El caso de la presidencia de Pedro Castillo y la encrucijada democrática en la que se encuentra Perú es probablemente el que más representa, de toda la región, la lucha entre la voluntad popular, que designó un representante nacional por medio de los votos, y la de los poderes establecidos, que sencillamente no le dejan gobernar.
El pasado martes, el presidente declaró ante la Fiscalía por un caso sobre ascensos militares que muestra claramente el acecho legal, político y mediático al que está siendo sometido.
Escándalos absurdos, como los 20.000 dólares encontrados en un baño del palacio presidencial, o grandilocuentes, como la constante vinculación al terrorismo, funcionan con el objetivo de llevar al gabinete a una crisis. En apenas cinco meses, 12 ministros han tenido que renunciar por presiones mediáticas y Castillo se ha visto obligado a cambiar toda su estructura para acomodarse a la lluvia de "renuncias" que le sacuden.
Pero lo más grave es que la oferta electoral de Castillo se está difuminando. Está perdiendo el apoyo de su partido, Perú Libre, que se va arrastrando a los sectores más movilizados y adueñándose de las demandas de un cambio de Constitución –central durante la campaña–, las nacionalizaciones o las subidas de impuestos a las transnacionales.
El presidente, que recientemente superó una moción de censura en su contra en el Congreso, no se ha aislado. Trata de convertir cada ataque en un acontecimiento, como cuando va a la Fiscalía con un megáfono en mano para lanzar su discurso de calle.
No es una oposición; es una sedición de las clases altas, medias y los poderes fácticos que desde que Castillo pasó a segunda vuelta le han declarado la guerra, aunque ello implique pasar aplanadora a la voluntad popular.
En eventos públicos, trata constantemente de ejercer su agenda, como en el aniversario de las rondas en Cajamarca celebrado esta semana, que le permite tratar de seguir dialogando con los sectores populares que le apoyan, especialmente, los rurales.
En la esfera política, este jueves llamó a los partidos políticos a una reunión a la que asistieron cinco formaciones de importancia parlamentaria. Con ello, Castillo divide a la oposición en dos: una moderada, que asiste al encuentro, y una más radical –en la que se encuentran los medios de comunicación–, que de manera intransigente y clasista ha negado todo diálogo y con cualquier argumento pretende derrocarle. Es el comportamiento típico de las clases altas en América latina cuando detestan a su adversario político y no quieren derrotarle, sino eliminarle de raíz.
Por ello, el acecho político a Castillo no es normal. No se habla de una oposición. Es una sedición de las clases altas, medias y los poderes fácticos que desde que pasó a segunda vuelta le han declarado la guerra, aunque ello implique pasar aplanadora a la voluntad popular que le eligió presidente.
El caso peruano es el de mayor acentuación del signo del nuevo ciclo político que se vive en América latina, inmerso en una resaca. Ya no es una ola, sino un vaivén agónico en el uso del poder político y la forma como los presidentes tienen que enfrentarse con otros poderes legítimos, como el Congreso, y fácticos, como los medios y el status económico, para poder sobrevivir e intentar gobernar.
Es un ciclo en constante agitación que demuestra que en este continente se puede ganar limpiamente una elección popular, legitimada por todos los costados, pero eso no es suficiente para gobernar, ni siquiera los primeros meses, como en el caso de Castillo. El presidente ha tenido que enfrentar fuertes presiones que le llevaron a desmontar el gabinete ya una vez, a pesar de la difícil y sudorosa aprobación que ha hecho el Congreso.
Sin conflictividad en la calle
Hasta ahora los problemas institucionales no han ido acompañados de conflictividad social o de calle. La política se mantiene contenida y no parece haber un tránsito hacia una etapa de convulsiones sociales.
Castillo tendrá que tomar una decisión: plegarse al modelo Humala para favorecer la 'convivencia', supeditado siempre al capital, o dar un giro radical y conducir el conflicto hacia un escenario donde al menos tenga fuerzas con las que pueda pelear.
No obstante, en la alta sociedad limeña todos cuentan que el presidente y su equipo no durarán mucho, mientras que las culturas rurales comienzan a preguntarse sobre la efectividad de este gobierno, al que apoyan pero está sitiado.
La debilidad última del fujimorismo, y especialmente de Keiko Fujimori, que no ha podido monopolizar a la oposición, también hace que sus adversarios pierdan cohesión en torno a Castillo.
Por su parte, la "larga mano del mercado" hace su "trabajo" siempre amenazando con inflación, riesgo y devaluación.
Esta situación compleja hace que Pedro Castillo, ya no solo como presidente, sino sobre todo como líder político que ha vivido huelgas y conflictos, tenga que estar a punto de tomar una decisión definitiva: plegarse al modelo de Ollanta Humala para favorecer la 'convivencia', supeditado siempre al capital, o dar un giro radical y conducir el conflicto hacia un escenario donde al menos tenga fuerzas con las que pueda pelear, algo con lo que casi no cuenta en las instituciones establecidas.
Los próximos meses veremos movida la actualidad peruana.
Ociel Alí López es sociólogo, analista político y profesor de la Universidad Central de Venezuela. Ha sido ganador del premio municipal de Literatura 2015 con su libro Dale más gasolina y del premio Clacso/Asdi para jóvenes investigadores en 2004. Colaborador en diversos medios de Europa, Estados Unidos y América Latina.
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