Los 17 animales restantes murieron bien por causas naturales, bien porque fueron sacrificados por razones humanitarias, informó Allison Garrett, un portavoz de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, que lamentó no haber podido rehabilitar a todas.
Voluntarios de la Cruz Roja intentaban mantenerlas con vida con ayuda de residentes locales. Mientras algunos cambiaban la posición de las ballenas para que pudieran respirar mejor, otros las cubrían con toallas húmedas o les echaban agua para hidratarlas.
Sin embargo, un poso de tristeza flotaba en el ambiente, ya que, pese a todos los esfuerzos, todos eran conscientes de que la mayoría de las ballenas se estaban muriendo.
Las autoridades no han podido determinar la causa del encallamiento. "Las ballenas piloto son animales muy sociales", asegura Garrett, que considera probable que una de ellas enfermara y que, debido a su sociabilidad, no quisieran abandonarla, explicó el experto.
A principios del año pasado, en la Isla Stewart, al sur de Nueva Zelanda, murieron 107 ballenas piloto. Cuando unos excursionistas las descubrieron más de la mitad estaban ya asfixiadas. Las labores de rescate se vieron además dificultadas por el mal tiempo y la oscuridad.
Los varamientos resultan a menudo fatales para los cetáceos, que
pueden morir por deshidratación o por el aplastamiento de sus pulmones
en tierra firme
debido al gran peso de estos animales. Hasta ahora, se desconocen los motivos que llevan a los mamíferos a encallar en tierra firme. Dos de las versiones más extendidas apuntan a que los animales se ven atraídos por los sónares de los grandes buques, o que siguen a un líder del grupo que se desorienta a causa de alguna enfermedad.