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Ermitaños del siglo XXI: una familia rusa da la espalda a la civilización

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Los Shaidenko son un ejemplo perfecto de cómo se puede vivir como ermitaños en el siglo XXI. Esta familia vive en la provincia de Yaroslavl (Rusia central) en el más absoluto aislamiento: el vecino más cercano se encuentra a unos 8 kilómetros.

Los Shaidenko son un ejemplo perfecto de cómo se puede vivir como ermitaños en el siglo XXI. Esta familia vive en la provincia de Yaroslavl (Rusia central) en el más absoluto aislamiento: el vecino más cercano se encuentra a unos 8 kilómetros.

Los cuatro hijos almuerzan en familia, disfrutando de comida sana y buena conversación. A simple vista, podría tratarse de una escena habitual de cualquier hogar del mundo.

La familia vive en contacto con la naturaleza, aislada del estrés de la ciudad. Ninguno de los hijos está escolarizados. Sus padres dejaron sus trabajos para educarlos a su manera. Y son ellos quienes les han enseñado a leer, a escribir y a tocar el piano.

Sin embargo, la legislación rusa exige la matriculación en un centro docente. El caso ya ha llegado a los tribunales. Y pese a que los Shaidenko han ganado una primera batalla judicial, el riesgo de perder la custodia de los menores persiste.

“Tenemos derecho a educar a nuestros hijos en casa y como mejor nos parezca. Nos gusta el campo y vivir aquí es algo que no sólo lo decidimos mi mujer y yo, sino también los niños. Y vamos a luchar por ello”, dice Mijaíl Shaidenko, el padre ermitaño.

Todo lo que comen sale de su huerto, y ellos mismos crían a sus gallinas y a sus cabras, que les proporcionan huevos y la leche necesaria para seguir una dieta ajena a cualquier tipo de producto que no sea natural. Son ermitaños del siglo XXI.

"Sí, quieren mucho a sus hijos y los cuidan a su manera, pero si siguen así, estos niños jamás podrán abandonar ese entorno rural porque no estarán preparados para vivir en sociedad", dice Svetlana Gálkina, representante de los servicios sociales.

Los Shaidenko combinan sus clases caseras de geografía y solfeo con tareas típicas del hogar. Aunque quizá de forma poco convencional. Y es que viven sin agua potable, ni electricidad.

“No creo que mis hijos tengan un comportamiento asocial. ¿Por qué van contra nosotros? Simplemente porque no somos como los demás”, sostiene Mijaíl.

Las visitas son escasas y el único contacto que los cuatro jóvenes mantienen con el resto del mundo es a través de los periódicos. Algo que no suelen hacer con frecuencia porque dicen que les cuesta asimilar la dureza de las noticias. Noticias de un mundo que su madre prefiere que desconozcan.

“Mis hijos ya han visto bastante de la cruda realidad en los tribunales. Algunos incluso se echaron a llorar”, expresa la madre ermitaña, Yulia  Danílovskaya.

Vasilisa es la mayor de los hermanos y es la única que estudió en un colegio antes de que la familia al completo se mudara hasta este remoto lugar. Dice no echar de menos la vida que llevaba entonces.

Después de vivir cuatro años aquí, tiene claro su futuro. “Quiero seguir viviendo aquí, enamorarme, casarme, tener hijos y educarlos”, dice la hija ermitaña.

Lo mismo piensan sus hermanos. Pero será un juzgado el que decida si podrán seguir el estilo de vida que les han inculcado sus padres o si se verán obligados a tomar parte en la sociedad y acatar sus reglas.

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