Los domingos son días de suspender todo para atender un compromiso que adquirieron sin planearlo, que se fue tejiendo hasta que cobró sentido y entendieron que era la mejor forma para dejar memoria de la tragedia de violencia que azota a México.
Rosa María Garza, de 65 años, y José Luis Mariño, de 70, están sentados en una banca del Jardín Centenario en el centro de la alcaldía Coyoacán de Ciudad de México, mientras un imitador del cantautor 'Crí Crí' canta "El Chorrito".
Rodeados por pañuelos blancos que cuelgan de los postes, la pareja no despega la vista del bordado que tiene en sus manos. Clavan la aguja sobre la tela, bordan finamente con cada punzada los nombres que quieren sacar del olvido.
Atraído por el discurso de paz, memoria y justicia, José Luis comenzó a visitar ocasionalmente al colectivo Fuentes Rojas, hasta que en noviembre de 2016 decidió unirse por completo para bordar las historias que relatan la violencia y el dolor de un país.
Rosa María recuerda que aquellos días, como parte de un arreglo no hablado, intentó darle espacio a su esposo y no inmiscuirse en sus actividades, pero fracasó. "Varias veces lo acompañé sin intención de involucrarme, pero el dolor de las madres me conmovió", cuenta.
La antropóloga que sobrevivió en su juventud a la matanza estudiantil de Tlatelolco, en 1968, se sintió atraída inmediatamente por la tela que habría de tejer este domingo. Madre de un cineasta, no pudo evitar bordar el nombre de Javier Salomón Aceves Gastélum, un estudiante de cine del estado de Jalisco que fue secuestrado y asesinado junto con dos amigos por un cártel local en 2017.
Registro de la violencia
Como en el caso del estudiante Javier, los bordadores dejan registro de los asesinatos y desaparecidos de México. Todo se remonta a 2011, año en que el poeta Javier Sicilia abandonó la escritura a raíz del asesinato de su hijo Juan Francisco Sicilia Ortega, y encabezó el Movimiento por la Paz, con Justicia y Dignidad. En ese momento, el país había alcanzado la tasa más alta de asesinatos en los últimos 21 años y la organización salió a un sector de la sociedad mexicana que exigía "no más sangre".
En una de las iniciativas que nacían en aquellos días para manifestarse contra la violencia, Tania se sumó a teñir de rojo las fuentes de las plazas públicas, en símbolo de protesta por los asesinatos. Después pintó con gis los nombres de las víctimas en el piso de las plazas públicas, pero creía que faltaba algo: un diálogo. Fue hasta que conoció a una artista oaxaqueña que bordaba para denunciar la violencia que terminó de unir las piezas: bordar era una construcción colectiva, implicaba denunciar y simbolizar el duelo.
"Me parece precioso que sea bordado por un montón de personas que queremos construir memoria", dice Tania, mientras a unos cuantos metros Rosa María y José Luis tejen hábilmente.
En un país que acumula 274.389 asesinatos en los últimos doce años, han surgido más de 18 colectivos de bordadoras en el territorio nacional. Aunque el colectivo Fuentes Rojas quisiera dejar de bordar en un futuro, o al menos hacerlo sobre "historias bonitas", hoy la crisis de violencia las lleva a estar ahí cada domingo, con los brazos abiertos a los desconocidos que pasen por ahí y regalar un bordado contra la impunidad.
Historias cercanas
Hay historias que marcan particularmente a cada uno de los bordadores que se ha acercado a esta plaza pública en los últimos siete años. Rosa María cuenta cuando una joven de Acapulco, Guerrero, se acercó con ellas y les pidió una tela. La antropóloga creía que era una persona más buscando plasmar la historia de alguien desconocido, hasta que la chica les dijo que quería bordar el pañuelo de su hermano, quien se encontraba desaparecido.
Tania cuenta que es mucho más común de lo que imaginaban que familiares de desaparecidos se acerquen a ellos para decirles: "Es que me falta mi hijo, mi sobrina, mi tía".
Casos como estos, confirman uno de los objetivos de estas bordadoras: demostrar que detrás de las cifras de desaparecidos hay una vida detrás y una familia que los espera, que no son "daños colaterales", como los llamó el expresidente Felipe Calderón (2006-2012) durante la guerra contra el narcotráfico que implementó y sigue hasta el día de hoy.
Regina sabe que a veces es doloroso encontrarse con estas historias, pero entiende que "es una oportunidad de dignificar, de honrar".
En esta plaza pública de Coyoacán, en la que pasean familias, personas con sus perros y parejas enamoradas, usualmente hay extranjeros que caminan por ahí y se detienen curiosos a mirar qué son esos bordados que cuelgan de los postes.
La solidaridad no conoce fronteras
Hoy hay pañuelos con textos en verde, el color destinado a los desaparecidos, dedicados a los 43 estudiantes de Ayotzinapa, que fueron secuestrados por la policía municipal de Iguala, Guerrero, en septiembre de 2014.
"Con vida se los llevaron, con vida los queremos", dice el bordado de 'Poli', dedicado al estudiante Jorge Antonio Tizapa Legideño, desaparecido a los 19 años. Como muchas personas, 'Poli' no es de México, sino de Córdoba, Argentina, pero en solidaridad con la causa contribuyó con una parte del memorial dedicado a los jóvenes normalistas.
En el tiempo que lleva el colectivo Fuentes Rojas, personas de Argentina, Perú, Chile, Colombia, Puerto Rico Alemania, Gales, Francia y Japón han bordado en solidaridad con las víctimas de la violencia en México.
Rosa María recuerda cuando unas personas de Guatemala se acercaron con ellas y les agradecieron porque habían bordado pañuelos por las 41 niñas guatemaltecas, que murieron quemadas el 8 de marzo de 2017 en el orfanato Hogar Seguro Virgen de la Asunción.
Solidaridad, empatía o simple humanidad. Para Rosa María ponerle nombre y apellido a las víctimas de violencia no solo es un acto de memoria, "también es un acto de amor".
José Luis Beltrán
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