El tercer y último destructor de la clase Zumwalt se hizo a la mar para someterse a pruebas de navegación, informó Naval News el pasado 27 de agosto.
Construido en los astilleros Bath Iron Works de General Dynamics con el nombre de Lyndon B. Johnson (DDG 1002), este barco se caracteriza por su extraña geometría, con una proa inclinada hacia el cielo, una superestructura piramidal y lados planos, algo típico de los buques de guerra diseñados conforme a la tecnología de sigilo.
Muchas de sus superestructuras están hechas de madera de balsa, mientras que su casco está pintado con un compuesto de ferrita que absorbe las ondas de los radares enemigos.
De 32 buques a solo tres
El Zumwalt es el primer buque sigiloso de su clase, así como el mayor y más caro destructor de la Marina de EE.UU. jamás construido.
El Departamento de Defensa de EE.UU. cerró los contratos de su construcción con las empresas Northrop Grumman y General Dynamics en 2008 por un enorme coste unitario de 2.800 millones de dólares (que más tarde llegó hasta los 3.500 millones). En aquel entonces la Marina tenía previsto construir 32 destructores de esta clase.
El buque fue concebido como una autentica plataforma multipropósito de armas futuristas diseñada para la guerra de superficie y antiaérea. Su tamaño y una planta de energía, capaz de generar 78 megavatios de electricidad, lo convierten en potencial plataforma de armas láser o de un cañón electromagnético.
Secuencia de accidentes
Desde su mismo inicio, el programa sufrió distintos reveses. La cabeza de serie del proyecto, el DDG 1000 Zumwalt, llamado así en honor del almirante Elmo Russell Zumwalt, ha salido ileso de muchos accidentes relacionados con fallos en su planta propulsora, demasiado sofisticada. En 2016, el buque perdió propulsión después de que penetrara agua en dos de los cuatro cojinetes del eje de la hélice, estrellándose contra una pared del Canal de Panamá.
Las primeras pruebas del segundo destructor estadounidense de clase Zumwalt, el USS Michael Monsoor (DDG-1001), que arrancaron en diciembre de 2017 fueron interrumpidas antes de lo previsto debido a un fallo técnico en el sistema eléctrico de la nave
En 2018 se dio a conocer que durante las pruebas del Michael Monsoor se estropearon las palas y hubo que cambiar una de sus turbinas principales, la de gas marítima MT30 de Rolls-Royce, que cuesta 20 millones de dólares.
Adiós a las armas
En un primer momento, se planeó dotar a estas naves de un cañón electromagnético. Sin embargo, a la espera de obtener uno adecuado, se decidió dotarlas del avanzado cañón naval AGS de 155 mm de calibre, que usa proyectiles guiados clase nave-tierra LRLAP fabricados por Lockheed Martin.
Sin embargo, en 2016 las autoridades militares norteamericanas decidieron rechazar esas municiones debido a su alto costo, de 800.000 de dólares por disparo.
Además, muy pronto quedó claro que sus proyectiles, de un alcance de 148 kilómetros, son más caros que los misiles Tomahawk, que tienen un alcance y una potencia muchísimo mayores.
Mientras tanto, los 16 años de esfuerzos de la Marina de Estados Unidos para dotar a sus naves más avanzadas con megapotentes cañones, parecen haber tocado a su fin. En 2021, la Armada no incluyó en su solicitud el presupuesto para el proyecto del año fiscal 2022, en el que ya se emplearon unos 500 millones de dólares y que promete lanzar proyectiles a velocidades hipersónicas.
De momento, los destructores más caros y sofisticados de Estados Unidos, no parecen contar con sus armas principales.