En 1985 unas fuertes lluvias provocaron que el agua del lago perforara un terraplén que protegía al pueblo, de tal forma que la corrosiva agua salada del lago cubrió por completo la ciudad. Ahora, la mayor parte del agua ha cedido terreno, dejando al descubierto un paisaje apocalíptico que atrae a los turistas dispuestos a soportar las 6 horas en carretera necesarias para llegar a Epecuén desde Buenos Aires.
La gente acude al pueblo para ver las ruinas de las casas, los restos de los coches y de los muebles o suben escaleras que ya no conducen a ningún lugar.
"La gente no puede evitar venir aquí", dice Pablo Novak, de 83 años, el único ciudadano que no quiso dejar Epecuén tras la inundación, que no dejó víctimas. "La gente viene para ver las ruinas, y lo hace cada vez más".