¿Por qué este mexicano rechazó un premio de derechos humanos de su país?

Carlos Marentes, defensor de derechos de migrantes desde hace 40 años, cuenta a RT las razones por las cuales rechazó el premio Othil, que otorga la Secretaría de Relaciones Exteriores de México.

En una sorprendente decisión, el presidente de la Unión de Trabajadores Agrícolas Fronterizos (UTAF), Carlos Marentes, —con influencia en Nuevo México, Texas y Arizona (Estados Unidos—, rechazó el premio que la Secretaría de Relaciones Exteriores de México otorga a los ciudadanos que desempeñan acciones en beneficio de otros mexicanos en el extranjero. RT ha conversado con Marentes para conocer el origen de su activismo, el motivo de su rechazo al galardón y cómo ve la situación de EE.UU. ante la contienda electoral entre Hillary Clinton y Donald Trump.

¿Cómo empezó su actividad en defensa de los derechos humanos?

Nací y me crié en Ciudad Juárez. Cuando me casé, había una situación difícil y nos vinimos a Estados Unidos, buscando empleo y sobrevivir. Desde 1970 radicamos en los Estados Unidos. Somos la típica familia fronteriza: criados de un lado, pero cuyo ámbito estaba en ambos lados de la frontera. En mi juventud no tuve conciencia de que vivíamos en dos países, era fácil conseguir una tarjeta de cruce local.

En 1970 mi esposa y yo nos dimos cuenta que había una organización de campesinos del valle de Texas, por Reynosa y Matamoras, que planeaba una marcha por los derechos humanos de Austin a Washington. En ese momento el presidente era Jimmy Carter, quien mantenía un discurso a favor de los derechos humanos, pero un grupo de trabajadores agrícolas aseguraba que "nos han abandonado totalmente." Fuimos de voluntarios a apoyar esa marcha de 82 días porque estimamos que había una oportunidad de hacer algo por la gente.

Estaba la lucha de César Chávez. Aquí, nos dedicamos al movimiento de trabajadores agrícolas. En 1980 regresamos a El Paso-Ciudad Juárez porque dijimos: "Si nos vamos a dedicar a eso, vamos a hacerlo desde donde venimos."

En 1983 creamos el Proyecto Organizativo Sin Fronteras, que empezó como un proceso organizativo y, con el paso del tiempo, ha planteado nuevas iniciativas: una unión —que es un como sindicato, pero con otra modalidad—, porque vemos que las viejas estructuras organizativas ya no sirven en esos tiempos.

En 1992, después de hacer huelgas, paros, movimientos, marchas y protestas, vimos que la lucha era en contra de un sistema económico. Lográbamos victorias pero, al día siguiente, teníamos que empezar de nuevo. Cuando se formaron los movimientos altermundistas en Seattle (Washington), nos dimos cuenta de que teníamos que converger con ellos. Nos acercamos al zapatismo, a la Vía Campesina y, a partir de ahí, le dimos una proyección distinta a nuestra lucha.

¿Por qué cree que el Gobierno mexicano quiso otorgarle este premio?

Nosotros nunca lo buscamos ni hemos escondido nuestra forma de pensar, nuestras ideas. Cuando me habló el cónsul para felicitarme, me sentí avergonzado de que México me diera un premio: fui muy honesto y sabe lo que he dicho públicamente del Gobierno.

Les hice una protesta en demanda de la aparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa y los días 26 de cada mes organizamos protestas fuera del consulado para denunciar que es un Estado criminal. Creo que trataron de congraciarse, pensaron que era una forma de ganarnos. Sí hemos tenido un trato respetuoso con las autoridades, pero con independencia y autonomía. Hemos hecho trámites, pero nunca hemos pedido privilegios.

No sé por qué querían dárnoslo, el cónsul ya se fue. Los consulados han tratado de promover los intereses del Estado mexicano. Sí ha habido cooptación de movimientos, yo les digo que es desacreditar la labor.

En esta zona fronteriza empezamos una de las organizaciones que tiene bastante prestigio e influencia en la comunidad. Con otros colectivos, impulsamos la Unión del Pueblo Fronterizo. Ya es una iniciativa de los trabajadores agrícolas fronterizos la tarea de incidir en cuestiones sociales que van más allá de las luchas propias. Tenemos cierta influencia y respeto de las autoridades.

Cruzando la calle está el Departamento de Seguridad Doméstica, que se opuso a instalar nuestro centro. Estamos en la frontera porque es el sitio de congregación de trabajadores agrícolas. Con el tiempo, al menos tienen una política distinta hacia la organización.

¿Por qué rechazar un premio de este tipo?

Varias razones, no las digo todas porque no terminaría.

Para nosotros, el Estado mexicano es un estado criminal. Cuando empezamos nuestra lucha la lógica era organizar trabajadores y obtener contratos colectivos, mejores condiciones salariales y de vida. Nos dedicamos a administrar esa relación de trabajadores y patrones de agronegocios para que beneficiara a los intereses de los trabajadores.

Hasta ahí venía nuestra visión de la solución del problema. Con el paso del tiempo fuimos a la Sierra Gorda de Querétaro, a la zona serrana de Chihuahua, a los ejidos deprimidos de Durango y de Coahuila... En la misma zona rural de Monterrey tomamos conciencia de que la problemática de los trabajadores migrantes en Estados Unidos es la mitad de la historia: el verdadero problema comienza cuando alguien ya no puede vivir en su tierra, ya perdió la capacidad de alimentar a su familia o a su comunidad y los criminales, sean del Estado o independientes, se apoderan de su vida y sus recursos.

A partir de ahí, hicimos la reflexión: "podemos reivindicar el derecho del trabajador, pero hay un problema de fondo". Vimos la contradicción de la política neoliberal del Gobierno mexicano, que apoya el accionar de corporaciones interesadas en desestabilizar al México rural y romper las economías campesinas.

La problemática de los migrantes de Estados Unidos que queremos resolver tiene su raíz en el despojo de las corporaciones norteamericanas en México y hemos llegado a la conclusión de que no la resolvemos aquí, porque la esposa de ese trabajador termina diciendo: "Pedro, no te tengas, porque aquí los narcos nos tienen asediados." Por eso, vemos que hay una relación muy fuerte cuando la gente pierde la capacidad para sostener a sus comunidades, familias, historia y cultura.

¿Qué futuro hay para los campesinos mexicanos de Estados Unidos tras las próximas elecciones?

El futro en Estados Unidos es trágico y sombrío: gane Donald Trump o Hillary Clinton, seguiremos jodidos.

Sin embargo, este proceso generó algo importante, y es que se abrió una corriente de opinión pública alrededor de Bernie Sanders que sí está interesada en emprender una reforma política. Por primera vez se abre la posibilidad de hacer algo más activo.

Ahora nos juntamos con el movimiento de los negros, que pasan una terrible avalancha de violencia policiaca, y los indígenas que tratan de resistir de manera organizada contra compañías que contaminan sus territorios. Por primera vez se abre una posibilidad de hablar sobre una salida a problemas comunes.

Vemos tiempos terribles. Aparte de las amenazas de Trump, Barack Obama ha deportado a más mexicanos que los dos periodos de George W. Bush. Vemos un recrudecimiento de la ofensiva antiinmigrante, con la novedad de que la contienda electoral ha desatado las fuerzas conservadoras y extremistas, que se resume en racismo. El mérito de Trump es que ha quitado el velo a Estados Unidos y nos ha mostrado qué es en realidad.

¿Y México?

Nos vemos como la otra mitad de México, que debe ser parte de su lucha.

Aunque esté difícil, nos inspiran mucho el movimiento de los maestros y las luchas indígenas. Como migrantes, hemos estado realizado actos de solidaridad con docentes y buscamos a esas organizaciones indígenas y campesinas, en donde podemos plantear cómo reconstruir nuestras comunidades rurales, esa vida comunitaria colectiva tan golpeada no solo por el narco, sino por las políticas neoliberales.

Al-Dabi Olvera