La muerte de la jueza de la Corte Suprema Ruth Bader Ginsburg el pasado 19 de septiembre, en plena campaña electoral, genera un agregado imprevisto en EE.UU. que obliga a redefinir las estrategias.
Lo inesperado no sustituye lo cíclico. Lo mismo ocurrió en las presidenciales de 2016, cuando murió el juez Antonin Scalia y el presidente Barack Obama propuso su sustitución, que fue rechazada. En esa ocasión, la situación fue aprovechada por el candidato Donald Trump, ya que le permitió movilizar a los votos duros republicanos, quienes estaban indecisos porque preferían un institucionalista y un líder 'políticamente correcto' –como los expresidentes Ronald Reagan o los Bush– y no un líder populista e incorrecto como el actual mandatario. Pero cuando es el Alto Tribunal lo que está en juego, los votos duros suelen movilizarse. Así sucedió ese año: las bases republicanas terminaron compactadas en torno a Trump.
Ahora, el resultado electoral puede implicar para las partes un triunfo o derrota históricos en el terreno jurídico-legal de los últimos 40 años.
Para tratar de ilustrar: si Trump logra imponer un nuevo magistrado y pone la correlación en la Corte en seis republicanos y tres demócratas (actualmente es de cinco y cuatro respectivamente con un republicano oscilante), algunas leyes fundamentales, como la del aborto de 1973, podrían eliminarse.
Con esta situación de diatriba, los votos duros republicanos podrían movilizarse para tratar de desmontar las conquistas de los demócratas, pero también estos podrían aumentar para dar un vuelco a la situación y poder defender sus avances históricos en materia de derechos humanos, mujer, minorías y migración, que estarían en severos riesgos.
Si Trump mete un sexto republicano y logra una mayoría estable en el tribunal, pero pierde las presidenciales y el Senado, entonces los demócratas podrían aumentar el número total de magistrados para poder equilibrar la balanza. Pero antes deberán movilizar a su electorado.
Así, hay una invitación directa a los votos duros, a los militantes de las causas, a los amigos ideológicos de los partidos, a asistir a votar para intentar controlar la Corte, que podría perder el equilibrio actual marcado por el juez republicano John Roberts, quien ha aportado votos a los demócratas para importantes decisiones sobre inmigración y orientación sexual.
La campaña se ubica ahora en una lucha entre progresistas y conservadores, lo que puede permitir movilizar a sectores indecisos
Si a Trump le salió bien su estrategia en 2016, movilizando a los votos duros republicanos que se encontraban indecisos, ahora podría suceder lo mismo en el electorado demócrata, especialmente en minorías, militantes y jóvenes, quienes han luchado por sus derechos y, aunque no ven con regocijo al candidato Joe Biden, tienen dos razones para votarle: los reaccionarios discursos de Trump y ahora la posibilidad de que se vuelva hegemónico en el Alto Tribunal.
Con esta situación, el liderazgo de Biden vuelve a perder importancia como eje central de la campaña, que ahora se ubica en una lucha entre progresistas y conservadores, lo que puede permitir movilizar a sectores indecisos sobre su candidatura.
Uno de los sectores que fue decisivo en el anterior triunfo de Trump fueron los jóvenes urbanos, que votaron por Obama en las presidenciales de 2008 y 2012 pero no lo hicieron por Hillary Clinton. En las pasadas primarias demócratas apoyaron las posturas de Bernie Sanders porque dudan seriamente de un personaje como Biden, a quien consideran hijo de una élite política blanca, su principal enemiga. Sin embargo, este sector, muy politizado, podría estar ahora interesado en asistir a votar y parar la avalancha republicana que llegaría al poder si se concreta la tendencia derechista en la Casa Blanca y en la Corte.
En todo caso, la posibilidad sorpresiva de nombrar un nuevo magistrado cae como un mango bajo para Trump y su intención de ser reelegido. Seguramente escogerá una propuesta que agite la convocatoria electoral en algún estado clave.
Revive el caso de Elián, el balserito cubano
Una de las opciones que se le presentan a Trump es la de Barbara Lagoa, una abogada de origen cubano que llevó el conocido caso de Elián González, el balserito que fue encontrado en noviembre de 1999 en una playa de Florida y luego fue repatriado a Cuba debido a la muerte de su madre, lo que entristeció a la comunidad cubana de Florida.
En aquel momento, año 2000, el caso sirvió para que Al Gore, vicepresidente de Bill Clinton, perdiera en Florida y, con ello, se le escapara el triunfo de las manos a escala nacional. Fue su gobierno quien movilizó tropas para rescatar a Elián y devolverlo a Cuba con su padre.
Los republicanos movilizarán a aquellos votantes de base a los que no les agrada Trump. Los demócratas se dirigirán a los activistas y sectores politizados de izquierda que no siempre dan su voto al candidato del partido
De proponer Trump a la abogada cubano-estadounidense, los demócratas tendrán que enfrentarla, lo que recordará el caso de Elián, mientras se ejemplifica el sueño americano representado ahora por quien se convertiría en la primera magistrada proveniente de esa minoría. Para ambos candidatos, Florida es uno de los estados imprescindibles para llevarse el triunfo.
Lazarsfeld, una vez más
Si algo se va a corroborar en estas presidenciales, una vez más, es la teoría del comunicólogo Paul Lazarsfeld, que plantea que "la campaña electoral ha terminado": cada quien sabe por quién votaría y lo único que puede cambiar es su intencionalidad de ir a votar o no. Pero si lo hace, lo hará por el partido predeterminado según su experiencia y posición social. Sin mucho cambio posible. La cuestión no es convencer a la gente para que apoye a un candidato en particular, porque esa decisión ya está tomada, sino persuadirles para que se acerquen a las urnas o envíen su voto por correo.
El nuevo panorama sobre la Corte, a apenas seis semanas de las elecciones, pareciera que va a confirmar esta tesis, ya que los partidos apelarán al voto duro y a los militantes. Por un lado, los republicanos movilizarán a aquellos votantes de base a los que no les agrada Trump. Por otro, los demócratas se dirigirán a los activistas y sectores politizados de izquierda que no siempre dan su voto al candidato del partido, como sí lo hicieron por Obama.
El voto duro, sin embargo, sigue estando cruzado por la especificidad de los estados que son centros de batalla. Son los que han venido siendo pendulares y es donde se juega la elección. De esta manera, cada partido tratará de utilizar la pugna por el Alto Tribunal a su provecho y según el estado en el que decida avanzar con mayor ahínco.
Antes poníamos el ejemplo de Trump y el estado de Florida, junto a la posible propuesta de una descendiente cubana.
Pero los demócratas también pueden utilizar la peligrosa imposición de los republicanos en la Corte Suprema para intentar movilizar a los estados del Rust Belt, el cinturón del óxido, esos estados obreros que eran firmemente demócratas pero terminaron votando por Trump. Cuatro de estos estados serán decisivos: Wisconsin, Pensilvania, Ohio y Michigan.
El Partido Republicano viene ganando como minoría, es decir, perdiendo en votos populares pero ganando en los colegios. Así que una hipotética reacción de las bases demócratas para enfrentar el avance republicano podría multiplicar los votantes y dejar a Trump en el camino
En las presidenciales de EE.UU se impone la composición de los colegios electorales, lo importante es ganar en los lugares clave. Quien gana un colegio electoral, así sea por un voto, se lleva todos los votos del colegio de un estado. Por eso no se hace esfuerzo electoral en los territorios perdidos o ganados, sino en los llamados pendulares o campos de batalla, los que están por decidirse.
La lucha por el Alto Tribunal va a afianzar la estrategia demócrata de esta campaña de volver a llevar la diatriba entre demócratas vs republicanos y ya no de Trump vs el status quo de Washington, como pudo haber ocurrido en 2016, y así volver a conquistar el voto obrero que históricamente ha sido de los demócratas y que viene coqueteando con el trumpismo.
El Partido Republicano viene ganando como minoría, es decir, perdiendo en votos populares pero ganando en los colegios. Así que una hipotética reacción de las bases demócratas, como ocurrió con Obama, para enfrentar el avance republicano, atizado además por Trump, podría multiplicar los votantes y dejar a Trump en el camino. No parece que haya posibilidad de un triunfo de Trump si las bases demócratas salen a votar masivamente, incluso si así también lo hicieran las bases republicanas.
Lo que se aviva es no solo el debate electoral, sino también la guerra cultural, el choque de civilizaciones interno a EE.UU., la grieta entre dos formas de pensamiento.
El 3 de noviembre toda la carne estará en el asador.
Ociel Alí López
Es sociólogo, analista político y profesor de la Universidad Central de Venezuela. Ha sido ganador del premio municipal de Literatura 2015 con su libro Dale más gasolina y del premio Clacso/Asdi para jóvenes investigadores en 2004. Colaborador en diversos medios de Europa, Estados Unidos y América Latina.
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