Australia: Política racial deja un rastro de vidas rotas tras separar a miles de familias
"Había millas y millas de verandas. Y nos hacían fregarlas cada sábado…" Paseando por un orfanato, Kym se acuerda de la infancia que pasó allí. Cuando tenía tan solo 2 años, las autoridades australianas la separaron de sus padres.
Nos prohibían hablar en nuestros idiomas, no nos dejaban bailar o pintar porque no querían que fuéramos aborígenes
"Mi padre se fue a trabajar y mi madre fue a la oficina policial para coger bonos de comida que le pertenecían. Y lo utilizaron para apartarnos, porque según explicaron, ella no podía mantener a sus hijos", cuenta Kim.
Una historia similar a la de decenas de miles de niños australianos mestizos, que fueron arrancados a la fuerza de sus familias entre 1930 y 1970 para criarlos de acuerdo a la cultura occidental. Se trata de uno de los episodios más vergonzosos de la historia australiana, bautizado como la Generación Robada.
El padre de Kym era inglés, rubio, de ojos azules y su madre era aborigen. Los niños con piel más clara valían más que los negros, porque las autoridades, consideradas como protectoras, pensaban que se integrarían más rápido.
Cada aborigen en esta isla sufría la discriminación. Vivíamos aterrados.
"Nos prohibían hablar en nuestros idiomas, no nos dejaban bailar o pintar porque no querían que fuéramos aborígenes. Intentaron sofocar todo lo que llevábamos en la sangre", cuenta Kym.
Los aborígenes fueron perseguidos, explotados, expulsados de sus tierras y confinados a reservas.
En la isla de Stradbroke históricamente vivían varias tribus aborígenes. Se dedicaban a la caza y a la pesca. Tenían su medicina tribal y sus propias leyes.
"Era un sitio muy bonito pero luego vinieron los europeos y empezaron a desarrollar otra cultura aquí", relata la activista Margaret y añade: "Desde entonces, cada aborigen en esta isla sufría discriminación. Vivíamos aterrados. Nos podían encerrar por una tontería, por estar en cierta zona de la ciudad sin una buena excusa".
La calle Boundary Street de la ciudad de Brisbane, podría traducirse como 'frontera' en español. Los aborígenes australianos no tenían derecho a cruzar estas líneas después de las 4 de la tarde y los sábados en ningún momento. Actualmente, esta parte de Brisbane es el centro multicultural de la ciudad. Sin embargo, las autoridades no hacen nada para cambiar el nombre de la avenida, que para muchos representa el símbolo del racismo y la brutalidad.
Ahora, diferentes organizaciones del país como Link UP ayudan a la población indígena a reencontrarse con sus parientes y con la cultura de la que fueron privados.
"Intentamos encontrar de dónde provienen, si tienen familiares vivos", explica Karen, miembro de esa organización. "Tenemos grupos de apoyo que se reúnen una vez al mes y organizamos diferentes actividades para que ellos recuperen su identidad, su idioma y sus costumbres", añade Karen.
En 1997 se publicó un informe oficial que reconoció que la separación forzosa de los niños aborígenes fue una grave violación de los derechos humanos. Once años después, el entonces primer ministro de Australia, Kevin Rudd, pidió perdón a los aborígenes, por vez primera en la historia del país, por el dolor y el daño causados en el pasado. Pero eso no ha puesto fin a su sufrimiento.
En los últimos dos años alrededor de 40.000 niños han sido separados de sus padres. Un tercio de ellos son aborígenes. Una cantidad enorme, si se tiene en cuenta que representan tan solo el 3% de la población.
"El ciclo continúa", comenta Kym. "Dicen que apartan a esos niños de sus familias por negligencia, pero en realidad deberían plantearlo de otra manera. Los padres y abuelos de esos niños crecieron en instituciones o reservas. En vez de separarlos de sus hijos, podrían enseñarles cómo ser buenos padres para que se mantenga la unión familiar", opina Kym.
Tapy canta a RT en su idioma la canción de bienvenida de su tribu. La misma que sus predecesores cantaron a los europeos cuando pisaron su tierra aborigen por primera vez. Algo que llevó a los acontecimientos más tristes de la historia de la isla y a unas heridas que tardarán muchas décadas más en cicatrizar.