Los más de 300 millones de mujeres que habitan América Latina y el Caribe padecen más el impacto de la pandemia. Hoy son más pobres, registran mayor desempleo y precarización. La brecha salarial se mantiene: ganan menos que los hombres. Las denuncias por violencia intrafamiliar aumentaron. Los femicidios son una epidemia aparte. Y siguen dedicando más tiempo que ellos al trabajo doméstico no remunerado y a las tareas de cuidado de personas dependientes.
Pero no están inmovilizadas. Al contrario. Pese a que la igualdad de género todavía es una meta lejana en la región, y también en el resto del mundo, los feminismos marcharán y se movilizarán este 8 de marzo, Día Internacional de las Mujeres, para seguir peleando por sus derechos, evidenciar la inequidad y discutir estrategias de lucha.
La conmemoración llega marcada por el logro que significó la histórica legalización del aborto que se aprobó a fines del año pasado en Argentina y que dio aliento a las campañas por el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo en el resto de los países.
Chile, que tendrá paridad de género en la Convención que elaborará su nueva Constitución, votará si despenaliza o no el aborto sin causales en el primer semestre de este año. En México, las organizaciones feministas toman congresos locales para obligarlos a debatir el tema, denuncian a un candidato a gobernador acusado de violación y a cada rato dejan en evidencia las barbaridades de Andrés Manuel López Obrador, el presidente que, como casi el resto de sus colegas latinoamericanos, no entiende al movimiento de mujeres, su historia y su trascendencia.
En 2020, el año de la pandemia, la violencia machista empeoró. En la mayoría de los países se multiplicaron las llamadas a los líneas oficiales para denunciar
Más allá de los pronunciamientos políticos, la realidad es que en toda la región las mujeres siguen siendo asesinadas, en la mayor parte de los casos, por parejas o exparejas. Según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), en 2019 hubo por lo menos 4.555 femicidios, un 31,5 % más que en 2018.
En 2020, el año de la pandemia, la violencia machista empeoró. En la mayoría de los países se multiplicaron las llamadas a los líneas oficiales para denunciar a agresores intrafamiliares y solicitar ayuda. Tan solo en Argentina, los pedidos de auxilio se incrementaron 39 %. Las campañas de prevención, y los riesgos, continúan.
Economía
Los organismos internacionales han coincidido en que la pandemia de coronavirus provocará una "década perdida" en América Latina y el Caribe, con el peor aumento de la pobreza registrada en este siglo, y en pleno retroceso de los avances que se habían logrado.
En 2019, por cada 100 hombres que vivían en hogares pobres en la región, había 112,7 mujeres. La crisis económica y social derivada de la emergencia sanitaria empeoró esa situación, ya que ese año se estimaba que un 30,3 % de mujeres latinoamericanas estaba en condiciones de pobreza, pero esa cifra aumentará al 37,2 % en 2020. En términos absolutos, se trata de 118 millones de mujeres.
Otro resultado anticipado por la Cepal en un estudio es que la tasa de desocupación femenina, que en 2019 era de 9,6 %, podría alcanzar el 15,2 % en 2020, mientras que la tasa masculina aumentará del 7,1 % al 12,3 %.
El impacto todavía no es concluyente, porque los sectores económicos que tendrán un mayor efecto negativo, como el comercio, las manufacturas y el turismo, concentran un 56,9 % del empleo de las mujeres y un 40,6 % del de los hombres. En el Caribe, la proporción es 54,3 % y 40,6 %.
Además, algunos de los sectores que se encuentran en mayor riesgo no solo emplean a la mayoría de las mujeres ocupadas en la región, sino que también se caracterizan por altas tasas de informalidad, es decir, bajas remuneraciones y bajos niveles de calificación.
En cuanto al acceso a la protección social, un bajo porcentaje de mujeres en estos sectores están afiliadas o cotizan a un sistema de seguridad social. Se trata del 35,8 % en el comercio; un 45,4 % en las manufacturas, un 25,9 % en el turismo y un 24,0 % en el trabajo doméstico remunerado.
Por lo menos una de cada tres mujeres en estos sectores es una trabajadora por cuenta propia, ocupación asociada generalmente a una menor calidad del empleo, ya que dependen en gran medida del autofinanciamiento y enfrentan mayores barreras para acceder a recursos financieros formales.
Para la Cepal, el anticipado cierre de fábricas puede ser particularmente crítico en Centroamérica, donde un 13,2 % del empleo femenino se concentra en este sector, con una gran participación en las industrias orientadas a la exportación, como la maquila y el ensamblaje.
Mayor impacto
El panorama no es mucho mejor para el turismo, en donde el 61,5 % de los puestos de trabajo eran ocupados por mujeres en 2019. Este sector emplea a más de un 70 % de mujeres en Bolivia, Perú, Honduras o El Salvador y se concentra en su mayoría en microempresas de menos de cinco personas que a menudo carecen de acceso al crédito, disponen de pocos activos y tendrán una recuperación post pandemia más lenta.
El 73,2 % de los puestos de trabajo en salud y el 70,4 % en educación son ocupados por mujeres que tuvieron que enfrentar mayores situaciones de riesgo y de trabajo precarizado
La Cepal cita diversos estudios que demuestran que las mujeres tienen menor acceso a productos y servicios financieros, obtienen montos más reducidos en los créditos y otros productos financieros que solicitan y pagan tasas de interés más elevadas, a pesar de que sistemáticamente son mejores pagadoras que los hombres.
En Chile, por ejemplo, en diciembre de 2018 la base de mujeres deudoras alcanzaba dos puntos porcentuales menos que la de hombres deudores. En Costa Rica, esa diferencia era de 22 puntos, y en Guatemala, de 28. Sin embargo, el monto total de crédito vigente de las mujeres es entre tres y cuatro veces menor.
Por otra parte, dos sectores estratégicos durante la pandemia también están feminizados: el 73,2 % de los puestos de trabajo en salud y el 70,4 % en educación son ocupados por mujeres que tuvieron que enfrentar mayores situaciones de riesgo, de trabajo precarizado y de responsabilidad en los cuidados.
Las trabajadoras de la educación respondieron a las nuevas condiciones derivadas de la pandemia, en muchos casos sin la posibilidad de formación o capacitación previa y sin las competencias o los recursos suficientes para poder adaptar su trabajo a las exigencias de la enseñanza a distancia y el uso de plataformas.
Lo mismo ocurrió al interior de los hogares, en donde ellas dedicaron más horas que los hombres a las tareas educativas de las y los menores, lo que replica las tendencias generales en materia de cuidado y trabajo doméstico no remunerado, tareas en las que las mujeres dedican por lo menos tres veces más tiempo que los varones.
Desigualdad
En América Latina y el Caribe, hasta 2019 alrededor de 13 millones de personas se dedicaban al trabajo doméstico remunerado. De ese total, el 91,5 % eran mujeres, muchas de ellas afrodescendientes, indígenas o migrantes. Tres de cada cuatro no cuentan con cobertura previsional.
Las mujeres latinoamericanas ganan en promedio 17 % menos que los varones
Pero la Organización Internacional del Trabajo (OIT) ya reveló que el 70,4 % de las trabajadoras domésticas de la región fueron afectadas por la pandemia con despidos, recortes salariales o reducción de horas laborales.
Con respecto a la brecha salarial, el organismo ya advirtió que las mujeres latinoamericanas ganan en promedio 17 % menos que los varones aunque realicen el mismo trabajo y estén igual o más capacitadas.
Las cifras de la inequidad contrastan con los análisis de la Cepal que explican que, si las mujeres tuvieran iguales tasas de participación en la economía que los hombres, la pobreza en 18 países de América Latina podría reducirse entre uno y 12 puntos porcentuales, mientras que la desigualdad podría caer entre uno y cuatro puntos.
Mejor sería aun si se cerrara la brecha de ingresos, ya que podría haber 14 puntos porcentuales menos de pobreza y hasta ocho puntos porcentuales menos de desigualdad.
Porque la equidad beneficiaría no solo a las mujeres, sino a toda la sociedad. En aras de ese reclamo, y de tantas otras facetas de la anhelada justicia social y el respeto a los derechos humanos, millones de mujeres latinoamericanas y caribeñas unirán sus voces. La lucha es una sola.