislación del Consejo de la Federación, comenta: “Cuando pregunto quién podría matar, quién podría asistir un suicidio, nadie se ofrece. Incluso los defensores más fervientes de la eutanasia nunca han dicho que lo harían porque entonces se convertirían en asesinos. Ni las leyes rusas ni la legislación internacional ni las normas éticas justifican la eutanasia”.

Sin embargo, casos como los de Guennadi despiertan la compasión de numerosas personas, que no ven motivo para malvivir con un dolor crónico.

Por ejemplo, una de las más famosas defensoras de los derechos humanos en Rusia, Liudmila Alexéyeva, pregunta: “Si saben que van a sufrir el resto de su vida, ¿por qué se les niega la muerte voluntaria? Especialmente a quienes están en la cárcel. Recibo muchas cartas de presos que piden morir cuando ya no pueden con la vida. Las condiciones allí son horribles. Así que, ¿por qué no acceder a sus deseos?”.

Una pregunta a la que Guennadi sigue buscando respuesta desde la cárcel. A la espera de que la muerte llame a su celda.

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