Una exhibición fotográfica dedicada a una casa de campo abandonada que preservó intactos objetos de varias generaciones en el transcurso de más de un siglo ha sido expuesta en Belfast (Irlanda del Norte, Reino Unido), informa Metro.
La historia de la vivienda, ubicada en la localidad norirlandesa de Cookstown, se remonta a al menos 1858, año en que la propiedad apareció por primera vez en los mapas locales.
Fue habitada hasta 2015, cuando su último dueño, un octogenario de quien solamente trascendió su nombre de pila, Dessie, se trasladó a un hogar para ancianos, donde falleció dos años más tarde.
La fotógrafa Rebecca, autora de la web Abandoned IN, dedicada a edificios abandonados, fue invitada a visitar la casa de Dessie antes de que fuera demolida para documentar su peculiar ambiente, que ofrece una mirada única a la vida rural de comienzos del siglo XX.
El tiempo congelado
En su interior, encontró diarios tan antiguos como del año 1811, entre ellos los que destacaba un ejemplar dedicado al hundimiento del Titanic en 1911.
Por todas partes se veían antiguas revistas, fotografías y libros, incluidos voluminosos tomos sobre jardinería. Asimismo, había una pipa a medio fumar, decenas de relojes parados e incluso los zapatos del dueño al lado de la cama, provocando la peculiar sensación de que el tiempo se había detenido en el lugar.
Los estantes de la casa estaban repletos de latas de alimentos sin abrir fabricadas hace ya cien años, así como cartas de amor en los cajones y varias pavas oxidadas sobre una estufa y una taza que parecían haber sido colocadas allí justo antes de que el dueño se fuera para siempre.
El último dueño
Es poco lo que Rebecca pudo averiguar sobre Dessie, salvo que el hombre originalmente vivió allí junto a dos hermanos y que llevó un estilo de vida solitario, utilizando tan solo dos habitaciones y manteniendo el resto de la vivienda tal y como la dejaron sus ancestros.
De acuerdo a algunos vecinos, Dessie era un granjero de carácter cordial que se ganaba la vida elaborando leche y manteca de sus propias vacas. Si alguno de sus huéspedes lograba terminar la cena, el anfitrión inmediatamente le servía otra cena para que nadie jamás regresara con el estómago vacío.
"Un museo de historia social"
En palabras de Rebecca, inicialmente no pensó que el lugar fuese demasiado interesante, pero tras visitarlo, se quedó asombrada.
"Me dirigí a lo que pensé que sería una insignificante cabaña, pero básicamente es un museo de historia social", resumió.
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