A William Kennewell no le gustaba el agua, pero sí la Coca-Cola, lo que se convirtió en una verdadera adicción cuando empezó a trabajar en la industria hotelera, donde tenía un acceso fácil a esa bebida.
Durante tres años, el joven se tomaba entre seis y ocho litros de ese refresco al día, ignorando las advertencias de los dentistas, hasta que un día se dio cuenta de que ya era demasiado tarde.
El joven desarrolló una caries tan severa que condujo a un envenenamiento de la sangre y a la eliminación de los dientes restantes, que en aquel momento ya eran solo 13.
Ahora los investigadores australianos de salud utilizan el ejemplo de Kennewell para mostrar a los jóvenes por qué deben evitar el consumo excesivo de bebidas gaseosas.