Anna Kiseleva, una mujer de 32 años de edad, acompañada de su hermano, sobrina e hijo fueron a visitar a su madre en su antigua casa de madera en el campo, cerca de la ciudad rusa de Tula. Por la noche, los adultos encendieron el calentador eléctrico para que los niños no pasaran frío.
Los viejos cables, al parecer, no pudieron soportar la tensión eléctrica del aparato, lo que causó un cortocircuito. La familia estaba durmiendo y no sintió el olor a quemado. Anna se despertó cuando el fuego ya se había extendido por toda la casa. Las llamas le impidieron entrar en la otra habitación para salvar a su madre y sobrina. La mujer decidió coger a su hijo, que dormía con ella, y le arrojó por la ventana.
No tuvo tiempo para salvarse a sí misma, ni al resto, ya que el techo empezó a derrumbarse. Los vecinos acudieron a la casa, pero ya era demasiado tarde, aunque fueron sorprendidos por el llanto de un niño que provenía del jardín. El bebé tiene algunas lesiones, pero su condición es estable. De momento, se encuentra en la casa de los vecinos.