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La paz que no vendrá: El Salvador sigue bajo el fuego de las pandillas

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Aunque hace poco se cumplieron 25 años del fin de la guerra civil en El Salvador, no ha terminado el conflicto. Las pandillas, entre las que se cuenta la Mara Salvatrucha, mantienen su ley de fuego y sangre en un país que aún ve lejos verdadero acuerdo de pacificación.
La paz que no vendrá: El Salvador sigue bajo el fuego de las pandillas

¿Puede haber un acuerdo de paz entre las pandillas y el gobierno de El Salvador? "La respuesta a la inquietud inicial es muy breve y casi no admite matices: no", dice Roberto Valencia.

Valencia, periodista de El Faro, entrevistó hace dos meses a un líder pandillero. En ese encuentro, el miembro de una de las tres organizaciones criminales más temidas de El Salvador dijo que estarían dispuestos a iniciar las conversaciones para un acuerdo de pacificación en el segundo país con más muertes intencionales por cada 100.000 habitantes, según el Banco Mundial.

Pero después de esa declaración, el panorama ha cambiado. El pasado 15 de marzo, por ejemplo, fue catalogado como el más violento del año con un total de 30 homicidios atribuídos a problemas entre los mareros (pandilleros). ¿Puede salir El Salvador de esa espiral de sangre?

Raíz importada

Aunque en enero se conmemoraron 25 años del fin de la guerra civil en la nación centroamericana, la implementación de los acuerdos del pos-conflicto falló en el ámbito social y el resultado, cinco lustros más tarde, es la misma violencia con otros protagonistas. El principal elemento es la desigualdad.

El más reciente informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud) advierte que el país ha avanzado en términos económicos pero que la desigualdad sigue como tema pendiente. Esa realidad es admitida incluso por ex militantes del FMLN como Deysi Cheyene, quien considera que la falta de atención al tema durante la posguerra fue "el mayor de los errores".

"Cuando uno desmonta un conflicto y cree que al día siguiente tiene paz, está cometiendo el mayor de los errores. La paz que se construyó en El Salvador permitió a la derecha oligárquica quitarse la resistencia del FMLN y afianzar un modelo económico que excluyó como nunca antes a la población. Esa gente excluida tuvo que irse para EE.UU. porque no había condiciones para seguir viviendo en su país. A los jóvenes combatientes que se lanzaron para conquistar la tierra —que era una de las consignas del FMLN— les dieron 20.000 dólares para que trabajaran la tierra, y les dieron la tierra cuando el conflicto acabó, pero se empezaron a ir para EE.UU. La agricultura colapsó", dijo Cheyene el año pasado en una entrevista para El Espectador.

Es cierto que de El Salvador se fue mucha gente, pero desde EE.UU. llegó un grupo más. Luego de firmada la paz, el gobierno norteamericano deportó a miles de pandilleros de Los Ángeles que retornaron a sus países de origen en Centroamérica y conformaron organizaciones como la Mara Salvatrucha, también conocida como la MS o MS-13; y Barrio 18, actualmente dividida entre "Los sureños" y "Los revolucionarios".

"El nuestro es un problema que importado desde EE.UU. a finales de los años ochenta y a principios de los 90 pero, lógicamente, ha habido 25 años de evolución", añade Valencia al respecto. La violencia de hoy, la de las pandillas agrupadas en células denominadas "clicas", se ha vuelto parte del paisaje, se ha imbricado tanto con las comunidades que "ya son una característica del diario vivir".

¿Guerra contra quién?

"Si tú vives en una comunidad y se te muere un familiar en un cantón dominado por una mara distinta, no puedes ir a su velorio aunque tú no tengas nada que ver con los pandilleros", cuenta Valencia para ejemplificar la gran fractura social que ocasionan las guerras entre esas bandas conformadas, en su mayoría, por jóvenes desde la adolescencia temprana.

Según las autoridades, las pandillas son las responsables de 90% de los crímenes perpetrados en el país, por lo que el Estado ha implementado una estrategia represiva que pretende disminuir el el poder de esas organizaciones criminales. Las cifras presentadas, al menos en los primeros meses, parecen registrar su efectividad.

A principios de marzo, la Policía Nacional de El Salvador informó que entre enero y febrero de este año hubo 493 homicidios, lo que representa una reducción de 65% con respecto a los 1.404 registrados en el mismo período de 2016. Para Valencia, sin embargo, las cifras son engañosas: "si se ven por separado, se nota que en febrero hubo más muertes que en enero, y que marzo se pronostica aún más violento. La tendencia, en lo que va de 2017, apunta al aumento de los asesinatos".

Otro elemento que destaca el periodista es el hecho de que, si bien los pandilleros se asesinaban entre sí, las pactos establecidos entre la MS-13 y el M-18 pueden haber contribuido a disminuir el número de muertes. En paralelo, las autoridades han reconocido que hay un incremento de los enfrentamientos entre los mareros y la policía. ¿Es que acaso las guerras no son intestinas sino contra el Estado?

La paz que no va

La oferta de paz que hizo el MS-13 no duró más de cuatro semanas. "En el fondo sabíamos que todo se iba a caer", admite Valencia. El argumento del gobierno del mandatario Salvador Sánchez Cerén, en palabras de su vicepresidente, Óscar Ortiz, fue que no estaban dispuestos a sentarse a dialogar "con aquellos que mantienen una pistola, o que quieren mantener con una pistola en la cabeza al país".

Ortiz incluso criticó la tregua establecida con las pandillas por Mauricio Funes, antecesor de Cerén: "Fue un sinsentido hacer cosas que son incoherentes con la realidad (...) ¿cómo se va a dialogar con alguien que ordena 22 crímenes diarios?", dijo citado por ElSalvador.com. El discurso del actual gobierno es de no transigir con quienes mantienen sumido al país en conflicto y, al tiempo, golpear con "contundencia" a la cúpula de las estructuras delincuenciales mediante el Plan Némesis.

Naciones Unidas, en la figura de Benito Andión, le ha dado un espaldarazo a la postura del gpbierno salvadoreño al negar cualquier posibilidad de participar en una eventual mediación con las pandillas: "no es posible que (la aplicación de) la ley se negocie", dijo el representante a finales del mes pasado.

Frente a ese callejón sin salida, Valencia sostiene con pesar: "Esta sociedad, la más violenta del mundo, rechaza soluciones que no sean de corte represivo para abordar el problema. Mientras eso siga siendo así, no hay mucho dónde perderse: la violencia seguirá marcando el diario vivir".

Nazareth Balbás

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