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La época de los gobiernos progresistas en América Latina: cambios anhelados o el pasado en una copa nueva

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Tal vez no existe en la reciente historia latinoamericana un fenómeno más contradictorio y complejo que el de 'los gobiernos progresistas'. Nacidos todavía en un mundo unipolar, la lógica de su existencia correspondía, entre otras cosas, a la necesidad de crear una alternativa política independiente al centro del poder consolidado y representado por los gobiernos de los EEUU.

Era también parte de un sueño romántico e irremediablemente optimista, de una revolución ciudadana democrática sin armas ni violencia, cuando la sociedad despierta y organizada ganaba las elecciones y, reiniciando sus modelos políticos través de las asambleas constituyentes, construía sus países de nuevo, sin tener que caer en el juego de intereses de ninguna superpotencia extranjera, ya que la Unión Soviética ya no existía y por eso no podía, como antes, ser acusada de 'estar detrás' de los movimientos políticos anticapitalistas y adversos a la hegemonía de los Estados Unidos. 

A los 'gobiernos progresistas' que al principio de este siglo llegaron al poder en la mayor parte de América Latina (El Salvador, Nicaragua, Honduras, Venezuela, Brasil, Ecuador, Bolivia, Paraguay, Uruguay, Argentina y Chile), con la gran diversidad de sus proyectos políticos y dinámicas sociales dentro de cada uno, los unían la expresión estética de las izquierdas radicales y las prácticas políticas de las democracias sociales europeas del siglo pasado. Por parte de los movimientos sociales fue un tremendo avance; sin las heroicas y desiguales luchas que previamente sucedieron en las calles, estos gobiernos jamás habrían ganado las elecciones. La construcción de las nuevas agendas sociales de estas fuerzas, que sin ninguna experiencia para gobernar llegaron al poder, fue un sincero intento de engendrar algo nuevo entre las ruinas de los viejos partidos políticos.

La primera esperanza de este cambio civil y democrático llegó con el triunfo de Hugo Chávez en Venezuela, que quebraba muchos esquemas de la izquierda teórica y dogmática, cuando un exmilitar, sin ser ningún estudioso de la teoría del marxismo, sin ningún partido o núcleo guerrillero y además sin ningún apoyo económico y político de ninguna potencia extranjera, declaraba el carácter antiimperialista, socialista y regional de su 'Revolución Bolivariana'.

Lo más revolucionario que hizo Chávez no fue impedir la nacionalización de la empresa estatal más rica de Latinoamérica, PDVSA; él apostó por el cambio cultural de la política. Él incentivó y apoyó la autoorganización de los barrios, haciendo sentir a miles de sus compatriotas, históricamente excluidos de cualquier quehacer político o participación en la toma de las decisiones del estado, que ese país también era de ellos.

Exactamente por eso, cuando la CIA en 2002 trató de derrotar a su gobierno, miles de los más humildes salieron a salvarlo y a defenderlo y fue exactamente el pueblo venezolano que abortó el golpe, un caso único en la historia del continente

Los gobiernos de Evo Morales en Bolivia tampoco habrían sido posibles sin las décadas de lucha indígena y, sobre todo, sin la exitosa rebelión popular en Cochabamba contra la privatización del agua. Más allá de los indudables logros y varios problemas sin resolver, el proceso de reformas encabezadas por Evo ha tenido un gran significado simbólico, como la derrota del racismo de las élites blancas en el más indígena de los países americanos. Su homólogo Rafael Correa, con su 'revolución ciudadana' tuvo un gran apoyo popular, en un tiempo récord modernizó al capitalismo ecuatoriano, mejoró la calidad de vida y el bienestar de la mayoría de los ciudadanos, pero nunca se atrevió a entrar en una discusión social de fondo con los movimientos sociales e indígenas e, incrementando las prácticas voluntaristas y caudillistas, se rodeó de oportunistas aduladores como Lenin Moreno, quienes terminaron entregando el país a sus dueños de siempre.

En los mismos años, el gobierno de Inácio Lula da Silva sacó de la pobreza extrema a millones de brasileños, pero en su proyecto político no supo ni quiso salirse del marco de las reformas progresistas, sin tocar los poderosos grupos económicos ni a los intereses de sus aliados, lo que dio tiempo a sus adversarios políticos para reagrupar sus fuerzas y organizar un 'golpe legal' contra los gobiernos del Partido de Los Trabajadores. Algo muy parecido sucedió con el gobierno del cura Fernando Lugo, que en el ejercicio del poder de Estado no se atrevió ir más allá de las buenas intenciones y el discurso progresista y, aunque no representaba ninguna amenaza real, fue derrotado con un 'golpe parlamentario' por la oligarquía paraguaya en junio del 2012.

La historia en su versión más brutal, la de los gorilas armados irrumpiendo al dormitorio del presidente, sucedió unos tres años antes, en junio de 2009, con el moderadísimo gobierno hondureño de Manuel Zelaya, que solo se atrevió a hacer tratados con la Venezuela de Chávez, reconocer la existencia de los graves problemas de injusticia en su país y proponer un plebiscito para una asamblea nacional constituyente.

Al pasar un poco de tiempo después de estos sucesos y con las nuevas experiencias del triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador, y luego últimamente la llegada al poder en Perú, Chile y Colombia de los gobiernos que se autodenominan como 'de izquierda', podemos hacer nuestros primeros intentos de análisis.

Era de una ingenuidad infinita creer que, ganando una elección presidencial y luego nombrando en los cargos públicos a unas u otras personas y sin cambiar la institucionalidad, se podría cambiar un sistema diseñado especialmente para permanecer inmune a las modificaciones de cualquier poder partidario, sobre todo manteniendo las viejas estructuras de la seguridad y las fuerzas militares y de orden

Por otra parte, a los grupos económicos nacionales e internacionales que gobiernan a las seudodemocracias latinoamericanas les conviene modernizar un poco el modelo capitalista, permitiendo algunas reformas sociales y creando la ilusión de 'cambio', para no cambiar nada de fondo y neutralizar conflictos dividiendo las fuerzas de la izquierda. El ejemplo más claro de nuevo lo encontramos en Chile, donde los sucesivos gobiernos de 'centroizquierda' después del régimen de Pinochet solo profundizaron el modelo económico impuesto por la dictadura, distrayendo a las masas con su discurso demagógico sobre la 'economía social del mercado'.

A diferencia de la Venezuela de Chávez, todos los demás gobiernos 'progresistas' nunca se atrevieron a entregar poder verdadero a las organizaciones populares, autónomas e independientes del gobierno, ejerciendo siempre un control burocrático sobre el proceso político. Hasta la ejecución de los proyectos a favor del pueblo, estos se hicieron desde el acostumbrado paternalismo del poder y sin la real participación del pueblo, y en el caso de la amenaza de golpes de la ultraderecha tampoco se atrevieron, dejando al lado las formalidades legales, a llamar directamente al pueblo para defenderlos.

Por eso el pueblo nunca se identificó con ellos y nunca salió a defenderlos. Otro problema permanente de estos gobiernos es su relación con la prensa de la oposición. Como muchos partidos políticos de la derecha tradicional son por completo desconfiables, por el desgaste y la corrupción su rol ahora lo juega la 'prensa independiente' en manos de los mismos grupos, y muchas veces apoyada activamente desde afuera para hacer una permanente guerra mediática contra los gobiernos, desestabilizándolos y creando el ambiente propicio para su derrota constitucional o inconstitucional tradicional golpista.

La inexistencia de la URSS no solo "facilitó el pensamiento independiente de las izquierdas", como afirmaban algunos, sino que también les quitó a los países del 'tercer mundo' al único aliado seguro que podía apoyarlos económica y políticamente frente al chantaje imperial de los Estados Unidos. En vez de una mayor independencia vemos totalmente lo contrario. En vez de una relativa y respetuosa dependencia de los dirigentes de uno u otro partido de izquierda, de las opiniones del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, vemos la total dependencia del Departamento de Estado de los EE.UU., en cualquier país latinoamericano que trata de construir su propio proyecto político, quienes no negocian sino a quienes se les ordena.

En conclusión, los 'gobiernos progresistas' de Latinoamérica hicieron muchas cosas valiosas, lograron varios avances, pero no consiguieron lo fundamental: construir una alternativa al neoliberalismo ni consolidar sus bases para que sus buenas reformas sociales sean irreversibles. Ellos, desde la lógica del siglo pasado, plantearon la idea de la necesidad de una liberación nacional, pero ahora, cuando la historia del capitalismo globalizado entra en una etapa de vertiginosos cambios y riesgos inminentes para toda la humanidad, la realidad parece exigir respuestas más inmediatas y más radicales.

En la siguiente columna trataremos de ver algunas de las principales contradicciones y desafíos de la izquierda latinoamericana de hoy.

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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