Desde niño, el futuro pastelero observaba el arduo trabajo de su padre. Cuando comenzó a ejercer decidió que para conseguir una mayor aceptación del público había que cambiar algo en la profesión. Más allá de saciar, el pan debería también ser ‘el circo’. Y entonces se dedicó a los estudios, pero no a las más modernas técnicas de las artes blancas, sino a la anatomía humana.
Como fuente de inspiración, Kittiwat únicamente menciona varios libros de anatomía y no revela si ha visitado alguna morgue o anfiteatro anatómico para llegar a una indudable perfección artística. Tampoco indica qué servía de modelo para cada una de sus obras artesanales. Esgrime todas las insinuaciones y sospechas que suelen llegar hasta su oído con una filosofía práctica.
“El sentido de este capricho es así: ustedes ven todo eso como un descuartizamiento y piensan que de ninguna manera lo comerían”, dice el panadero. “Pero al probarlo solo una vez, descubren un bollo sabroso. La moraleja es que no hay que juzgar el libro por su tapa”.
La apariencia de los productos, que solo podrían satisfacer los pervertidos instintos de seres antropófagos, disimula los materiales más vegetarianos posibles, como harina de trigo, aceite, chocolate y zumo. Al menos esos componentes son los que se especifican en las etiquetas de sus macabros bollos.