Brasil camina sin rumbo político fijo en medio de la pandemia del coronavirus, mientras los muertos e infectados aumentan y el país se convierte en uno de los más golpeados a nivel mundial.
Esta semana el gigante latinoamericano superó la barrera de los 1.000 muertos en 24 horas. Con 18.859 decesos confirmados y 291.579 contagiados, el panorama es cada vez más sombrío. Y eso que todavía faltan varias semanas para alcanzar el pico de la pandemia.
El virus se está cebando especialmente con los estados de Sao Paulo y de Río de Janeiro, en el sudeste del país, y en los del empobrecido nordeste y del norte, como Ceará, Pernambuco y Pará.
Pero los expertos concuerdan que las cifras reales de infectados son hasta 12 veces más altas, lo que supondría 3,4 millones de contagios, debido a la falta de test que se están realizando. De confirmarse este extremo, Brasil sería ya el país con más casos y, por tanto, epicentro de la pandemia.
En los cementerios de algunas urbes, como la de Sao Paulo, se trabaja a contrarreloj, con las excavadoras abriendo nuevas fosas. Los entierros se suceden con rápidas y dolorosas despedidas.
Con el 80% de las camas ocupadas en cuidados intensivos en 12 capitales brasileñas, según datos de la Folha de S.Paulo, el sistema sanitario se enfrenta a un escenario crítico que requiere de una respuesta urgente.
Aplicar o no el confinamiento
A pesar de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha recomendado el confinamiento de la población como una de las medidas esenciales para amortiguar al virus, en Brasil han sido solo cuatro los gobernadores que han aplicado el bloqueo total.
Y cuando lo han hecho ha sido tarde y solo en las capitales de los estados.
En estados como el de Sao Paulo, con diferencia el más afectado por la covid-19, se han adoptado cuarentenas parciales. En medio del drama, el dilema de aplicar o no el confinamiento ha enfrentado al presidente Jair Bolsonaro, que se opone categóricamente a ello y sigue minimizando los efectos del virus, y los gobernadores y alcaldes de los estados.
Esto ha provocado que millones de brasileños se sientan perdidos entre mensajes contradictorios: mientras los gobernadores piden a los ciudadanos que se queden en casa, Bolsonaro se pasea en moto acuática y participa en manifestaciones en Brasilia.
La caótica gestión del presidente ha llevado a dos de sus ministros de Salud, ambos médicos, a abandonar el barco en menos de un mes.
El uso de la cloroquina
Estaban en desacuerdo con la campaña de Bolsonaro en contra del confinamiento, pero sobre todo por la obsesión del mandatario con la cloroquina, un medicamento utilizado para combatir la malaria y cuyos efectos contra el virus no han sido científicamente demostrados.
El mandatario se salió con la suya al nombrar como ministro interino a un generalsin ninguna experiencia en el ámbito sanitario, Eduardo Pazuello, quien el miércoles autorizó que el fármaco puede usarse también en personas con síntomas leves, con autorización médica y la conformidad del paciente.
Bolsonaro ya ha adelantado que Pazuello, que ha nombrado a nueve militares en distintos cargos del ministerio, permanecerá en el puesto "por mucho tiempo".
Una vez más, el ultraderechista sigue los pasos de su admirado homólogo estadounidense, Donald Trump, que consume diariamente un comprimido de hidroxicloroquina de manera preventiva contra el covid-19.
El propio Ministerio de Salud ha reconocido que no hay evidencias suficientes sobre la eficacia del fármaco, y que su consumo puede generar graves efectos secundarios, como arritmias y disfunciones hepáticas. La OMS tampoco recomienda su uso y muchos especialistas reprobaron el nuevo protocolo en Brasil.
Dentro del Gobierno brasileño también ha provocado discrepancias. El secretario de Ciencia y Tecnología del Ministerio de Salud, el médico y biofísico Antônio Carlos Campos de Carvalho, pidió la dimisión de su cargo esta semana.
"No participé [en la elaboración del documento] y tampoco lo haría", explicó en una entrevista. "En el momento en el que el ministro [Nelson Teich] pidió salir y las cosas comenzaron a empeorar, con interferencia directa en las decisiones que no se basaban en criterios científicos, no fue posible continuar", matizó.
A la crisis sanitaria y política –Bolsonaro es investigado por supuesta interferencia política en el seno de la Policía– se suma la económica en un país con grandes niveles de pobreza y de desempleo.