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Vacaciones “de luxe” (I parte)

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Vacaciones “de luxe” (I parte)

“Endless vacation/

endless vacation/

endless vacation”

(“Endless vacation”

The Ramones)

 

Uno tiende a idealizar su país cuando está lejos

Así es. No hay nada “mejor en el mundo” que casa, se dice uno, aquejado de una amnesia que merecería mejor destino. Fue, ciertamente, en esta vida —no en “otra”— que un resentimiento y una incomprensión sin nombre nos inundaban cada vez que el nombre del país que nos vio nacer salía de nuestros labios. “¡Es que no hay nada que funcione bien aquí!”. “¿Qué diablos hago en este país tercermundista y subdesarrollado?”. “¿No hay nada mejor para un hombre como yo que andar pateando piedras en este territorio decadente, feo y que huele a alcantarilla?”. “¿Cuándo podré irme de este antro de perdedores en donde estoy confinado por una cruel broma del destino?”

Pero el tiempo todo lo cambia.

Basta con que uno se vaya por unos meses para que una extraña melancolía le carcoma. Progresiva y vorazmente. Todo aquello que antes se había despreciado con ahínco, se vuelve motivo de dolorosa remembranza. “¡Ay, que echo de menos mi tierra!”, es un lamento recurrente. Efectivamente, ese “echar de menos” es la característica esencial de la nueva visión “descafeinada” de todo aquello que miramos tan en menos antes: nuestro propio país, esa tierra que nos vio nacer.

 

El tiempo es el más implacable de los jueces y, a la vez, el iconoclasta más pérfido. Así, devela todo lo malo que se escondía en lo que considerábamos más bello, perfecto y sagrado. Nos revela, una a una, cada una de sus fealdades, imperfecciones y banalidad. Y de manera brutal. Sin consideración o piedad: aquel ser al que consagrábamos toda nuestra devoción y purísimo amor, de un momento a otro ya no es excelso e inmaculado y esos atributos que admirábamos con embeleso aparecen —ahora— opacos, grises y, sobretodo, humanos, “demasiado humanos”. Constatación, no hay ni que decirlo, que sume a cualquiera en una melancolía negra.

Lo mismo, exactamente lo mismo, sucede con patrias y países.

“Robin Hood” al rescate


“¡Extraño tanto mi país! No te puedes imaginar cómo lo extraño. Sólo llevo unos meses viviendo afuera y no sé cómo controlar esto. Puede ser porque nunca había vivido lejos de mi patria, pero lo extraño todo. Y lo más curioso es que son cosas que nunca jamás pensé que podía echar de menos. Partiendo por mi familia y amigos, sin contar la comida y el idioma. Pero no: es mucho más que eso. ¡Hasta la televisión la extraño y eso que siempre me pareció horrible! Los libros, la música, los lugares por los que caminaba… No hay nada de eso que no recuerde ahora y lo haga con pena. El otro día estuve llorando. No sé cuánto más podré resistir. Ni siquiera sé si vale la pena. Se supome que esto de trabajar en el extranjero me hará crecer humana y profesionalmente, pero ¿a qué costo?”.

 

Este desconsolado correo electrónico me lo escribió una amiga rusa a principios de este año desde …….., país europeo al que emigró buscando nuevos horizontes laborales. Ahora, decía, “estoy un tanto arrepentida de lo que hice”. Robin Hood de las mujeres angustiadas, me apresuré en contestarle. “Te entiendo, te entiendo”, dije, en tono digno de solterón pobre y fracasado. Luego, me puse a mirar por la ventana, asombrado de pensar en dónde me encontraba en ese preciso momento. En Rusia. Y también estaba solo, solo como perro sin dueño y también extrañando tantas cosas. ¡Cuánto hubiese dado porque alguien me hubiese dicho justamente eso al oído: “Te entiendo, te entiendo”!


 “Hombre de mundo”

¿Han escuchado eso de que “hay que viajar” para “ser un hombre de mundo”? Eso, o como nos los recomienda hoy el capitalismo, un “ciudadano del mundo”. Enfrentarse a diversas realidades e idiosincrasias para ampliar la mirada sobre el funcionamiento de la sociedad y el curso de nuestra contingencia. Convenido. En la práctica habría que sumar a ello la posibilidad de poder comparar entre “aquí” y “allá”. De manera evidentemente maliciosa, claro, pues no hay comparación que no lo sea. “Toda comparación es odiosa”. Así es. Siempre lo es.

 

Afortunadamente y gracias a Dios —bueno, seamos sinceros: Dios, en términos concretos, tiene poco que ver en  esto— he viajado mucho en el último tiempo. Veamos. En el período que va desde enero de 2010 y septiembre de 2012 he conocido las siguientes ciudades: Moscú, San Petersburgo, Kazán y Sérguiev Posad (Rusia); Helsinki (Finlandia); Estocolmo y Gotemburgo (Suecia); Alanya (Turquía); Praga (República Checa); Creta y Santorini (Grecia); Ámsterdam (Países Bajos); París (Francia); Venecia y Roma (Italia); Madrid y Barcelona (España); y, finalmente, Hurgada (Egipto). (Este listado no incluye ciudades de tránsito aeroportuario, aunque hacerlo era fácil: basta la foto de rigor en la tienda de un duty free en alguna importante red social y ya: uno “estuvo” en ese país… Y, de hecho ¿quién se dará el trabajo de comprobar si uno “estuvo” o “no estuvo” ahí?). 


 Los “Super amigos”

 Aquí una anécdota: a pocas semanas de haber llegado a Moscú (octubre de 2009) algunos amigos sostenían —era broma eso?— que mis fotos en las Plaza Roja no eran más que un uso y abuso del Photoshop. Posteriormente, otro “amigo” planteó que yo estaba en Cuba y mandaba fotos “desde un bar ruso-cubano”. No fue sino hasta que se me ocurrió mandar un video desde la cocina del departamento mostrando diversos artículos rotulados con letra cirílica —leche, queso, jugos de fruta e incluso cigarrillos— que comenzaron a creer. Y les costó mucho. Se entiende: el viaje era lo suficientemente desquiciado para ser cierto. Pero lo era: estaba en Rusia, pisaba su tierra y eso era 100% verdad. Gustase a quien gustase.

   

Desde entonces, me he movido mucho por ciudades y países, tanto como nunca lo pude haber soñado. “Aprovecha de viajar, ahora que estás allá…”, me recomendó un amigo de esos de verdad, uno de aquellos que uno pocas veces tiene dos veces. “Si no lo haces ahora, no lo harás nunca más en la vida”. Cuando escuchas eso de “nunca más en la vida” —al menos en mi caso— sientes una ola de terror baudelaireano recorriendo cada milímetro de tu cuerpo. “Y el gusano roerá tu piel, como un remordimiento…”. Agreguémosle el “Oh, baby!” y el asunto quedará aún más horroroso.

 

¿Y, y, y…?

Ahí te baja el pánico escénico y te mandas unos monólogos que dejarían a Hamlet como utilero de Stand-up comedy de kermesse escolar. “¡Me voy a morir! ¡Me voy a morir! ¡Y me quedaré sin ver las pirámides, y la Mona Lisa, y el Gran Cañón del Colorado, y la Fontana di Trevi, y las ruinas aztecas, y el río Sena, y las tierras de Cocodrilo Dundee, y mi Buenos Aires querido, y las fiestas de E! Entertainment Television,y el Japón, donde viven tantos, pero re tantos japoneses, y el Berlín donde estuvieron David Bowie e Iggy Pop “desintoxicándose” de las drogas, y Transilvania, donde tienen en tan alta estima los linfocitos en adecuado estado de salud, y la línea más famosa del mundo que a quién sabe se le ocurrió poner justo en la Línea del Ecuador, y el Polo Norte —“el mejor lugar para comprar un bronceador, chico”—, y las cataratas del Iguazú, y Tailandia y sus masajistas que usted nunca denunciará al Servicio de Defensa del Consumidor, y Machu Picchu, y los puentes de San Petersburgo, y el “Tour Heineken”, y Hollywood donde las estrellas están “shining bright above you…” y, y, y…!

Entonces, despiertas y te pones a viajar como malo de la cabeza.



Pero, de pronto, te aburres de tanto viaje… y vuelves a tu patria, el “mejor lugar del mundo”… hasta que te das cuenta de que “no es el mejor lugar del mundo”.
Y, en ese momento, vuelve a ti el Demonio y aflora lo más infame que puede tener un hombre en su interior: hablar mal de su tierra y su gente: “¡Es que no hay nada que funcione bien aquí!”. “¿Qué diablos hago en este país tercermundista y subdesarrollado?”. “¿No hay nada mejor para un hombre como yo que andar pateando piedras en este territorio decadente, feo y que huele a alcantarilla?”. “¿Cuándo podré irme de este antro de perdedores en donde estoy confinado por una cruel broma del destino?”.

Gente así no merece más que el destierro...

 

(Continuará...)

 

Si le interesa —y tiene tiempo— puede visitar la página de Facebook de este blog. Su nombre es un alarde de ingenio y creatividad: Una odisea en Rusia


Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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