Opinión
Comparando la España imperial con EE.UU.: Una historia de dos Historias (Parte I)
Este artículo se ha escrito en respuesta al escrito en inglés publicado recientemente por el Señor James P. Pinkerton titulado 'Yesterday’s Spain, Today’s America' ('La España de ayer, la América [EE.UU.] de hoy'), que se publicó en la revista 'The American Conservative' ('El conservador americano'), publicación de ideas ligadas al conservadurismo estadounidense, culturalmente anglosajón. Pinkerton es un autor y analista político que trabajó en el plantel de la Casa Blanca estadounidense bajo las presidencias de Ronald Reagan y George H.W. Bush. Su artículo, esencialmente, describe negativamente la España del periodo en que fue una potencia colonial de extensión global (siglo XVI hasta el siglo XIX), utilizando sus conclusiones negativas de España como un ejemplo a no seguir por los EE.UU., para que no repitan los alegados errores de los españoles.
Pinkerton al comienzo de su artículo menciona que llegó a sus conclusiones sobre la experiencia negativa y los presuntos errores de la España imperial tras visitar recientemente España como turista. Cabe decir que está muy bien que Pinkerton haya visitado España en calidad de turista, animándole a que lo haga más veces. Hay que decir también que Pinkerton, aunque como turista y analista político sea un observador bienintencionado, no es un historiador de la España del periodo de su imperio colonial que él describe, a la vez que tiene serias lagunas en cuanto a conocimiento histórico se refiere. Parece además sostener posturas y conclusiones históricas influenciadas y afectadas por prejuicios e ideas preconcebidas en contra de la España de los siglos XV al XVIII, que podrían estar influenciadas por la Leyenda Negra, propaganda hostil a España creada por sus enemigos durante los siglos que duró su poderío en Europa y el Nuevo Mundo. Estas ideas preconcebidas y prejuicios no son raros ni atípicos, pues los argumentos de la propaganda de la Leyenda Negra están bien extendidos en el mundo occidental, tanto en sectores académicos como de la opinión pública en general, particularmente en el mundo anglosajón, habiendo dicha propaganda antiespañola incluso echado profundas raíces en el mundo hispánico. Antes que nada, se debe de aclarar que pretender hablar de historia con autoridad sin dominar esta disciplina de las Humanidades es como intentar hablar con autoridad de física, matemáticas, química, las diversas ramas de la medicina, filosofía, teología o economía sin tener estudios serios y un conocimiento profundo de las mismas.
Intervenciones militares de EE.UU. en México, Centroamérica y el Caribe en el siglo XX:
La primera lección que el autor del artículo mencionado da como una de aquellas 'lecciones sobre lo que los países no han de hacer', después de haber visitado España, es que los estados no se lancen a aventuras militares en vista de los peligros que eso implica, como la pérdida de vidas y el 'perder aún más' si se pierde la guerra. Sobre este punto, las guerras en que España se vio envuelta eran por lo general para defender los dominios europeos y americanos heredados por el monarca español. Esta apreciación, claro, excluye las guerras de conquista por parte de los Conquistadores en América y las Filipinas, conquistas que fueron un gran negocio para España.
Un ejemplo de estas guerras defensivas o para defender el orden establecido es la famosa Guerra de los Ochenta Años, desde 1568 hasta 1648, la contienda de España contra Holanda o las Siete Provincias Unidas, que se inició como una revuelta de parte de los Países Bajos (actuales Holanda y Bélgica) contra la autoridad del Rey de España en la segunda mitad del siglo XVI, Felipe II, que a la sazón era también señor temporal y soberano de aquellos países por su herencia como Duque de Borgoña. La revuelta se debió esencialmente a motivos religiosos, cuando miembros de la nobleza flamenca y protestantes calvinistas de los Países Bajos desafiaron las medidas de Felipe II, su señor, que tenían como objetivo impedir la expansión del protestantismo en sus dominios y defender la supremacía de la Iglesia Católica entre sus súbditos.
Los dominios europeos de Felipe II:
Ante los ataques de las turbas protestantes a las iglesias, donde destruyeron numerosas obras de arte religioso, y ante la consiguiente anarquía reinante y la rebeldía existente contra la autoridad de Felipe II, éste mandó un ejército español para poner orden en los Países Bajos y restablecer su autoridad como señor temporal de estos. Esto no se pudo lograr por completo, y las siete provincias del norte de los Países Bajos se declararon independientes, y a la vez que los ejércitos españoles -que incluían tropas valonas (que hablaban francés y provenían del sur de los Países Bajos) y flamencas (que hablaban el flamenco, la lengua germánica de los Países Bajos relacionada con el alemán)- intentaban someter a la obediencia del Rey a los que éste consideraba rebeldes, los protestantes holandeses, éstos intentaban conquistar las provincias católicas del sur de los Países Bajos (más o menos la actual Bélgica) a los ejércitos españoles para anexarlas a lo que hoy es Holanda.
Por cierto, si Bélgica existe como país y como país católico es en gran medida gracias a la defensa de sus provincias (los condados de Flandes, Hainaut y Namur, el obispado de Lieja o el ducado de Brabante, por ejemplo) como parte de los Países Bajos españoles por los ejércitos del Rey de España contra los intentos durante los siglos XVI y XVII por Francia y las Siete Provincias Unidas (Holanda) de conquistarlas y anexarlas.
En este sentido, los intentos -fallidos- de Felipe II y de sus sucesores de reconquistar las Siete Provincias Unidas (los holandeses) no fueron distintos al intento -exitoso- del presidente Abraham Lincoln y de los Estados Unidos de América norteños de reconquistar a los Estados Confederados de América sureños, declarados independientes, en la guerra civil americana de 1861-1865.
Así, el Rey de España defendió con sus ejércitos y armadas sus dominios hereditarios ante las ambiciones de conquista y anexión de Francia en España (Cataluña y la provincia vasca de Guipúzcoa, quedándose Francia al final con el condado catalán de Rosellón y parte del condado catalán de la Cerdaña), en Italia (por ejemplo, el Ducado de Milán, el Reino de Nápoles y el Reino de Sicilia), en los Países Bajos españoles (por ejemplo, los condados de Artois, Flandes, Hainaut y Namur y el Ducado de Luxemburgo, habiendo logrado al final Francia conquistar y anexarse todo el Condado de Artois y parte del Condado de Flandes, por ejemplo, incluyendo el famoso puerto flamenco de Dunquerque), en el Franco-Condado (conocido también como el Condado de Borgoña, que al final Francia conquistó y anexó) o en la mitad oeste de La Española en el Caribe (inicialmente invadida por bucaneros y piratas y en donde Francia sentó las bases de lo que después sería la República de Haití).
Y no hay que olvidarse de los intentos ingleses -otros célebres enemigos de España- de conquistar Puerto Rico, Cuba, Santo Domingo en La Española, Cartagena de Indias, la Florida, Buenos Aires, las Filipinas, logrando conquistar la Isla de Jamaica (llamada Santiago) y la Isla Trinidad y meterse en las Islas Bahamas, en Belice, la Guayana inglesa y en las Antillas Menores, donde también ocuparon islas -además de territorios en la Guayana- Francia y Holanda, los también proverbiales enemigos de España.
España también participó en las guerras de religión de Alemania y Francia entre los siglos XVI y XVII al ser defensora de la Fe Católica ante el Protestantismo en Europa. En esto España defendía en aquellos siglos el orden establecido en Europa Occidental y Central, orden representado por la Iglesia Católica cuya primacía religiosa estaba siendo desafiada e incluso amenazada con su destrucción por la expansión del Protestantismo.
Pero esto no ha sido un caso aislado. Dicha defensa del orden establecido se volvió a vivir a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX durante las guerras de la Revolución Francesa y de Napoleón, cuando las monarquías absolutistas europeas y la parlamentaria británica se enfrentaron a la expansión de las ideas liberales y revolucionarias venidas de Francia y que ésta utilizaba para justificar su expansión imperial al imponerlas por la fuerza y la invasión. Así, por ejemplo, España y Portugal lucharon con el apoyo de Gran Bretaña contra los ejércitos invasores de la Francia de Napoleón, quien intentaba anexar estos países a su imperio a través, en el caso de España, de un rey usurpador y satélite, su propio hermano José Bonaparte. Y la Guerra de Independencia española contra Napoleón duró desde 1808 hasta 1812. Similarmente, no olvidemos también la defensa por parte de EE.UU. durante la Guerra Fría del capitalismo y las democracias liberales en Europa (como también de dictaduras en América y Asia) ante el comunismo, o la guerra que Washington actualmente mantiene a nivel global, según dice en defensa de la libertad y la democracia y sin señales de terminar, contra grupos terroristas y guerrilleros islamistas.
En color blanco aparecen los territorios que EE.UU. le quitó a México en la guerra de 1846-1848
Volviendo al punto mencionado anteriormente por Pinkerton sobre los peligros de que un estado caiga en la práctica de realizar aventuras militares, basta mirar la experiencia histórica de los EE.UU. en este sentido. Así, Washington se ha caracterizado desde el siglo XIX por llevar a cabo aventuras militares con el fin de expandir sus territorios, de mantener los que ha tenido o para expandir su influencia.
Ejemplo de una aventura militar cuyo fin fue la conquista de territorio a costa de otro país ha sido la guerra contra México de 1846-1848 (llamada la 'Guerra del Sr. Polk' despectivamente por los enemigos políticos del presidente estadounidense, el Demócrata James Polk, que inició dicha guerra de conquista) en la que EE.UU. le quitó a este país los territorios que fueron constituidos en los estados estadounidenses de California, Nuevo México, Arizona, Nevada y Utah, y territorios que ahora forman parte de Texas, Colorado, Kansas, Wyoming y Oklahoma. Otra aventura militar de EE.UU. fue la Guerra Hispano-Americana de 1898 bajo la presidencia del Republicano William McKinley, cuando EE.UU. -que buscaba la guerra- se anexó con su victoria sobre una España militar y navalmente débil a Puerto Rico, las Islas Filipinas y la Isla de Guam e hizo de Cuba un estado que no fue ni soberano ni verdaderamente independiente sino más bien un satélite suyo, lo que continuó siendo hasta 1959.
Pero las aventuras militares allí no se acababan. El presidente Lincoln llevó a cabo la más sangrienta aventura militar de la historia de los EE.UU., cuando invadió en 1861 a los Estados Confederados de América, los estados sureños de los EE.UU. que se habían declarado independientes. Dicha aventura militar se conoce como la guerra civil americana, y aunque Lincoln logró su principal propósito, que fue mantener la unidad territorial de los EE.UU., el hacerlo por la fuerza le costó al país la destrucción de la economía e infraestructura de los estados del Sur y le causó la muerte a hasta 750.000 personas, tres cuartos de millón, la inmensa mayoría soldados yanquis y confederados.
Pero no hay que olvidar la aventura militar que fue la entrada de los EE.UU. en la Primera Guerra Mundial (1914-1918), entrada impulsada por el presidente anglófilo Woodrow Wilson, quien padecía de megalomanía según el neurólogo y padre del psicoanálisis Sigmund Freud. EE.UU. entró en la Gran Guerra en 1917, dándole la victoria a los aliados de la Entente, en 1918 protagonizados por Francia y Gran Bretaña, pero las condiciones impuestas a los vencidos Alemania y Austria-Hungría fueron tan severas que en los tratados de paz se sembraron las semillas de la Segunda Guerra Mundial, creándose en Europa Central situaciones de ruina económica y vacíos de poder que después fueron llenados por los sistemas totalitarios del nacionalsocialismo y el comunismo, pero, eso sí, todo a cambio de la creación de la eventualmente inútil Sociedad de Naciones, que fue un proyecto wilsoniano.
Pero la historia no se acaba allí. Los gobiernos de EE.UU. emprendieron aventuras militares en México, Centroamérica y el Caribe, mayoritariamente contra países hispanoamericanos, interviniendo militarmente en numerosas ocasiones durante el siglo XX. Está también la aventura militar de la guerra en las Filipinas entre los patriotas independentistas filipinos y el Ejército de EE.UU. tras la Guerra Hispano-Americana de 1898, guerra genocida que empezó en 1899 y en la que los soldados americanos mataron a 400.000 insurrectos y asesinaron en la represión de uno a 3 millones de civiles inocentes, hombres, mujeres y niños, guerra que se puede considerar la guerra colonial más sangrienta de la historia. Tan sólo en la Isla de Luzón, según un general americano, las tropas estadounidenses exterminaron a una sexta parte de la población ó 600.000 personas, exterminándose al parecer a la mayor parte de los hispanoparlantes, lo que habría contribuido a que prácticamente desapareciese el español como lengua de las Filipinas.
Y están las aventuras militares más recientes que son las invasiones de Afganistán en 2001 y de Irak en 2003, costándole la guerra contra la insurgencia y la ocupación militar a los EE.UU. más de 1'4 billones (trillion en inglés) de dólares cifra ligeramente mayor a los aprobados y planeados recortes de defensa del Pentágono. ¿Aventuras militares? Ciertamente, pero antes de mirar a España, en Washington deben de verse en el espejo.
Pinkerton al comienzo de su artículo menciona que llegó a sus conclusiones sobre la experiencia negativa y los presuntos errores de la España imperial tras visitar recientemente España como turista. Cabe decir que está muy bien que Pinkerton haya visitado España en calidad de turista, animándole a que lo haga más veces. Hay que decir también que Pinkerton, aunque como turista y analista político sea un observador bienintencionado, no es un historiador de la España del periodo de su imperio colonial que él describe, a la vez que tiene serias lagunas en cuanto a conocimiento histórico se refiere. Parece además sostener posturas y conclusiones históricas influenciadas y afectadas por prejuicios e ideas preconcebidas en contra de la España de los siglos XV al XVIII, que podrían estar influenciadas por la Leyenda Negra, propaganda hostil a España creada por sus enemigos durante los siglos que duró su poderío en Europa y el Nuevo Mundo. Estas ideas preconcebidas y prejuicios no son raros ni atípicos, pues los argumentos de la propaganda de la Leyenda Negra están bien extendidos en el mundo occidental, tanto en sectores académicos como de la opinión pública en general, particularmente en el mundo anglosajón, habiendo dicha propaganda antiespañola incluso echado profundas raíces en el mundo hispánico. Antes que nada, se debe de aclarar que pretender hablar de historia con autoridad sin dominar esta disciplina de las Humanidades es como intentar hablar con autoridad de física, matemáticas, química, las diversas ramas de la medicina, filosofía, teología o economía sin tener estudios serios y un conocimiento profundo de las mismas.
Intervenciones militares de EE.UU. en México, Centroamérica y el Caribe en el siglo XX:
La primera lección que el autor del artículo mencionado da como una de aquellas 'lecciones sobre lo que los países no han de hacer', después de haber visitado España, es que los estados no se lancen a aventuras militares en vista de los peligros que eso implica, como la pérdida de vidas y el 'perder aún más' si se pierde la guerra. Sobre este punto, las guerras en que España se vio envuelta eran por lo general para defender los dominios europeos y americanos heredados por el monarca español. Esta apreciación, claro, excluye las guerras de conquista por parte de los Conquistadores en América y las Filipinas, conquistas que fueron un gran negocio para España.
Un ejemplo de estas guerras defensivas o para defender el orden establecido es la famosa Guerra de los Ochenta Años, desde 1568 hasta 1648, la contienda de España contra Holanda o las Siete Provincias Unidas, que se inició como una revuelta de parte de los Países Bajos (actuales Holanda y Bélgica) contra la autoridad del Rey de España en la segunda mitad del siglo XVI, Felipe II, que a la sazón era también señor temporal y soberano de aquellos países por su herencia como Duque de Borgoña. La revuelta se debió esencialmente a motivos religiosos, cuando miembros de la nobleza flamenca y protestantes calvinistas de los Países Bajos desafiaron las medidas de Felipe II, su señor, que tenían como objetivo impedir la expansión del protestantismo en sus dominios y defender la supremacía de la Iglesia Católica entre sus súbditos.
Los dominios europeos de Felipe II:
Ante los ataques de las turbas protestantes a las iglesias, donde destruyeron numerosas obras de arte religioso, y ante la consiguiente anarquía reinante y la rebeldía existente contra la autoridad de Felipe II, éste mandó un ejército español para poner orden en los Países Bajos y restablecer su autoridad como señor temporal de estos. Esto no se pudo lograr por completo, y las siete provincias del norte de los Países Bajos se declararon independientes, y a la vez que los ejércitos españoles -que incluían tropas valonas (que hablaban francés y provenían del sur de los Países Bajos) y flamencas (que hablaban el flamenco, la lengua germánica de los Países Bajos relacionada con el alemán)- intentaban someter a la obediencia del Rey a los que éste consideraba rebeldes, los protestantes holandeses, éstos intentaban conquistar las provincias católicas del sur de los Países Bajos (más o menos la actual Bélgica) a los ejércitos españoles para anexarlas a lo que hoy es Holanda.
Por cierto, si Bélgica existe como país y como país católico es en gran medida gracias a la defensa de sus provincias (los condados de Flandes, Hainaut y Namur, el obispado de Lieja o el ducado de Brabante, por ejemplo) como parte de los Países Bajos españoles por los ejércitos del Rey de España contra los intentos durante los siglos XVI y XVII por Francia y las Siete Provincias Unidas (Holanda) de conquistarlas y anexarlas.
En este sentido, los intentos -fallidos- de Felipe II y de sus sucesores de reconquistar las Siete Provincias Unidas (los holandeses) no fueron distintos al intento -exitoso- del presidente Abraham Lincoln y de los Estados Unidos de América norteños de reconquistar a los Estados Confederados de América sureños, declarados independientes, en la guerra civil americana de 1861-1865.
Así, el Rey de España defendió con sus ejércitos y armadas sus dominios hereditarios ante las ambiciones de conquista y anexión de Francia en España (Cataluña y la provincia vasca de Guipúzcoa, quedándose Francia al final con el condado catalán de Rosellón y parte del condado catalán de la Cerdaña), en Italia (por ejemplo, el Ducado de Milán, el Reino de Nápoles y el Reino de Sicilia), en los Países Bajos españoles (por ejemplo, los condados de Artois, Flandes, Hainaut y Namur y el Ducado de Luxemburgo, habiendo logrado al final Francia conquistar y anexarse todo el Condado de Artois y parte del Condado de Flandes, por ejemplo, incluyendo el famoso puerto flamenco de Dunquerque), en el Franco-Condado (conocido también como el Condado de Borgoña, que al final Francia conquistó y anexó) o en la mitad oeste de La Española en el Caribe (inicialmente invadida por bucaneros y piratas y en donde Francia sentó las bases de lo que después sería la República de Haití).
Y no hay que olvidarse de los intentos ingleses -otros célebres enemigos de España- de conquistar Puerto Rico, Cuba, Santo Domingo en La Española, Cartagena de Indias, la Florida, Buenos Aires, las Filipinas, logrando conquistar la Isla de Jamaica (llamada Santiago) y la Isla Trinidad y meterse en las Islas Bahamas, en Belice, la Guayana inglesa y en las Antillas Menores, donde también ocuparon islas -además de territorios en la Guayana- Francia y Holanda, los también proverbiales enemigos de España.
España también participó en las guerras de religión de Alemania y Francia entre los siglos XVI y XVII al ser defensora de la Fe Católica ante el Protestantismo en Europa. En esto España defendía en aquellos siglos el orden establecido en Europa Occidental y Central, orden representado por la Iglesia Católica cuya primacía religiosa estaba siendo desafiada e incluso amenazada con su destrucción por la expansión del Protestantismo.
Pero esto no ha sido un caso aislado. Dicha defensa del orden establecido se volvió a vivir a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX durante las guerras de la Revolución Francesa y de Napoleón, cuando las monarquías absolutistas europeas y la parlamentaria británica se enfrentaron a la expansión de las ideas liberales y revolucionarias venidas de Francia y que ésta utilizaba para justificar su expansión imperial al imponerlas por la fuerza y la invasión. Así, por ejemplo, España y Portugal lucharon con el apoyo de Gran Bretaña contra los ejércitos invasores de la Francia de Napoleón, quien intentaba anexar estos países a su imperio a través, en el caso de España, de un rey usurpador y satélite, su propio hermano José Bonaparte. Y la Guerra de Independencia española contra Napoleón duró desde 1808 hasta 1812. Similarmente, no olvidemos también la defensa por parte de EE.UU. durante la Guerra Fría del capitalismo y las democracias liberales en Europa (como también de dictaduras en América y Asia) ante el comunismo, o la guerra que Washington actualmente mantiene a nivel global, según dice en defensa de la libertad y la democracia y sin señales de terminar, contra grupos terroristas y guerrilleros islamistas.
En color blanco aparecen los territorios que EE.UU. le quitó a México en la guerra de 1846-1848
Volviendo al punto mencionado anteriormente por Pinkerton sobre los peligros de que un estado caiga en la práctica de realizar aventuras militares, basta mirar la experiencia histórica de los EE.UU. en este sentido. Así, Washington se ha caracterizado desde el siglo XIX por llevar a cabo aventuras militares con el fin de expandir sus territorios, de mantener los que ha tenido o para expandir su influencia.
Ejemplo de una aventura militar cuyo fin fue la conquista de territorio a costa de otro país ha sido la guerra contra México de 1846-1848 (llamada la 'Guerra del Sr. Polk' despectivamente por los enemigos políticos del presidente estadounidense, el Demócrata James Polk, que inició dicha guerra de conquista) en la que EE.UU. le quitó a este país los territorios que fueron constituidos en los estados estadounidenses de California, Nuevo México, Arizona, Nevada y Utah, y territorios que ahora forman parte de Texas, Colorado, Kansas, Wyoming y Oklahoma. Otra aventura militar de EE.UU. fue la Guerra Hispano-Americana de 1898 bajo la presidencia del Republicano William McKinley, cuando EE.UU. -que buscaba la guerra- se anexó con su victoria sobre una España militar y navalmente débil a Puerto Rico, las Islas Filipinas y la Isla de Guam e hizo de Cuba un estado que no fue ni soberano ni verdaderamente independiente sino más bien un satélite suyo, lo que continuó siendo hasta 1959.
Pero las aventuras militares allí no se acababan. El presidente Lincoln llevó a cabo la más sangrienta aventura militar de la historia de los EE.UU., cuando invadió en 1861 a los Estados Confederados de América, los estados sureños de los EE.UU. que se habían declarado independientes. Dicha aventura militar se conoce como la guerra civil americana, y aunque Lincoln logró su principal propósito, que fue mantener la unidad territorial de los EE.UU., el hacerlo por la fuerza le costó al país la destrucción de la economía e infraestructura de los estados del Sur y le causó la muerte a hasta 750.000 personas, tres cuartos de millón, la inmensa mayoría soldados yanquis y confederados.
Pero no hay que olvidar la aventura militar que fue la entrada de los EE.UU. en la Primera Guerra Mundial (1914-1918), entrada impulsada por el presidente anglófilo Woodrow Wilson, quien padecía de megalomanía según el neurólogo y padre del psicoanálisis Sigmund Freud. EE.UU. entró en la Gran Guerra en 1917, dándole la victoria a los aliados de la Entente, en 1918 protagonizados por Francia y Gran Bretaña, pero las condiciones impuestas a los vencidos Alemania y Austria-Hungría fueron tan severas que en los tratados de paz se sembraron las semillas de la Segunda Guerra Mundial, creándose en Europa Central situaciones de ruina económica y vacíos de poder que después fueron llenados por los sistemas totalitarios del nacionalsocialismo y el comunismo, pero, eso sí, todo a cambio de la creación de la eventualmente inútil Sociedad de Naciones, que fue un proyecto wilsoniano.
Pero la historia no se acaba allí. Los gobiernos de EE.UU. emprendieron aventuras militares en México, Centroamérica y el Caribe, mayoritariamente contra países hispanoamericanos, interviniendo militarmente en numerosas ocasiones durante el siglo XX. Está también la aventura militar de la guerra en las Filipinas entre los patriotas independentistas filipinos y el Ejército de EE.UU. tras la Guerra Hispano-Americana de 1898, guerra genocida que empezó en 1899 y en la que los soldados americanos mataron a 400.000 insurrectos y asesinaron en la represión de uno a 3 millones de civiles inocentes, hombres, mujeres y niños, guerra que se puede considerar la guerra colonial más sangrienta de la historia. Tan sólo en la Isla de Luzón, según un general americano, las tropas estadounidenses exterminaron a una sexta parte de la población ó 600.000 personas, exterminándose al parecer a la mayor parte de los hispanoparlantes, lo que habría contribuido a que prácticamente desapareciese el español como lengua de las Filipinas.
Y están las aventuras militares más recientes que son las invasiones de Afganistán en 2001 y de Irak en 2003, costándole la guerra contra la insurgencia y la ocupación militar a los EE.UU. más de 1'4 billones (trillion en inglés) de dólares cifra ligeramente mayor a los aprobados y planeados recortes de defensa del Pentágono. ¿Aventuras militares? Ciertamente, pero antes de mirar a España, en Washington deben de verse en el espejo.
El Dr. Lajos Szászdi es analista de asuntos de defensa, seguridad y relaciones internacionales, autor, conferenciante
y comentador en la televisión y la radio
Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.
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