Un nuevo error de la justicia estadounidense en ese sentido ha salido recientemente a la luz. Un tribunal del estado de Texas, en EE. UU., ejecutó por medio de una inyección letal a un hombre equivocado, según asegura el profesor de derecho James Liebman de La Universidad de Columbia en su informe de 400 páginas, publicado en la revista Human Rights Law Review.
Se trata del caso de Carlos de Luna, que fue condenado a muerte en 1989 por matar a puñaladas a un empleado de una gasolinera seis años antes. Entonces el juicio atrajo una gran atención mediática, pero nadie podía imaginarse que se estaba castigando a un hombre inocente, mientras que el verdadero asesino continuaba en libertad.
Tras acabar el análisis del caso de Carlos de Luna 29 años después, Liebman encontró una serie de pruebas que muestran que De Luna fue condenado en lugar de su tocayo y conocido Carlos Hernández, a quien además se parecía mucho.
Según el investigador, De Luna pagó con su vida un trágico error, una defensa débil y la desestimación de las palabras del propio procesado.
Condenar sin investigaciones exhaustivas
Durante su proceso en 1983, Carlos de Luna confesó al jurado que el día del asesinato se encontraba con Hernández, a quien conocía desde hacía cinco años. Los dos hombres, que vivían en la ciudad sureña de Texas Corpus Christi, estaban pasando el rato en un bar. En un momento dado, Hernández se fue a una gasolinera para comprar algo y como tardaba en volver, De Luna se acercó a ver qué sucedía.
Al ver a Hernández forcejeando con una mujer, De Luna, que entonces tenía 20 años, se echó a correr, porque tenía antecedentes penales por asalto sexual y temía tener problemas. Se escondió bajo un camión, donde fue encontrado y detenido por la policía 40 minutos después del asesinato.
El equipo de la defensa del sentenciado también adujo que el verdadero asesino fue Carlos Hernández. Pero los fiscales negaron esta versión, especialmente después de no encontrar ningún ciudadano con ese nombre. El jurado llegó a la conclusión de que Hernández era “producto de la imaginación de De Luna”, alguien que nunca existió. Cuatro años después condenaron al acusado a la pena capital.
Liebman decidió investigar el caso como parte de un proyecto sobre los fallos de la pena de muerte y encontró a una persona con el nombre de Carlos Hernández, que había eludido a decenas de agentes de la Policía de Texas, fiscales y abogados defensores.
Hernández era un alcohólico que siempre llevaba consigo un cuchillo y que había sido detenido 39 veces.
En 2006 Liebman entregó a un Tribunal de Chicago todos los datos, que muestran las evidencias de la inocencia de De Luna. Además, según algunos testigos, el mismo Hernández, que murió en 1999 en prisión a causa de una cirrosis hepática, había confesado haber matado a la empleada de la gasolinera.
"Es una advertencia sobre los riesgos que corremos cuando aplicamos la pena de muerte", concluye Liebman sobre su investigación.