El desierto de Arizona es una verdadera pesadilla para los inmigrantes que desean cruzar la frontera en busca del ‘sueño americano’ y para muchos resulta ser el último tramo de sus vidas. Durante su marcha, que suele durar entre seis y ocho días, las caravanas de inmigrantes sufren atracos y abusos por parte de los traficantes que los guían, también conocidos como coyotes.
“Pasan por varias experiencias, a unos los asaltan a punta de rifle o metralleta, les quitan el dinero, la comida, los tennis (calzado deportivo). A unos los golpean, a las muchachas las asaltan sexualmente, dicen que es el 'sueño americano' pero pasan por una pesadilla, algunos hasta terminan muertos”, relata Carlos Clark, agente de las fuerzas de orden público.
Pero los coyotes no son el único peligro que afrontan estas personas. El extremo calor, la aridez del terreno y la falta absoluta de sombra y agua hacen que su trayecto se convierta en un infierno. Son muchos los que no soportan estas duras condiciones y su trágico destino es fácil de predecir.
“Se pierden o los dejan atrás, no saben dónde están de tanta desesperación, el calor, sin agua, se deshidratan, se mueren”, agrega Clark.
Para ayudar a los inmigrantes existen asociaciones como ‘Fronteras Compasivas’, sus voluntarios colocan bidones de agua en las rutas tradicionales de paso, para ayudarles a combatir el calor y estas las condiciones.
Con este gesto anónimo y desinteresado salvan decenas de vidas al año. Sin embargo, en ocasiones los dispositivos de almacenamiento del agua sufren actos de vandalismo, Eugene Pull, miembro de ‘Fronteras Compasivas’ nos cuenta que los antiinmigrantes estadounidenses disparan contra los barriles de agua para vaciarlos, condenando a los indocumentados a una muerte casi segura.
“Sufrimos mucho vandalismo, nos roban. Muchas veces abren el bidón y lo vacían (…) lo hacen por simple maldad, obviamente no están de acuerdo con lo que estamos haciendo y se toman la justicia por su cuenta”, asevera Pull.
Pero el desierto es una dura prueba para los inmigrantes que deja una larga y dolorosa lista de víctimas. La Patrulla Fronteriza estadounidense calcula que han muerto más de 2.000 inmigrantes en ese desierto desde 2001.
El consulado de México en Tucson, Arizona, ha puesto en marcha un complejo programa de identificación y repatriación de los restos humanos que se encuentran en el desierto. La intención es que ningún cuerpo quede sin nombre y que las familias puedan recuperar los restos de sus seres queridos.
“Se le solicita al médico forense 5 o 10 gramos de hueso para mandarlo al laboratorio en Virginia y hacer una prueba de ADN. Se le da un nombre a ese cuerpo, a ese individuo y empezamos los trámites de repatriación. Nosotros cubrimos todos los gastos, prueba de ADN, identificación y repatriación hasta su lugar de origen”, indica el cónsul mexicano en Tucson, Juan Manuel Calderón.
Miles de familias se ponen en contacto con este consulado para saber el paradero de sus seres queridos y en muchas ocasiones reciben la mala noticia de que sus padres, hijos o hermanos han perdido la vida. También sucede que nunca se encuentran los restos de aquellos que se adentraron en ese terreno hostil y no lograron llegar a su destino. El resultado es la tragedia del desierto de Arizona que ya se ha convertido en el ‘Desierto de la muerte’.