El país donde se celebra la tristeza y nadie da los buenos días
Portugal es un país donde se celebra la tristeza y nadie da los buenos días. Los portugueses confieren a la tristeza y a la nostalgia un valor que no se le da en otros países occidentales. De hecho, entre portugueses, estar triste es un estado de ánimo que se considera necesario y positivo en la vida de toda persona.
"La tristeza es una parte importante de la vida", explica la psicóloga portuguesa Mariana Miranda. "Quiero sentirlo todo de todas las formas posibles. ¿Por qué pintar con un solo color? Hay mucha belleza en la tristeza", añade.
Saudade, un concepto único
En portugués existe una palabra que no tiene traducción a otros idiomas, razón por la que en español, por ejemplo, se acepta en su grafía original.
Se trata de 'saudade', que expresa un sentimiento afectivo primario, próximo a la melancolía, hasta cierto punto doloroso, pero al mismo tiempo reconfortante. Puede tener su origen en hechos pasados o en cosas que nunca sucedieron. Manuel de Melo, escritor portugués del siglo XVII, lo definió como 'bem que se padece e mal de que se gosta' ('bien que se padece y mal que se disfruta').
Si se tiene en cuenta que el lenguaje construye realidades, esta particularidad del idioma hace que la sociedad portuguesa afronte la tristeza de otra manera.
Incluso uno de sus principales estilos musicales, el fado (que significa 'destino'), esta impregnado de esa idiosincrasia. El género surgió hace dos siglos en los barrios populares de Lisboa, la capital del país, y sus primeras cantantes eran prostitutas y esposas de pescadores. La música está impregnada de un profundo tinte melancólico que puede ir acompañado tanto de letras tristes como optimistas, generando una fusión muy particular.
Los beneficios de la tristeza
El psicólogo e investigador Joseph Forgas ha desarrollado investigaciones sobre cómo la tristeza influye en nuestra personalidad. Desde su perspectiva "un estado de ánimo negativo nos hace más lúcidos a la hora de procesar la información".
Forgas desarrolló su investigación con grupos de voluntarios que fueron inducidos a distintos estados de ánimo a partir de películas y recuerdos personales. Los resultados mostraron que quienes estaban tristes "fueron más escépticos y racionales, su memoria resultó ser más ágil, se mostraron más ligeros en la comunicación y estuvieron menos condicionados por prejuicios".