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Cómo comprar una “salchicha caliente” en Rusia

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Cómo comprar una “salchicha caliente” en Rusia

*** De cómo llegan al “entendimiento” lingüístico (y económico) dos hombres (uno latino y otro ruso originario de una de las repúblicas caucásicas de Rusia) de pelo oscuro, cara más o menos morena e idiosincrasia y lengua radicalmente distintas.

Estaba a punto de desfallecer. Al menos, eso creía. No es que estuviera ensayando para ingresar a una Escuela de Teatro o algo por el estilo: sinceramente, veía que lo mejor era tirarme al lado de un árbol, dormirme… y despertar en otra parte. Angelitos con alas de algodón. Luz por doquier y “música celestial” desde todos los ángulos. Y basta, basta de todo.

Este era el frío inclemente y pertinaz. La nieve que caía sin piedad segundo a segundo. Miles de miles de billones de trillones de copos blancos que se abalanzaban desde un cielo cerrado e inmisericorde. Viento, viento y más viento. Y la sensación de que podías detener abruptamente tu marcha y aunque te imaginaras de había pasado toda una eternidad… la situación climática no cambiaría en lo absoluto. Este era el famoso “invierno ruso”… o, al menos, el que me había correspondido conocer.

Arrastrándome casi: así caminaba. Carcomido. Taquicárdico (no se molesten, señores: la palabra no viene en el diccionario on line de la Real Academia Española. Supongo que la acabo de “inventar”…). ¿Y en qué andaba? Comprando ropa térmica en un gran galpón ubicado cerca del metro Leninsky Prospekt, especializado en ropa deportiva y en donde usted puede encontrar artículos invernales de marcas como Columbia y North Face a precios –creo- accesibles para el ciudadano normal. Es que algo debía hacer: estábamos a mediados de enero y si la temperatura seguía descendiendo ya podía ir pensando en desintegrarme de manera inesperada en cualquier calle moscovita. Así es el frío acá: amenaza con “disolver” toda tu estructura corporal cual Drácula enfrentado de improviso a un sol resplandeciente.

Andaba en eso: comprando ropa de invierno en Rusia. De paso, una anécdota: antes de salir de Chile me endeudé de importante manera para comprar “de todo” lo referido a ropa térmica, desde botines hasta parka, además de guantes, poleras térmicas y –los siempre- anti estéticos- “calzoncillos largos”. Claro, en Rusia hacia frío y como uno siempre quiere estar “preparado” a todo… No se me ocurrió, por supuesto, que toda esa ropa “para el frío” la iba a encontrar acá… La idiotez humana no tiene límites.

ENTONCES…

La visión me pareció casi fuera de este mundo: un espejismo en medio de aquella interminable tempestad de nieve que parecía recrudecer minuto a minuto. De pronto, me encontraba frente a una callejuela en la que a derecha e izquierda habían unas tiendas de comida al paso, vale decir, una suerte de casas rodantes donde podías comprar, pagar e irte rápido, rápido: justo lo que necesitaba en aquellos segundos.

Fue algo instintivo: acercarme, acercarme, de a poco. Cada vez más y más cerca hasta llegar a una de esas tiendas, comprar algo –aún no sabía cómo “pedir”- que mi estómago recibiera con rapidez y transformara en energía y calor. Sobrevivencia. Neta. Dura y pura. ¿La otra alternativa…? El árbol.

Hacía frío, un frío demencial esa tarde de enero en Moscú.

Como resultaba comprensible para un extranjero iletrado… busqué la tienda de comida con menos clientes. La encontré: una que no tenía ninguno. ¿Por qué? ¿Acaso iba a enfrentarme a la muerte y a comer algo de lo que hasta los habitantes locales huían como de la peste? No sé la razón, pero aquello me atrajo: era como las palabras atribuidas a Andy Warhol cuando le hablaron de la música de The Velvet Underground, diciéndole que era “basura”. “¡Esto va a gustarme!”, habría dicho el archifamoso artista plástico. Por mi parte –en un auténtico gesto masoquista- pensé lo mismo: “¡Esto va a gustarme!”.

Me acerqué. Adentro había un joven que me pareció proveniente u originario del Cáucaso ruso. Es decir, era más moreno que el moscovita promedio y tenía el cabello oscuro. Era que no, de todas formas hablaba ruso… o su particular “versión” del ruso. Fuera o no, idioma ruso “auténtico” para mí eso era indiferente. El reto al que me enfrentaba era el mismo en ambos casos: sonidos de una boca cuya comprensión me resultaba el “mayor” enigma de la Historia.

Debía actuar rápido.

PASÓ QUÉ:

No sé cómo llegó la idea a mi cabeza. De hecho, creo que no fue siquiera una “idea”: el frío habló por mí… Lo que vi y quise comprar era una suerte de hot dog, pero en una masa cerrada y en cuyas dos puntas asomaban los extremos de una salchicha (según averigüé posteriormente en ruso esto se llama “Сосиска в тесте” y en inglés “Pigs in blankets” (es decir, algo así como “cerdos envueltos”). Si me permiten y para efectos narrativos, lo llamaré “salchicha caliente envuelta”. 

El muchacho –tengo 34 años: ya puedo llamar con legitimidad a un joven “muchacho”- me contemplaba intrigado -¿de qué país habrá llegado este extraño alienígena…? Traté de no pensar en mi calidad de extranjero “sin duda alguna” y no gastar el tiempo en cosas inútiles: el frío era tan intenso que si no me apresuraba por entrar al Metro –que estaba a unos 20 metros- ya podía ir descartando el buscarle nombre a mis eventuales nietos. 

Me puse frente al letrero referido a los productos a la venta. Estaba en ruso, por supuesto -¿iba a ser de otra forma? ¿Porqué mi cuerpo se auto defendía mintiéndose a sí mismo con una estrategia tan barata como la de decirnos que estábamos en territorio conocido? -. Como apenas había aprendido a leer una que otra palabra en la lengua de Tolstói, estaba a merced de la suerte. Hice que mi cerebro trabajara vertiginosamente y traté de asociar lo mejor que pude las letras que veía (con más de algún error imagino). Y luego miré al chico… Y ENTONCES, ENTONCES SUCEDIÓ EL MILAGRO:

¡Leí –creo que eso hice- tres palabras en ruso para mí desconocidas!

El joven las repitió, aunque entonándolas como una pregunta. ¿Y cuál fue mi respuesta?:

- NIET!

FERVOR INESPERADO

- NIET! Vale decir, “NO”.

Yo no quería eso, fuese lo que fuese. NIET!

Volví a la vitrina. Le indiqué la salchicha y dije: “eta”, lo que –hasta donde sabía - quería decir “eso”. LO QUE YO QUERÍA ERA ESO: LO DE ALLÁ, NO LO QUE ÉL ME MOSTRABA…

El milagro siguió en curso.

Mi interlocutor entendió mis intenciones y pronunció algo, nuevamente con tono interrogativo… O sea, él quería una confirmación. Me preguntaba si yo quería “eso”, y se acercó a ese alimento que yo había mirado y cuyo nombre ignoraba del todo. ¿Y cuál fue mi respuesta? Un claro, expansivo, fuerte, sonoro y categórico:

-DA!

DA!, DA!, DA!, DA!, DA!, DA!, DA!, DA!, DA!

SÍ: eso es lo que yo quería. ¡Me dieron ganas de buscar la puerta de la tienda, entrar y abrazar al “muchacho”! ¡La salvación existía y no era cuento! ¡Cómo que había Dios! Dios, efectivamente, existía… ¡Gracias, Dios, por acordarte de este desesperado y entumecido sudamericano con hambre y frío, que se encontró sólo y acosado por la debilidad y la incertidumbre! ¡Gracias! ¡Gracias, Dios!

LA “JOYA”

Y ¿cómo no habría de haber una “joya” en una “hazaña” de este tipo y tan incomprensible como ésta? Entonces, para terminar, la joya:

“Poco después de meter el producto en el microondas, mi dialogador –ojo: esto lo encontré en el Diccionario de la RAE, así es que la comunidad hispanoparlante around the world puede usar esta expresión- pronunció ante mi persona honda cavilación que sacudía por completo todo su ser interno. ¿Y cuál era su interrogante? ¡Quién sabe!

Encendí un cigarrillo mientras esperaba que mi comida estuviera caliente = energía. Y me puse a pensar: ¿qué me había preguntado el joven? Su consulta, como cabía esperar en un chaval de estas latitudes, había sido emitida por su aparato fonador en una lengua a la cual estaba acostumbrado desde pequeño; vale decir, la conocía desde sus tiernos años de su infancia: el ruso. ¡Y he aquí que yo no entendía ni una J lo que decía…! Pero ¡oh, maravilla de la lingüística humana que atraviesa fronteras y es más poderosa que credos, ideologías políticas y red social a la cual usted esté adscrito! ¿Qué no me pareció haber oído de la boca de aquel mozalbete -y con correcta pronunciación- la palabra “Gdie” (“Где”) que en ruso significa “Donde”? Entonces, había escuchado “dónde” en ruso… Pues así y no de otro modo fue. “Este chico está interesado en mi país de origen. Quiere conversar. Ha advertido que no soy nativo y le intriga saber de dónde vengo”, tal y no otra fue mi traducción de lo que escuché -¿o quise escuchar…?-. Dadas así las cosas, todo suelto de cuerpo y como si fuera la cosa más natural del mundo, le miré y dije:

-YA CHILI…

Lo que quiere decir exactamente “Yo Chile”… (De más está explicar que mi propósito era expresar “Yo soy de Chile”: pues bien, mis propósitos y mi grado de conocimiento del idioma ruso estaban a años luz de distancia recíproca). 

El joven me observó muy, muy extrañamente. Se detuvo unos segundos y pareció pensar algo, una respuesta de manera instantánea.

-“¿Ketchup?”, preguntó.

Eso lo entendí perfectamente.

-“Da, kaniechna”, contesté. (“Sí, claro”).

A los pocos minutos me fui. Paka, moidrug(“Покамойдруг”), se despidió el joven vendedor. Como eso quería decir “Chao, mi amigo”, o algo así, no quise ser menos. “Chao, compadre. ¡Suerte!”, dije en claro español, mientras mascaba mi salchicha y caminaba rumbo al Metro, seguro de que mis palabras se las llevaría el viento.

Me dieron ganas de llorar de lo buena que estaba aquella comida comprada en tan extrañas condiciones. Y quise arrodillarme ante Dios por ser tan bueno conmigo y darme esta nueva oportunidad de seguir mi camino en la vida.

COSAS QUE PASAN

Todo lleno de orgullo, esa tarde le conté esta singular historia a Pyotr Nóvikov, periodista de profesión y colega. No era para menos: había comprado - por mis propios medios- mi primera salchicha caliente en Moscú.

Cuando concluí, el cambio de su expresión fue súbito: la decepción –un desengaño hondo, visceral- se expandió por su rostro como explosión nuclear. Me dio la impresión de que no alcanzaba a comprender del todo el tipo de sujeto de procedencia latinoamericana que tenía ante sí, el extraño marciano con el que hablaba... ¿Cómo alguien podía ser tan bruto, estúpido… e inocente a la vez? 

 “YA CHILI…”

- Creo que ese chico te preguntó si querías mayonesa en tu salchicha.

Era cierto: la idiotez humana no tenía límites.


(Fuente: http://www.buzzfeed.com)

(Pronto otro nuevo
relato de supervivencia
a este lado del mundo)

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