Latinoamérica hace piña frente al 'nuevo' Paraguay
Quien se mete con uno, se mete con todos. Y sobre todo cuando lo que resulta herido es ante todo la democracia.
Bajo esta premisa los mandatarios más influyentes de Latinoamérica, se han levantado en bloque para defender los intereses institucionales de la región, que ven de nuevo amenazados tras la destitución de Fernando Lugo.
La legitimidad del apurado juicio sumarísimo del Senado (que en apenas 30 horas se deshizo del jefe del Gobierno paraguayo a 9 meses de las próximas elecciones) es cuestionada en medio de denuncias por irregularidades en el procedimiento y bajo la sospechas de que hay en marcha un plan de los sectores de la derecha para castigar a los gobiernos populares de la región.
Se trata de una situación que cuenta con varios antecedentes, algunos frustrados gracias a la presión internacional, y otros que acabaron cuajando, como el golpe que derrocó a Manuel Zelaya en Honduras.
Venezuela, Argentina, Ecuador, Bolivia y República Dominicana fueron los primeros países en anunciar que no reconocerán la legitimidad del Gobierno de Federico Franco. Este rechazo oficial se trasladó a la calle, donde se hizo patente en manifestaciones populares que tuvieron como escenario varias ciudades latinoamericanas.
La anulación del traspaso de la Presidencia Pro-Témpore del Mercosur, que Paraguay debía asumir la próxima semana en la cumbre del bloque que conforma junto con Argentina, Brasil y Uruguay, es una de las primeras consecuencias concretas del aislamiento regional del nuevo Ejecutivo. Tanto en ese organismo como en Unasur ya hay voces que se pronuncian por la expulsión directa del país miembro.
El concepto de 'Golpe de Estado' como han calificado algunos mandatarios la destitución de Lugo, cobra un especial significado negativo en un continente marcado a fuego por las heridas de las dictaduras.
Según los analistas, aunque en esta ocasión el Golpe no requirió del uso de armas, eso no le impidió poner en jaque nuevamente a la democracia. Una vez más los pueblos latinoamericanos, con sus líderes a la cabeza, deberán afrontar el desafío de defender las instituciones como base de su libertad y, de paso. demostrar que sólo unidos podrán evitar volver a cometer los errores del pasado.