En febrero del 2010 cuarenta médicos en el estado norteamericano de Texas lucharon durante más de 15 horas por la vida de Keith Hayes, de 41 años de edad, a la que los especialistas en la primera fase del embarazo diagnosticaron fascitis necrotizante, infección aguda que se extiende por el tejido celular subcutáneo y la fascia, produciendo una rápida necrosis tisular, con grave afección del estado general.
Entonces los médicos advirtieron a la mujer que en caso de decidir tener al bebé, los procesos degenerativos en su cuerpo podrían llevar a consecuencias fatales.
Sin embargo, Keith se negó en rotundo a provocar el aborto, prefiriendo dar la vida al bebé que deseaba tanto. “Los estreptococos (bacterias que viven en las vías respiratorias y digestivas de una persona), que fueron hallados en Keith, se repartían por su cuerpo a la velocidad vertiginosa. Al elegir dar a luz, ella arriesgó su vida”, relató William Schaffner, uno de los especialistas que llevó el caso.
Dos días después del nacimiento de la pequeña Arielle, los médicos se vieron obligados a realizar a Keith una cirugía de emergencia, en el marco de la cual le tuvieron que amputar los dos brazos y, una semana después, las dos piernas e incluso le quitaron una parte de intestino y otros órganos a causa de una amplia proliferación de la infección.
“Por ahora no me puedo mover de forma independiente, pero no me arrepiento de nada. No logro ni siquiera imaginar que mi hija podría no haber nacido”, afirma la mujer.