Los datos recabados por la sonda Galileo de la NASA llevaron a los especialistas a pensar que las variaciones en el campo magnético alrededor de la luna Ío de Júpiter estaban relacionadas con la interacción entre su océano de magma y el campo magnético del planeta.
Sin embargo, nuevos estudios señalan ahora que para que este fenómeno se produzca no es necesaria la presencia de magma. Aunque tampoco descartan su existencia, la clave para la modificación de su atmósfera estaría en la actividad volcánica.
Aljona Blöcker, investigadora de la Universidad de Colonia (Alemania) y líder del estudio, explicó que al analizar una "atmósfera más gruesa con asimetrías" comprobaron que "un campo magnético de un océano de magma no es necesario" para explicar las variaciones halladas en torno a Ío, publicó Space. Para llegar a esta conclusión, evaluaron la información recolectada por Galileo, que realizó seis sobrevuelos sobre la luna volcánica de Júpiter entre 1999 y 2002 mientras estudiaba el sistema Joviano.
Ío está incluida en la magnetosfera de Júpiter, la más grande del Sistema Solar, donde las atmósferas y campos magnéticos de esa luna volcánica pueden interactuar con la estructura más grande. "Ío no tendría ningún campo magnético si fuera sacada de la magnetosfera de Júpiter y puesta en un espacio vacío", comentó Blöcker.
Además, Ío presenta más de 150 estructuras volcánicas conocidas, mientras que pudieron ser observadas columnas de polvo y de gas de 16 centros volcánicos que alcanzaron una altura de unos 400 kilómetros, lo que creó la atmósfera irregular, que también es rica en azufre.
Diferencias entre los volcanes
En su investigación, también analizaron cómo la pluma de los volcanes Tvashtar, en el polo norte, y Pele, más cercano al centro, afectaron el entorno de plasma de la luna y explicaron los efectos en el campo magnético de la zona ecuatorial, que son más débiles que en el de los polos.
Gracias a estos análisis, los especialistas manifestaron que no es necesaria la presencia de un océano de magma bajo la superficie para producir las variaciones atmosféricas, aunque, según Blöcker, se necesitan más estudios para descartarlo.