Chernóbyl, tierra fantasma
La contaminación radiactiva debida a la explosión del reactor nuclear en abril de 1986 se percibe hasta hoy en día en la región ucraniana de Chernóbyl. Muchos temen que la situación semejante a la de ahora se repita en la central japonesa.
Cuando se informó que la planta atómica Fukushima-1 estaba dañada, las autoridades en solo unas horas evacuaron el territorio alrededor de la instalación en un perímetro de 10 kilómetros. Después, tras la explosión en el edificio del reactor, el radio zona aumentó hasta los 20 kilómetros.
La experiencia histórica de las catástrofes nucleares ya no permite dar tiempo para reflexionar cuando se tiene enfrente una amenaza de radiación. Un minuto puede ser de vital importancia. Sin embargo, a lo largo de la historia no siempre fue así.
Cuando en 1986 estalló Chernóbyl, las autoridades de la ciudad de Prípiat (ubicada en unos 3 kilómetros del epicentro del desastre) tardaron demasiado en evacuar a los habitantes de la zona.
Alexander Esaúlov, quien en el momento de la catástrofe de Chernóbyl fue el alcalde adjunto de la ciudad de Prípiat, explica: “Muchos no entienden, qué es evacuar a 50.000 personas. Eso no se puede hacer en una o dos horas. Llevamos 1.300 autobuses desde Kíev. Necesitábamos informar a la gente y reunirla. Y lo primero, era necesario entender si de verdad necesitábamos la evacuación pese a que los expertos no pudieran determinar en un primer momento si el reactor estaba destruido”.
La gente abandonaba sus casas con desgana. Nadie entendía la verdadera gravedad del riesgo que corrían. Alexánder, un ex habitante de la ciudad, era solo un niño cuando le evacuaron de Prípiat. Ahora, siempre que regresa a esta ciudad abandonada, siente nostalgia al entrar por las puertas de su vieja casa. “No vengo acá solo para hacer fotografías. Para mí, sigue siendo mi casa. Pasé aquí los mejores momentos de mi infancia. Me siento tranquilo,” confiesa.
Varios de los evacuados fueron trasladados a Kíev. Fue entonces cuando Prípiat se convirtió en una ciudad fantasma. Lo más probable es que el territorio de posible contagio radiactivo (con un radio de 30 kilómetros desde el reactor destruido) nunca vuelva a reunir las garantías de seguridad suficientes para poder ser habitado. Varios científicos opinan que el período de desintegración radiactiva podría durar unos 1000 años. Sin embargo, pese a la amenaza de quedar irradiadas, varias personas regresaron a sus casas después de la desaparición de la Unión Soviética.
Savva Obrazhévich, quien reside en Chernóbyl actualmente, explica: “Cuando me trasladaron a Kiev, me prestaron un apartamento y me facilitaron una pensión mínima. No bastaba para vivir con normalidad. Por eso regresamos. Aquí está nuestra casa, aquí cultivamos para comer. Actualmente muchos llegan a esta zona, siempre veo coches pasar. Los conductores salen y nos dejan comida y alimentos”.
La tierra natal es una de las cosas más valiosas que lleva un hombre en su corazón. Y bajo esa consigna y con los ojos de la comprensión y la compasión parece que todo el mundo desea a los habitantes de Fukushima que la avería en la planta no conlleve una fuga nuclear que convierta los hogares de miles de personas en una zona maldita y fantasma.