El periodista alemán Norman Ohler ha desvelado en su último libro 'Blitzed: Drugs in the Third Reich' varios detalles sobre las controvertidas prácticas sexuales que Adolf Hitler mantuvo con su amante Eva Braun bajo los efectos de los opiáceos, informa 'New York Post'.
Así, Ohler indica que Eva insistía en consumir las mismas sustancias estupefacientes que su amante "para estar en la misma longitud de onda". Tras estos encuentros en la residencia de montaña en Obersalzberg, Hitler rechazaba realizarse exámenes físicos para que su médico no viera "las heridas de su cuerpo causadas por el comportamiento sexual agresivo de Eva", escribe el periodista.
En una entrevista recogida por el diario 'ABC', Ohler cuenta que Hitler comenzó a tomar testosterona cuando conoció a Eva para mejorar la calidad de sus relaciones sexuales y que la mujer recibía habitualmente hormonas para no tener la menstruación durante sus encuentros con el Führer.
"Las drogas tenían sus venas destrozadas"
El libro señala además que Hitler era un drogadicto que apenas podía presentarse a sus reuniones militares si no recibía sus rutinarias inyecciones de cocaína, metanfetamina y opiáceos.
El diario 'Daily Star' sostiene que estas drogas le daban a Hitler "un impulso masivo en la libido" apuntando que repetidamente invertía su tiempo en tener sexo con Eva entre las largas sesiones informativas militares mientras el Reich "se desmoronaba".
Ohler, que ha investigado cientos de archivos federales en su país, afirma la dependencia del líder nazi no ocurrió de la noche a la mañana. Hitler comenzó a inyectarse esteroides y hormonas animales en 1941 para contrarrestar su poca energía y problemas digestivos y, a medida que la guerra se tornó más estresante y la victoria se empezó a divisar como menos segura, empezó a necesitar drogas más fuertes, ya que empezó a perder carisma y su aparentemente inquebrantable confianza en sí mismo.
En uno de los pasajes más desgarradores, Ohler describe cómo "las venas de Hitler estaban tan destrozadas" a finales del año 1944, hasta el punto de que incluso su médico de cabecera, Theo Morell, "difícilmente podía penetrarlas". El diario apunta que Morell estaba dispuesto "a inyectar casi cualquier cosa" en las venas del dictador si este "le sonreía".
¿Parkinson o síndrome de abstinencia?
A medida que pasaron los años, Hitler se fue hundiendo en sí mismo y en su adicción. "En su aislamiento, todo el placer y energía recibidos anteriormente por la atención de la muchedumbre tuvieron que ser reemplazados por químicos", afirma Ohler.
Con el avance de la guerra la medicación era cada vez más difícil de conseguir, debido a que las principales fábricas habían sido bombardeadas y esto habría tenido secuelas: aunque se cree ampliamente que Hitler sufrió de parkinson durante los últimos días de vida, Ohler especula que en realidad estaba sufriendo los síntomas de la abstinencia.
Consumo masivo en la Alemania nazi
Pero Hitler no fue el único nazi adicto a las drogas. El escritor describe cómo gran parte de la Alemania nazi tomaba habitualmente Pervitín (una sustancia similar a la metanfetamina). Patentada en 1937 por una farmacéutica berlinesa, rápidamente captó la atención del público general: ayudaba a las secretarias a teclear más rápido, los bomberos la utilizaron para sentirse más heroicos y las madres jóvenes para evitar la depresión posparto. Ohler escribe que se convirtió "en un elemento como una taza de café".
Asimismo, se masificó entre el Ejército alemán, que ordenó 35 millones de dosis para los soldados que avanzaban sobre Francia en 1940. Esta droga generaba una sensación de invencibilidad, poder y otorgaba la capacidad de estar semanas sin apenas dormir, lo que ayudó a inspirar "el indomable espíritu de lucha aria" del que tanto le gustaba presumir a Hitler.