Unos enseñan amuletos contra el coronavirus, minimizan la emergencia de salud o hacen gestos obscenos para presumir que no se han contagiado. Otros sobreactúan y provocan conflictos diplomáticos. Alguno más pone el ejemplo, aplica los protocolos de prevención e incluso logra frenar la polarización política en su país.
Así enfrentan los presidentes latinoamericanos la pandemia que conmociona al mundo y que todavía no hace estragos en la región como ya ocurrió en Asia y Europa.
En México, el presidente Andrés Manuel López Obrador acumula cuestionamientos a diario porque, con 118 casos confirmados y un muerto en un país de 120 millones de habitantes, mantiene su decisión de postergar al máximo la aplicación de medidas extremas como el cierre de fronteras o la imposición de una cuarentena. El principal motivo es no exagerar con restricciones que impactarían negativamente en la economía. Si tiene o no razón con esta estrategia, se sabrá con el tiempo.
Lo que sí ha quedado claro por ahora es que el presidente mexicano está muy lejos de actuar con responsabilidad. Después de que el subsecretario de Salud y vocero de la crisis, Hugo López-Gatell, le recomendó a la población salir lo menos posible y evitar contactos físicos con otras personas, López Obrador continuó realizando giras en los estados con actos masivos y recorridos en los que, rodeado por multitudes, se dejó besar y abrazar.
A sus 67 años, el presidente forma parte de la población de riesgo, pero cuando López-Gatell fue cuestionado sobre la posibilidad de que contagiara o fuera infectado, el funcionario dijo que López Obrador tenía "fuerza moral", no "fuerza del contagio", e incluso deseó que le diera coronavirus porque seguramente se curaría y después sería inmune, lo que es incorrecto porque en otros países ya se demostró que hay casos reincidentes.
López Obrador respondió a las críticas con el aviso de que suspenderá las giras cuando se lo indique el subsecretario, pero luego, en otras conferencias, se negó a usar alcohol en gel y presumió entre risas sus amuletos contra la pandemia: un billete de dos dólares, un trébol de cuatro hojas y la oración: "Detente enemigo, que el corazón de Jesús está conmigo". Cual superhéroe, los definió como su "escudo protector".
En Brasil, Jair Bolsonaro organizó el pasado fin de semana un evento masivo en apoyo a su propio gobierno y se abrazó, estrechó manos y se sacó fotografías con sus seguidores. Tanto él como su hijo siguen minimizando el impacto de la pandemia y la atribuyen a una "histeria" colectiva a pesar de que varios funcionarios que lo acompañaron a una gira en Estados Unidos tienen coronavirus, razón por la que el presidente ya tuvo que realizarse un par de exámenes. Cuando el primero salió negativo, lo festejó con un gesto obsceno que fue ampliamente publicitado en sus redes sociales.
Las reacciones de Bolsonaro, quien a sus 64 años también es población de riesgo, intensificaron sus conflictos internos con cacerolazos en los que los brasileños exigen su renuncia, petición que es apoyada incluso por exaliados que suben la apuesta e incluso ya promueven un juicio político en su contra. Pero nada hace mella en el ánimo provocado de un presidente que no se inmutó en faltar a una videoconferencia en la que sus colegas de la región, salvo Venezuela, dialogaron sobre estrategias comunes para enfrentar el coronavirus. Por ahora, en Brasil hay 529 casos confirmados y cuatro fallecidos a causa de la pandemia.
Pero si López Obrador y Bolsonaro se resisten a tomar radicales medidas de emergencia y no se cuidan ni siquiera a sí mismos, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, de 38 años, es criticado por colocarse en el otro extremo. Sin tener un solo caso confirmado declaró una cuarentena, suspendió todo tipo de actividades públicas y prohibió por completo la entrada de extranjeros. Básicamente cerró al país. Después provocó una tensión diplomática al asegurar que había evitado el ingreso de un avión procedente de México en el que viajaban 12 personas con coronavirus. El canciller mexicano Marcelo Ebrard lo desmintió.
En el resto de la región, por el contrario, predominan medidas de excepción para tratar de frenar la pandemia. En Chile, Sebastián Piñera declaró el Estado de Catástrofe y sacó a las calles a los militares para "cuidar" las calles. En Colombia, el presidente Iván Duque decretó el Estado de Emergencia, al igual que Martín Vizcarra lo hizo en Perú, Lenín Moreno en Ecuador, Abdo Benítez en Paraguay, Luis Lacalle Pou en Uruguay y el gobierno de facto de Jeanine Añez en Bolivia. En Venezuela, Nicolás Maduro anunció una cuarentena nacional.
De todos ellos, solo Piñera y Moreno integran población de riesgo ya que tienen 70 y 67 años. En Centroamérica, se les unen los presidentes de Guatemala, Alejando Giammattei, de 64; y de Panamá, Laurentino Cortizo, de 67.
En ese grupo también se contempla a Alberto Fernández, el presidente argentino que a sus 60 años se destaca de manera positiva en el manejo de la crisis.
Aunque cometió un error al afirmar que el calor mataba el virus, con el paso de los días puso el ejemplo al aplicar él mismo los protocolos de prevención. Esta semana comenzó a trabajar la mayor parte del tiempo en la residencia oficial para tratar de cumplir lo más posible con la cuarentena. Suspendió actividades con público, dejó de saludar de beso, con la mano o con abrazos y se puso la vacuna antigripal como una muestra de los cuidados que debe tener el resto de la población. También llamó a un programa de radio para sumarse a una campaña de promoción del aislamiento en casa y de distanciamiento social, repudió la violencia de un hombre que golpeó a un guardia que lo denunció por violar la cuarentena y se indignó cuando miles de personas aprovecharon las medidas de emergencia para vacacionar en un balneario.
Otro de los aspectos sobresalientes e inesperados de la pandemia en Argentina es que desdibujó la polarización política que hasta ahora predominaba. El presidente convocó al opositor jefe de Gobierno de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, a jefes de todas las bancadas parlamentarias y a los gobernadores, que son de diferentes fuerzas políticas, para enfrentar juntos la pandemia. La respuesta ha sido una colaboración a la que los argentinos no están acostumbrados.