En esta zona no hay grandes ciudades, ni asentamientos permanentes. Cada vez que los habitantes construyen sus casas, el Gobierno hebreo lo destruye todo, exigiéndoles documentos legales sobre sus terrenos y escudándose en que estos poblados no tienen una base legal.
"Incluso si destruyen la aldea 1.000 veces, seguiré reconstruyéndola"
“Viven en unos terrenos que pertenecen a Israel. El nuestro es un estado de derecho y, cuando uno reclama que una tierra le pertenece, ha de demostrarlo con documentos legales”, afirma Ofir Gendelman, portavoz del primer ministro de Israel. “Los beduinos no tienen esta documentación, así que es muy difícil satisfacer sus peticiones”, añade.
Sin embargo, en el poblado de Al Araquib no están de acuerdo.
“Tenemos papeles del año 1905. Pagamos impuestos por estos terrenos desde 1921 hasta 1947. Tenemos documentos de los británicos de 1929 y hasta de los Israelíes de 1973. Todos estos papeles lo demuestran. La tierra es nuestra”, afirma el líder de la comunidad, el jeque Saiah Altwri.
Israel tiene previsto votar en breve una ley que desplazará a casi 50.000 personas fuera de la zona. Y esta sería la ocasión número 48 que esto pasa en Al Araquib, que tiene el dudoso honor de ser el asentamiento que más veces ha sido destruido a lo largo de la historia.
“No tenemos miedo. Estamos esperándoles”
Desde que comenzó hace tres años este ciclo de destrucción y reconstrucción, la mayoría de las familias que vivían en la región se han trasladado a otras zonas. Sin embargo, algunos están dispuestos a seguir luchando por lo que consideran su tierra.
“Vivimos en continuo estado de alerta. Cuando nos avisan de que hay buldóceres en la calle, nosotros lo recogemos todo y lo llevamos al cementerio para guardarlo”, cuenta Hatema Altwri, residente de la aldea.
Sin embargo, la mujer asegura que no tirará la toalla. “Incluso si destruyen la aldea 1.000 veces, seguiré reconstruyéndola. Mientras siga con vida continuaré esta labor. No me voy a rendir”, advierte.
“No tenemos miedo. Estamos esperándoles”, señala Aziz Altwri, otra residente.
Los habitantes de la zona parecen condenados a seguir jugando al gato y el ratón con las máquinas de demolición enviadas por el Gobierno israelí, alimentando un ciclo que no da señales de detenerse a corto plazo.