16 de agosto de 1951. La locura se extiende por la ciudad francesa de Pont-Saint-Esprit, en el departamento de Gard, entre aquellas personas que comieron pan de la panadería Briand. Inicialmente se pensó que las alucinaciones eran provocadas por la presencia en el pan de ergotina, un veneno que ataca a los cereales, pero posteriormente se demostró lo contrario: la CIA estaba implicada directamente en la administración de la droga LSD a la población en el marco de sus experimentos en humanos.
Actualmente Hank Albarelli, investigador especializado en los servicios secretos estadounidenses, está estudiando la sospechosa muerte de Frank Olson, un bioquímico de la CIA que llevó a cabo experimentos con drogas duras como el LSD y estuvo en Francia poco antes del trágico incidente, bautizado por algunos médicos locales como 'la noche del apocalipsis', que se saldó con siete muertos, 300 personas envenenadas y 50 ingresadas en centros psiquiátricos.
"No me cabe ninguna duda de que el incidente de Pont-Saint-Esprit fue un experimento secreto del Ejército estadounidense. Al principio tenía dudas, y creo que se debían al hecho de que yo mismo, en el fondo, esperaba que no fuera un experimento. Era duro imaginar que mi propio Gobierno hubiera podido llegar tan lejos", dice Albarelli.
¿Pudo la CIA haber puesto LSD en el pan?
Para comprender lo que ocurrió en esta pequeña localidad francesa, es necesario remontarse a finales de la II Guerra Mundial, cuando se conocieron las atrocidades cometidas por los nazis en los campos de concentración. Tras los juicios de Núremberg (en los que se procesó a médicos y científicos que habían experimentado con humanos), el Servicio de Inteligencia estadounidense comenzó la operación Paperclip, en la que casi 1.500 científicos alemanes, incluidos criminales de guerra, fueron expatriados a EE.UU. a cambio de sus conocimientos y colaboración.
Con la Guerra Fría como escenario, la CIA estaba tremendamente interesada en la manipulación psicológica: su objetivo era crear un suero de la verdad infalible, poder borrar recuerdos, convertir a los humanos en robots y programarlos para matar por medio de inhumados y macabros experimentos.
En 1948, un investigador de los laboratorios de Sandoz, Albert Hoffman, hizo un descubrimiento muy oportuno: una molécula que despertó el entusiasmo del servicio secreto, la dietilamida de ácido lisérgico o LSD. Temiendo que los rusos se hicieran con las muestras de los laboratorios de Sandoz, los estadounidenses compraron todas sus existencias.
El LSD deriva del mismo hongo del centeno que durante mucho tiempo se consideró responsable del incidente de Pont-Saint-Esprit. "Obviamente, aquel compuesto no llovió del cielo, ni estaba de forma natural en el entorno. Está claro que se distribuyó de una manera organizada y controlada (...) lo que sucedió en Pont-Saint-Esprit no es un hecho aislado, sino que es coherente con todos los demás experimentos realizados entre la población estadounidense, y sobre los cuales existe documentación fiable", cuenta Colin Ross, psiquiatra y autor del libro 'The CIA doctors' ('Los doctores de la CIA').
Los macabros experimentos de la CIA en territorio nacional
Que el servicio de inteligencia exterior estadounidense sea capaz de utilizar toda una ciudad como laboratorio para alcanzar sus metas no es ninguna novedad. Estos son algunos ejemplos de esos experimentos, reconocidos por el Gobierno de EE.UU.:
-En 1953, en la Universidad de Iowa y también en Nebraska, se inyectó yodo radiactivo en recién nacidos y mujeres embarazadas.
-En 1955, la CIA dispersó la bacteria causante de la tos ferina en la bahía de Tampa. Decenas de personas cayeron enfermas, de las cuales 12 murieron.
-En 1955, la CIA reclutó a prostitutas en San Francisco, abrió dos burdeles y probó drogas en los clientes. Los encuentros sexuales fueron filmados a través de un vidrio de visión unilateral.
-En 1956 el Ejército liberó millones de mosquitos portadores de los virus de la fiebre amarilla y el dengue en las ciudades de Savannah y Avon. Hubo varios muertos y cientos de personas infectadas.
-En 1960, en Cincinnati, el Ejército financió un experimento consistente en someter a radiación a 90 indigentes y enfermos del hospital universitario. Algunos fallecieron al cabo de unas semanas.
-En 1966 el Ejército probó un virus en el metro de Nueva York y más tarde en Chicago. Se usaron bombillas eléctricas para ocultar los agentes biológicos. El objetivo era estudiar la propagación de agentes bioquímicos a gran escala.
¿Quién participaba y quiénes eran las víctimas?
Para dichos experimentos tanto el Ejército como la CIA fundaron laboratorios en las universidades más prestigiosas del país, como Yale, Stanford, Harvard o Columbia. Además, en ciertos hospitales a los pacientes se les redirigía hacia departamentos financiados por la CIA. En su entusiasmo por trabajar "en defensa de la nación", los investigadores acabaron por perder por completo el control.
"El doctor Kligman en Filadelfia aumentó la dosis 468 veces, cosa que llegó a asustar hasta a nuestros químicos. No podían creer que un doctor respetado fuera capaz de algo así", afirma el escritor Allen Hornblum, quien perdió su trabajo como guardia en la cárcel de Holmesburg, en Pensilvania, tras denunciar los experimentos con drogas, virus, células cancerígenas, plutonio o gas sarín que tenían lugar en el centro penitenciario.
Hornblum cuenta que "por un lado, había cientos y cientos de representantes de minorías, gente con muy poca formación, sobre todo afrodescendientes y de origen puertorriqueño; y por otro, había médicos blancos con sus batas impolutas y sus títulos de doctor o de profesor de medicina". "Era la receta perfecta para cometer abusos o causar un desastre. El interior de la prisión eran el lugar perfecto para llevar a cabo experimentos potencialmente polémicos porque así como las paredes de la cárcel mantienen a los reclusos dentro, también mantienen al público fuera, y así nadie puede enterarse de nada", mantiene.
'La noche del apocalipsis', ¿misterio sin resolver?
En 1951 los investigadores franceses también consideraron la teoría del LSD y llamaron a Albert Hoffman, el inventor de la droga. Ya en el lugar de los hechos, dijo que sin duda las alucinaciones se debían al consumo de LSD, pero al regresar a Suiza, cambió de opinión y afirmó haberse "equivocado". Las autoridades francesas querían una explicación, pero los documentos del Departamento de Sanidad Pública de 1951 muestran que el experto se volvió de repente inaccesible.
"Si los científicos de Sandoz dicen que no parece tratarse de LSD, tendería a pensar que solo tratan de ocultar el hecho de que con toda seguridad la droga provino de Sandoz. Al fin y al cabo ellos eran los únicos proveedores. No es más que una tapadera", sostiene Ross.
Tras décadas sin una explicación satisfactoria del incidente, Albarelli encontró durante su investigación un documento asombroso procedente de la Casa Blanca, que vinculaba el nombre de Frank Olson con Pont-Saint-Esprit. Sin duda, fue desclasificado por error. En él, uno de los directores de Sandoz confirma a un agente secreto que la causa del incidente de Pont-Saint-Esprit había sido el LSD.
Aunque EE.UU. ha revelado, sin querer, algunos de sus secretos acerca de su participación en el envenenamiento, la incertidumbre sobre el papel de las autoridades francesas todavía puede durar varios años más. Los documentos más comprometedores tardan 75 años en ser desclasificados. La dramática historia de Pont-Saint-Esprit sigue escondida en sus pequeñas calles y en sus edificios de piedra, pero aún quedan secretos por revelar.